Los liderazgos en política suelen durar 24 horas menos que la firma en el diario oficial. Es la norma general, a la que no ha escapado el ya expresidente Francisco Camps, quien anteayer ingresó en el selecto club de los jarrones chinos, donde ya milita Zapatero, pero con tara incorporada por estar pendiente de un juicio por corrupción. Las declaraciones del síndic del PP en las Corts, Rafael Blasco, cuando le preguntaron por el papel parlamentario de su exjefe-"el señor [sic] Camps tendrá que resolver su situación"- rezuman la sensación de que molesta. Si a Ricardo Costa le reservaron el escaño 98 cuando fue defenestrado, a Camps lo desterrarían al 100. De 99.

Pero hay políticos que extienden su influencia por encima de su firma y jurisdicción. Es el caso de la alcaldesa de Valencia, Rita Barberá. La protectora política de Camps -lo ha promovido desde que era concejal de Tráfico- rehuyó el ofrecimiento de Mariano Rajoy de ser la primera presidenta de la Generalitat. El alcalde de Castelló, Alberto Fabra, fue el segundo plato, la opción impuesta desde Génova, por mucho que fue anunciado por Camps. El 24 de julio de 2002, Eduardo Zaplana hizo testamento a favor de Olivas al dejar el Palau para irse de ministro de Aznar. En aquel escenario de mera coexistencia política entre los inquilinos del Consell y del ayuntamiento, a Rita Barberá la dejaron de lado. Esta vez, tuvo una propuesta de Rajoy encima de la mesa para que asumiera las riendas del partido. "Si hubiese querido, sería presidenta. Es que no hacía falta ni que lo dijeran, tiene suficiente autoridad e interlocución con Rajoy", comentaba un dirigente popular. En estos casi dos años y medio de vía crucis Gürtel para Camps, el presidente nacional del partido ha pulsado siempre la opinión de la alcaldesa. ¿Por qué dijo no? No estaba en sus planes, según varias fuentes. Tiene 63 años y no se ve con fuerzas. Hay otros motivos. Considera que habría sido como una especie de traición a Camps, subrayan. Un proceso de sucesión de hijos a padres va, en cierto modo y también en política, contra natura.

En tercer lugar, entiende que habría dejado al consistorio del cap i casal en una situación complicada. El heredero natural es un Alfonso Grau que tampoco está ahora iniciando su carrera y el marcado como delfín, Jorge Bellver, tiene pendiente una imputación judicial por prevaricación -en las obras del aparcamiento en los Jardines de Monforte sin el preceptivo informe de Patrimonio- que hizo necesario convertirlo en diputado para que fuera aforado.

Rita Barberá llegó al Palau el miércoles, día de autos, casi a las cinco de la tarde, con Federico Trillo, horas después de que el presidente eligió dimisión en vez de "deshonra". Esto es, irse antes que seguir como presidente tras firmar una confesión de culpa para evitar el juicio. Camps prefirió suicidarse de un tiro limpio en la sien antes que exponerse a un asesinato político en dos entregas. El que habría ejecutado el candidato a la Moncloa y amante de la eutanasia pasiva como mejor método para liquidar problemas como Camps. En junio de 2008, el líder valenciano le prestó la "peseta que le faltaba para el duro", para ganar el congreso, en palabras de Rus. La sospecha de que Rajoy no estaba dispuesto a perder ahora esa peseta con intereses por culpa del vodevil de los trajes y las presiones que recibió de su familia, convencieron a Camps de que debía dar plantón al TSJ y no firmar la conformidad, la aceptación de culpa y pago de la multa.

Desde que entró en el Palau, mientras estuvo reunida con Trillo y Camps y hasta que se dirigieron hacia la calle Quart, Barberá tuvo la opción de dar el paso. Cuando el expresidente salió por la puerta del Palau, hacia la junta directiva del PP, ya iba desnudo. Por los trajes. Fuera de su guarida y del círculo cada día más reducido de colaboradores personales, le esperaba el partido, la intemperie, ese espacio en que se manifiesta la política como "el arte de la supervivencia", decía ayer un político del PP.

Y en el partido se aclamó a Alberto Fabra como sucesor. Como se habría vitoreado a cualquier otro. Los funerales son actos sociales. Asisten tres tipos de públicos: los que van a rendir tributo al finado (Rita Barberá, Juan Cotino, Paula Sánchez de León y pocos más), los que acuden a hacer negocios, que son más (tres cuartas partes del partido), y aquellos que asisten para certificar in situ que el muerto no se hace el muerto. Que lo está. Entre los últimos destacó Alfonso Rus, como estandarte de quienes se sentían dolidos por haber sido excluidos por Camps y Rajoy de estar en el influitivo en toda la crisis. El secretario general del PP y campsista de pro, Antonio Clemente, tampoco estuvo en la cocina. Ni ninguno de los consellers a los que Alberto Fabra mantendrá hasta las generales. Después empezará, de verdad, la nueva era.

Críticas a Fabra por acceder a cargos sin pasar por las urnas

El que será, a partir del martes, el quinto presidente de la Generalitat tiene una conjunción astral a su favor. Dio su primer salto de calidad en política a principios de 2005, cuando José Luis Gimeno le cedió la vara de mando de la alcaldía de Castelló para irse a impulsar el proyecto Ciudad de las Lenguas. Ahora, es elegido para acampar en el Palau de la misma forma. La "falta de legitimidad" es un argumento muy repetido entre quienes, dentro del PP, no están nada satisfechos con la elección a dedo desde Génova. Paradójicamente, el expresidente Camps acusó de forma recurrente en la pasada legislatura, para defenderse en el caso Gürtel, a los entonces portavoces de la oposición Ángel Luna (PSPV) y Enric Morera (Compromís) de no haberse sometido al veredicto de las urnas, dado que fueron Ignasi Pla y Glòria Marcos los carteles a la Generalitat por sus respectivas formaciones políticas