La tempestad sorprendió a cuatro barcos frente a la costa de Sagunt. Desde hacía cuatro años, los empresarios vascos Sota y Aznar habían comenzado a embarcar desde aquí mineral procedente de las minas de Ojos Negros, sin embargo las instalaciones portuarias distaban mucho de estar acabadas, lo que dejó a las embarcaciones sin refugio posible.

Además, la fuerza del oleaje era imparable e, incluso, llegó a mover grandes piedras del embarcadero de más de 20 toneladas, según destaca en su investigación el estudioso local, Buenaventura Navarro. Así, el Somorrostro y el Salumendi quedaron encallados a pocos metros de la playa de Sagunt, este último con una pequeña vía de agua. Al quinto vapor, el Abanto, con 23 tripulantes, le esperaba la tragedia.

El impacto de una ola gigante provocó que le entrara agua por la chimenea apagando las calderas del navío. De este modo, el barco quedaba al antojo del oleaje que le llevaría a la deriva hasta el Grau Vell, donde acabaría encallando en la arena. Pero antes de que la tripulación pudiera ser auxiliada, una segunda ola engullió literalmente al buque y todos sus hombres hacia el fondo del mar.

Solo uno de los marineros logró salvar milagrosamente la vida. Se trataba de Francesc Mas Pomares, vecino de Crevillent, que ese día no se encontraba abordo del Abanto por estar disfrutando de un permiso. Le correspondería la dantesca misión de ir identificando a sus compañeros conforme las olas iban depositando sus cuerpos desperdigados por toda la orilla.

La prensa de la época iría poniendo nombre a algunos de aquellos cuerpos aparecidos en la playa de Sagunt: el maquinista Alberto Rovenso, 40 años; el cocinero Juan Bilequina, 28 años; José N., ayuda de cámara, 14 años; Luis Blanco, palero, 26 años; los marineros José Mendiguchia y Felipe Oruece, 35 y 20 años. Otros fueron apareciendo en Puçol, Albuixech, Malva-rosa. Sus sepulturas se repartieron entre el cementerio de Valencia y Sagunt, donde todavía se puede ver la lápida que recuerda su desgracia.

Una tragedia que, además, acabó abriendo un intenso debate sobre las condiciones en que se encontraba el puerto de Sagunt y la incidencia que esto había tenido en el naufragio. En cualquier caso, para los marineros del Abanto, fue un debate que llegó demasiado tarde.