Ante el altar de una Basílica de la Virgen abarrotada de gente, Ana Lacruz, Inmaculada Parra y Pilar Sarrió fueron consagradas el domingo "vírgenes seglares". Recibieron el anillo que las casaba formalmente con Jesucristo en un desposorio místico. Fueron cubiertas con un velo que simbolizaba la venida del Espíritu Santo. Y les fue entregado el libro de la oración litúrgica para que cada día recen las oraciones de Laudes, Vísperas y Completas. Son las tres insignias de la virginidad consagrada que incluye a estas valencianas en el reducido Orden de las Vírgenes seglares. Con ellas, sólo hay cuatro vírgenes seglares en la diócesis de Valencia, unas 150 en toda España y apenas 3.000 a lo largo y ancho del mundo.

Todas ellas tienen en común la promesa perpetua de vivir en estado de castidad y renunciando a la vida matrimonial; mantener su condición seglar y su vida laboral; cumplir la misión apostólica de la caridad y la misericordia; transmitir el Evangelio en la parroquia, el trabajo, la familia y las amistades; y servir a la Iglesia mediante el rezo de la Liturgia de las Horas y en todo aquello que disponga el obispo, su único superior.

Esta práctica, ampliamente desconocida, hunde sus raíces en los primeros tiempos del cristianismo. La consagración de las vírgenes se generalizó en el siglo II, como en el caso de Santa Inés, Santa Lucía o Santa Cecilia, pero perdió protagonismo con la aparición de la vida religiosa femenina en los conventos hasta casi desaparecer en el siglo XIII. En 1970, el papa Pablo VI restauró la consagración de vírgenes seglares y promulgó el nuevo rito. De hecho, el nuevo Código de Derecho Canónico de 1983 ya reconoce esta forma de vida consagrada en la Iglesia y específica en el canon 604 que se trata de "seglares consagradas en fidelidad constante a Dios y bajo la dependencia del obispo".

Merced a esta restauración, en 2005 se consagró en Valencia a la primera virgen seglar moderna. Ahora, después de que el arzobispado haya rechazado a algunas aspirantes en el último lustro por no verlas capacitadas para este ministerio, se han juntado de golpe estas tres nuevas vocaciones valencianas para ingresar en el Orden de las Vírgenes: Ana Lacruz, pianista de 43 años nacida en Xàtiva, afincada en Valencia y profesora del conservatorio de Catarroja; Inmaculada Parra, de 38 años y nacida en Riba-roja que enseña Religión en el instituto público Tierno Galván de Moncada; y Pilar Sarrió, abogada valenciana de 49 años.

El sentido de la castidad

¿Y por qué se han hecho vírgenes seglares? Mientras apura la jornada laboral en el conservatorio de Catarroja, Ana Lacruz explica a Levante-EMV su caso. Ella era una mujer muy religiosa -integrada dentro del Camino Neocatecumenal, los kikos-, pero no terminaba de ver satisfechas sus aspiraciones. Lo intentó en un convento, pero vio que no era lo suyo. También estuvo dispuesta a las misiones evangelizadoras de los kikos. Finalmente, conoció él Orden de las Vírgenes y se entusiasmó. "Desde el principio me cautivó porque nace del Evangelio puro, de Jesucristo, ya que de su muerte y resurrección nace un fruto que son las comunidades cristianas que viven al estilo de Jesús. En esas comunidades primitivas empezaron a aparecer unos carismas especiales en mujeres castas que atendían a los necesitados y oraban por todos", explica.

Respecto a la castidad, Ana es muy explícita. "No es algo místico que se quede en el aura de guardar la castidad. La castidad no tiene ningún sentido si no es para cumplir una misión, porque de lo contrario es una represión para tu vida. En la adolescencia y la juventud es normal que la persona tenga sus impulsos. Yo me considero de carne y hueso y tengo mis debilidades, pero Dios me ha dado una fuerza especial para llevarlo adelante porque me quiere para esta misión": entregarse a Cristo y a los demás desde la vida seglar. Para ser, en el siglo XXI, una de las 3.000 vírgenes de Jesucristo.ç

"¿Anacrónico? Ahora la felicidad es la misma que hace 2.000 años"

¿Es anacrónico ser virgen seglar y esposa de Cristo en el siglo XXI? Ana Lacruz prefiere no hablar de modas, sino de la esencia de esta clase de vida consagrada. "Esta vocación -responde- nació en unas mujeres que buscaban ser felices, y esta felicidad es la misma ahora que hace 2.000 años. Porque no se trata de si en esta época se estila vivir así o no, o está más o menos de moda. No. Esto es una forma de vida que a nosotras nos va a hacer felices, y eso es lo que todos buscamos: ser felices". Lacruz destaca que se trata del "ritual más antiguo que existe en la Iglesia", y destaca la diferencia con las monjas. "Una monja de clausura es contemplativa en el convento, apartada del mundo. Nosotras también vivimos de nuestro trabajo, pero vivimos en el mundo", destaca Ana, quien asegura que hay un "florecimiento de estas vocaciones". p. cerdà valencia