La documentación sobre la escultura «A la Justicia ultrajada», de Francisco Paredes García (Valencia, 1881–1945), es inexistente en los archivos municipales de Sueca. Tan sólo un par de postales de su ubicación original en la actual placeta del Convent y otras fotografías de su posterior ubicación en el Cementerio Municipal de donde desapareció en una fecha por determinar.

La información también es confusa sobre quién y en qué momento realizó el encargo. El 18 de mayo de 1913 se inauguraba en Sueca el monumento llamado «A la justicia ultrajada», que el Ayuntamiento de la Ribera Baixa confió al escultor valenciano para honrar la memoria de las víctimas del trágico suceso, acontecido dos años antes.

El acto fue seguido por numerosos periódicos de tirada nacional al que, según referenciaban en sus crónicas, acudieron jueces de prácticamente la totalidad de las actuales comunidades autónomas, así como autoridades civiles, militares, eclesiásticas y de la Guardia Civil. También estuvieron presentes representantes de los Ayuntamientos de Valencia, Sueca y Cullera.

La escultura, tallada en piedra, se erigió en la plaza de la Libertad (actualmente Placeta del Convent), ante el edificio del juzgado y la capilla de la Mare de Déu de Sales. La misma jornada se aprovechó para celebrar el acto protocolario del descubrimiento de la placa que daba el nombre de López de Rueda a la calle del Castellet de Sueca, según se había acordado en sesión plenaria el 7 de noviembre de 1911. La vía recuperó su topónimo inicial en 1979.

Traslado de la escultura

Cuando habían transcurrido 17 años desde que se celebrara el multitudinario acto de inauguración del monumento, y casi dos décadas de los sucesos que motivaron su creación, las autoridades municipales cedieron ante las peticiones de la opinión pública y el Ayuntamiento de Cullera. Sin que conste fecha concreta, la escultura fue trasladada al cementerio y a sus pies fueron depositados los restos de la tres víctimas: el juez Jacobo López de Rueda, el oficial Fernando Tomás Pastor y el alguacil Antonio Dolz García. Hoy se conservan en el Pavelló de Fills Il·lustres.

El debate para su traslado fue abierto por Fernando Bosch y Martí, a través de una de sus colaboraciones en el semanario local «El Anunciador Comercial». El 29 de marzo publicaba el artículo titulado «Es antiestético y antiético», al que le seguirían opiniones de otros ciudadanos de Sueca y Cullera publicadas en sucesivas fechas apoyando el planteamiento inicial de Bosch y Martí.

Tras recordar que en la escultura se representaba «una matrona que simboliza la Justicia y un obrero que en actitud de sumisión y profundo arrepentimiento, deplora la vil acción cometida», el artículo expresaba que «ni la matrona ni el obrero (este por su posición) significan el sentimiento de grandeza que el monumento había de recordar y perpetuizar (sic)». Además, también apelaba a la condición de que la pena estaba extinguida «por los que fueron condenados en el Consejo de Guerra» y a la confraternidad de las poblaciones vecinas de Sueca y Cullera.

Por ello, añadía que «sería muy conveniente que el monumento recordatorio de estos trágicos sucesos se llevara al camposanto de Sueca, como debido mausoleo a la memoria heroica de aquel Juez, Oficial de escribanía y modesto Alguacil».

Bosch y Martí recordaba al final de su artículo que «en Sueca todo el mundo sabe el mote que ha merecido la tal simbolización de la Justicia hollada». Ese nombre era La Margot, tal y como queda constancia en una opinión publicada con posterioridad en el mismo semanario.

Petición formal de Cullera

El alcalde de Cullera, Agustín Bertomeu Crespo, pidió al de Sueca, Juan Serrano Pla, en mayo de 1930, que la escultura fuera retirada de su ubicación original. «Es también evidente que el referido monumento más que a los autores de los crímenes que se juzgaron y castigaron, afecta al buen nombre de esta población, porque, los que lo vean no ven en él el estigma de los criminales sino que lo refieren a los llamados "tristes sucesos de Cullera": de modo que el estigma más que afrenta para los criminales, lo es para la inocente población de Cullera», justificaba la primera autoridad peticionaria.

«Para colmo de desdichas –seguía la carta–, resulta también que el tal monumento (Justicia Hollada), no estuvo bien concebido, porque la matrona que quiere representar a la ninfa Egeria inspiradora de las primeras leyes que dio a Roma el rey Numa Pompilio es un tipo vulgar de mujer, provocativa y abultada de carnes, que parece sacada de una de las gordas del "Arte de ser bonita"; todo el mundo la juzga de figura impúdica y torpe y, lo más grave, es que el obrero segador que tiene junto a sí, lo tiene pegado en la parte baja del vientre, haciendo pensar en el os vulva de Salomón (sic), tildando al tal monumento, no sólo impúdico, sino de lo más inmoral».

Por todo ello, y otros detalles desgranados a través de seis cuartillas mecanografiadas, citando diversos artículos del Código Civil sobre la moral, concluye: «En virtud pues, de todas estas razones verdaderamente requeribles, el Ayuntamiento de Sueca, cumpliendo estrictamente con las leyes y lo que demanda la Moral, debe de acordar en sesión extraordinaria, y en visto de los expuesto en esta comunicación, que el tal monumento desaparezca de la vía pública por herir los sentimientos de hidalguía de esta antigua población de origen romano, y el honor de los actuales habitantes de Cullera y generaciones venideras, y más aún tratándose de dos pueblos hermanos como son Sueca y Cullera». La misiva concluye con la advertencia de que de hacerse caso omiso, trasladarían la petición al rey Alfonso XIII y al gobierno.

La obra fue desmontada de la placeta del Convent y reubicada en el Cementerio Municipal cumpliendo así la voluntad de un amplio sector de las dos poblaciones. No existen datos concretos del momento del traslado y de su desaparición, en los primeros meses de la Guerra Civil.

«Aparece» a finales del s. XX

A Alfredo Guillem, alcalde de Sueca en los períodos 1980-1983, 1983-1987 y 1999-2003, le llegó la versión, durante este último mandato, de que la escultura había sido localizada en uno de los depósitos del Ministerio de Interior en Madrid. Puestos en contacto con el citado gabinete «contestaron que no había ni había habido nunca una escultura o monumento de esa índole», recuerda.

«No conseguimos dar con el paradero del monumento ni ninguna pista fidedigna de qué podía haber pasado con él», asegura. Aprovechó uno de los viajes realizados a Madrid y nada aclaró. Guillem afirma que el historiador y bibliotecario J. Antoni Carrasquer «dedicó mucho trabajo, porque mi pretensión era encontrarlo para someterlo a restauración».

Así, el final del monumento todavía sigue siendo un misterio. Una de las versiones señala que fueron los anarquistas quienes en la guerra civil la arrastraron, haciéndola rodar sobre sí misma, hasta tirarla al azud del río Xúquer. Otra es que fue cortada para hacer lápidas. La tercera es similar, aunque el aprovechamiento pudo ser el ser utilizada para la delimitación de los campos, fites, como son conocidas en Sueca a este tipo de señales. Y la última es que fue enterrada a la derecha de la entrada del cementerio, en una zona donde no existen sepulturas.

Sueca pidió el indulto de todos los condenados

La gran repercusión mediática que la gravedad de los hechos despertó en toda la prensa española no fue obstáculo para que el Ayuntamiento de Sueca pidiera el indulto de la pena de muerte para los condenados, como recuerda Ysabel Meseguer, historiadora y bibliotecaria de El Perelló. El alcalde Pedro-Juan Serrano Biguer remitió un telegrama al diputado Francisco Peris Mencheta pidiéndole que intercediese por los condenados ante el rey Alfonso XIII. El Pleno lo había acordado el 19 diciembre 1911, tal y como consta en El Sueco de la época. El semanario pasó a ser diario durante las tres jornadas que había durado el Consejo de Guerra contra los implicados celebrado en Sueca.

Paralelamente, en nombre del Consistorio, también envió telegramas tanto al presidente del Consejo de Ministros, José Canalejas, como al propio monarca. El Pleno del ayuntamiento de Sueca también solicitó del Gobierno del estado el 15 de febrero de 1912 que se reconociese el comportamiento ante los hechos del alcalde Serrano Biguer. En junio se le concedió la Cruz de Segunda clase de Mérito Militar con distintivo blanco.

Sueca habilitó su propia playa para dejar de acudir a la de Cullera

El alcalde ordenó en 1916 ampliar un estrecho camino al mar y plantó las palmeras que dan nombre a la zona

Los hechos de Cullera contribuyeron al nacimiento de una nueva zona residencial para las familias suecanas: Les Palmeres. Hasta esa fecha no eran pocas las personas de Sueca que tenían en Cullera su centro de veraneo.

Tras el grave suceso de 1911 se produjo cierto distanciamiento entre las dos poblaciones, según recordaba Nicanor del Pardo en un reportaje publicado por Levante-EMV el 29 de agosto de 1986. Ello propició que se buscaran alternativas y siendo alcalde Vicente Guillem Martínez, Curro «el Nap», es cuando se producen los primeros asentamientos.

El alcalde ordenó ampliar un estrecho camino hasta la playa y plantó las palmeras que dan nombre a la concurrida zona turística actual.

«Era el verano de 1916, cuando en bicicleta y carro comenzaban a llegar a esta playa los suecanos», recordaba Enrique Lluna Puig en el semanario Sueca del 11 de agosto de 1991, coincidiendo con el 75 aniversario de las primeras construcciones.

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