El Estado del Bienestar está en tela de juicio. ¿Qué responsabilidad tienen los progresistas en el deterioro de su imagen?

El Estado del Bienestar necesita una revisión y una adaptación al siglo XXI, pero los progresistas se cierran en banda a cualquier debate al respecto. Ése es el mayor enemigo que puede tener el Estado del Bienestar. La defensa a ultranza de lo que existe es negar la realidad de que hay que retocar aspectos que pueden mejorarse, introducir nuevas medidas, ganar en progresividad, en justicia, en eficiencia y en sostenibilidad.

Si los más necesitados son los que más necesitan el Estado del Bienestar, ¿por qué en plena crisis avanza su deslegitimación?

Porque al final, detrás de todos los debates económicos hay un debate sobre la redistribución de la renta, como dijo David Ricardo. Y aquellos que no quieren políticas redistributivas y un Estado débil, lanzan mensajes cortos y potente: «el Estado es ineficiente, el Estado despilfarra, el Estado es insostenible, la sanidad y las pensiones están en quiebra…». Estos mensajes tan repetidos acaban calando si enfrente no existe una defensa de un Estado del Bienestar moderno y renovado. Y está faltando eso: un liderazgo de las posturas progresistas que defiendan de forma positiva cambios de mejora, porque negar esa posibilidad de mejora deja el campo abierto a los que proponen su desmantelamiento.

Pide más Estado, aconseja subir impuestos y niega que la iniciativa privada sea más eficiente que el sector público. Le gusta ir a contracorriente…

¡Es que pedir la bajada de impuestos es demagógico! Hay que decidir qué gastos queremos, y en función de eso veremos los ingresos qué necesitamos. Pongo un ejemplo: si el presidente de una comunidad de vecinos pregunta si quieren una subida de la cuota, los vecinos dirán que no. Pero si avisa que es para poner un ascensor, el debate será distinto. Se debatirá si es conveniente el ascensor y luego se decidirá qué hay que pagar. Pues el Estado es igual: es una gran comunidad de vecinos y el debate es consensuar si queremos o no conserje, ascensor, piscina, seguridad… Si lo queremos, habrá que pagarlo.

¿Y en esta gran comunidad de vecinos sobran ascensores o todavía faltan más por instalar?

Todavía hay margen para más ascensores, si lo comparamos con sociedades europeas que tienen un Estado más fuerte y prestaciones más potentes. Los hechos demuestran que eso garantiza mayor competitividad y crecimiento, además de mayor equidad y justicia. Por tanto, las economías del norte de Europa demuestran la falacia de que menos Estado implica más crecimiento. El debate es: cuánto Estado del Bienestar queremos y hasta dónde estamos dispuestos a pagar.

Alerta sobre las lecciones de la primera posguerra europea, cuando el descontento engendró demagogia, populismo y fascismo.

Si se ponen una condiciones draconianas o unos costes sociales brutales, la crisis generará un descontento evidente. Eso es caldo de cultivo para que surja la demagogia y populismo y que encaminen a la sociedad hacia lugares insospechados. Algo de eso ya está pasando. El peligro de que crezcan populismos es tremendo si las políticas no tienen en cuenta que cualquier Estado debe salvaguardar la cohesión social como primer valor.

Usted sostiene que ese rebrote populista o fascista lo buscan algunos actores. ¿Quiénes?

Las grandes corporaciones financieras internacionales han demostrado, históricamente, que han apoyado dictaduras o regímenes corruptos porque ahí podían hacer más negocio. Lo que ocurre es que el capitalismo moderno ha perdido el componente ético que tuvo en otros tiempos. Yo defiendo al empresario que genera riqueza, empleo e innova, porque es un valor esencial de la economía.

Pero no es el más habitual…

No, y el mayor enemigo es ese pseudoempresario que sólo busca el beneficio a corto plazo sin ética alguna y que se mueve mejor en el mundo de la corrupción, las dictaduras y la opacidad que en el mundo de la democracia y el control. Esas personas son las que están detrás de eso que llamamos «los mercados» y que en realidad son personas. A ellos no les preocupa las soluciones poco democráticas porque saben que, sin la democracia, les será más fácil ganar dinero. Son una minoría pero, desgraciadamente, tienen un poder creciente. Y tenemos que poner un control.

Grecia en apuros, Portugal con las clavijas más apretadas… ¿Está España segura?

Mientras no se solucionen los problemas de control de la especulación financiera, no hay nadie seguro. En términos objetivos, la situación de España no debería preocupar porque ni sus condiciones macro, ni su endeudamiento ni sus perspectivas llevan a ello. Están igual o peor Italia, Bélgica o hasta Estados Unidos. El problema es que, mientras sea una amenaza de los especuladores, la racionalidad desaparece.

¿Y cómo se soluciona?

Aquel consenso internacional surgido al inicio de la crisis de que había que reformar el sistema financiero y ponerle coto se ha quedado en agua de borrajas. No se han tomado medidas eficaces contra los paraísos fiscales, no se ha puesto coto a los movimientos especulativos financieros, a la proliferación de productos derivados que no son economía, sino puras apuestas, y no se ha puesto coto a las agencias de calificación, que nos han llevado a esta situación. Los gobiernos no se atreven. Y mientras no se ponga coto a todo eso, seguiremos con esa amenaza permanente.

¿Es la reforma más urgente?

En el ámbito internacional, sí. Hemos pasado de una economía en la que los movimientos reales (mercancías, bienes y servicios) representa un 5% del movimiento mundial, y el 95% son transacciones financieras, cada vez más sofisticadas y cercanas al mundo de la apuesta.