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¿Los huesos hablan?

«Los restos óseos pueden darnos muchos y muy importantes datos. Los parámetros básicos que podemos obtener son sexo, edad, talla y complexión, imprescindibles para cualquier estudio judicial. Sólo con decir si es hombre o mujer eliminamos el 50% de la población. Si decimos que tiene de 20 a 25 años eliminamos tres cuartas partes. No se trata de decir quién es, sino de descartar quién no es».

¿Entre las sociedades existen diferencias en la violencia?

Por supuesto, a pesar de que tenga las mismas consecuencias. La violencia en la guerra de los Balcanes fue planificada e impersonal. La implicación afectiva en América Latina es mucho mayor. Allí son más pasionales, y se traduce en una violencia cruda, directa y desatada. La sociedad siempre es violenta. Cuando hablamos de violencia en España no nos damos cuenta de que es mínima, ínfima, al lado de lo que hay en el resto del mundo.

¿En qué medida se une la antropología forense a la justicia?

El antropólogo forense debe ser antropólogo forense. No puede ser gente involucrada en derechos humanos ni nada que implique un posicionamiento. Nuestra labor consiste en dar datos objetivos, evidencias para que otros juzguen. Procuramos trabajar con material y no con seres humanos para evitar esa implicación personal. Uno también siente dónde está la maldad y es imposible no sobrecogerse en muchos casos.

¿Qué opina sobre la ley de Memoria Histórica en relación a la exhumación de cadáveres?

En España todavía quedan familiares muy directos. Es una función social permitir que el entierro se realice y que esa gente pueda hacer descansar a sus seres queridos. Pero pienso que no se pueden abrir fosas sin seleccionar de cuáles se van a poder identificar los restos, porque no sería posible reconocer a más del 90% de los cadáveres y no tendría sentido. Hay que seleccionar casos acuciantes y de humanidad, para que los familiares directos puedan llorar a sus seres queridos como debe ser.

¿Qué investigación suya considera más importante?

Como reto personal, todos los que han podido ayudar a las familias del fallecido. Hace no mucho, en América Latina, entregamos un hijo a su madre. Cuando pudo ver los restos, la mujer me dijo: «Ahora sí puedo vivir». Cuando te suceden historias como esta, Colón no es tan importante. No me preocupa ponerme medallas. En ese sentido, mi profesión me ha hecho ser más humano.