Las complejas condiciones en las que Fabra afrontó el debate de investidura —en el PPCV y en el Consell, donde se sumergirá en un mar de cargos campsistas, especialmente en Presidencia— eran una mochila pesada para el futuro presidente, que evidenció los nervios en varios momentos del debate y en la réplica con el socialista Jorge Alarte, crecido tras la dimisión de Camps y ante los titubeos del nuevo mandatario.

El aún alcalde de Castelló pagó la inexperiencia en el debate autonómico. Los nervios le llevaron a cometer algún error de términos —la «contundidad» llegó a decir, entre contundencia y rotundidad— y de fondo, cuando salió para reprochar que Alarte le cuestionara la legitimidad, ya que no fue el candidato a la Generalitat que votaron los ciudadanos, cuando el socialista precisamente le había reconocido que la tenía «toda», como candidato del partido más votado el 22-M.

Error en un discurso muy corto

Un fallo atribuible a la réplica que en parte llevaba escrita, al menos el argumentario. Otro reproche fue el discurso elaborado desde Presidencia, una intervención de sólo 25 minutos para exponer su programa, cuando él no tenía límite de tiempo, mientras Alarte habló durante 31 minutos, algo más de la media hora que tenía tasada.

Tampoco se entendió la broma que hizo a Alarte, cuando le agradeció le luciera una corbata verde, «el color de Castelló». Fabra quiso compensar sus debilidades haciendo gala de su talante dialogante como alcalde, cuyo despacho siempre está abierto a los ciudadanos, dijo. Y con gestos internos al PP. Los zaplanistas, que no asistieron a la investidura de Camps el pasado 16 de junio, acudieron ayer a simbolizar su respaldo: Estaban Miguel Peralta, Mónica Lorente, Macarena Montesinos y Miguel Ortiz. En pasillos, según testigos presenciales, Fabra dio un abrazo a Montesinos y Ortiz... hasta que llegó la alcaldesa de Valencia, Rita Barberá, para acaparar su atención.