Nuestro universo local se estrecha en la misma proporción que el conformismo inunda los canales sociales. Como en aquella manida frase que se hizo popular durante el franquismo, aquí parece que nunca haya novedad para la señora baronesa. Y cuando surge la novedad se la minimiza convirtiéndola en una erupción marginal. Somos los primeros encargados de cargarnos lo nuestro y de restarle la más mínima importancia. Viene esto a cuento en relación con Ana Elena Pena, la multifacética artista que acaba de publicar un libro titulado Hago pompas con saliva en la minoritaria editorial Minusina.

Supe de Ana Elena hace muchos años, cuando recién llegada de Calasparra estaba estudiando Bellas Artes en la facultad valenciana y montó una exposición de arte extravagante en una peluquería de la calle de la Bolsería. Allí se manifestarían sus pulsaciones erótico-siniestras que no han dejado de aflorar a lo largo de su trayectoria. Ana Elena se especializó en unas muñequitas sexies muy provocativas. Quizá la que recuerdo con más orgullo patrio sea aquella fallera crucificada en el centro de una paella. Bien es cierto que la moda de las Bárbary tuvo una impulsora anterior, la singular creadora llamada Paloma Borbone, que se presentaba a sí misma en sus performances como «la hija secreta de Juan Carlos I» y que años después fundaría en el barrio del Mercat la singular tienda Confecciones Drácula, alma de un festival cultu-friki muy celebrado.

Si Paloma Borbone fue nuestra Madonna particular, no cabe duda de que Ana Elena Pena ha sido nuestra Lady Gaga autóctona. Son figuras irrepetibles a las que no se les concede demasiada importancia —Valencia y yo somos así, señora—, pero no dejan de marcar unos hitos en el panorama de la transgresión, oxigenadotes respiros en medio de un paisaje valenciano tan anodino.

Expuesta ya como pintora y escultora, Ana Elena Pena dio el salto a la música y presentó un CD titulado Clínica de muñecas, en cuya carátula ella misma se convertía en nenaza psicodélica con un babero de Come y calla mientras lamía una piruleta de fresa. El tema estrella recuperaba el título de una antañona película del destape: Ensalada de pepino en colegio femenino, pero quizá la canción más sugestiva era aquella que afirmaba: «Nunca, nunca me han besado… sado …sado…sado».

Tras ser artista plástica y vocálica, Ana Elena Pena riza el rizo y ahora se transforma en escritora. Parece un mutante de los cómics de la Marvel, a cada página la encontramos reciclada en algo distinto. Este libro ensalivado consta de varios relatos que en cierta manera asusta que pudieran ser autobiográficos: «Vaginas y otras heridas»; «Los amantes», «La chica que se metía peces por el…»; «Amor y vísceras»… Aunque sin duda la obra maestra del compendio es «Ojalá que te f… bonito», que a ritmo de ranchera plantea las naturales exigencias de una mujer moderna respecto a su pareja masculina en los tiempos modernos.

Lady Pena se abre así espacio en el panorama general de la rebeldía valenciana, pues ha sabido demostrar que como escritora es tan deliciosamente rompedora como siempre.