Ignacio Carrau (Valencia, 1923) fue el último presidente franquista de la Diputación de Valencia. La gobernó entre 1975 y 1979, periodo en el que actuó de azote anticatalanista en plena «Batalla de Valencia». Católico tradicionalista, se posicionó contra la Constitución del 78 por ser demasiado laxa con los separatismos. Desencantado con el nuevo sistema, en 1979 dejó la política y se volcó en su gran pasión: la abogacía.

Ignacio Carrau recibe en el despacho de abogados de la familia, al que acude cada día con 88 años vestido tan elegante como hoy: traje, chaleco, camisa, corbata y un rostro limpio y amable que asoma tras su inconfundible bigote. No extraña verle en la pechera la cruz de cavaller jurat de Sant Vicent Ferrer —fue lloctinent general del Capítulo— ni una foto en la estantería del momento en el que el papa Juan Pablo II nombraba Comendador de la Orden de San Gregorio Magno a este hombre que presidió durante 23 años la cofradía del Santo Cáliz. Muy cerca figura una banderita española con el águila de San Juan. La Iglesia y la España de Franco, sus dos pasiones ideológicas, apenas separadas por el retrato de su hija Amparo, que se le fue a los 39 años y a quien no olvida ningún día este hombre conversador, de mente lúcida y trato muy afable.

El tardofranquismo, la Transición, la «Batalla de Valencia». ¿En qué batalla no ha estado usted?

Sí, yo estuve metido en las batallas políticas de la Transición mientras fui presidente de la Diputación de Valencia. Luego ya me aparté de la política, que la contemplo no como espectador pasivo, ya que un hombre que siente el amor a la patria y el amor a Valencia no puede ser espectador pasivo, sino como espectador padeciente de esta situación.

¿Quién ha sido Ignacio Carrau?

Fundamentalmente he sido un profesional de la abogacía. Mi abuelo fundó el despacho, mi padre siguió y fue mi maestro, yo asumí la titularidad del despacho y después contribuí a formar en el ambiente jurídico a mis hijos y a mis nietas, que siguen con la profesión.

¿Y en la política?

Mira: la Guerra Civil me pilló con 13 años y viví unos años muy difíciles. Sufrí el encarcelamiento de mi abuelo, de mi padre y de mi hermano mayor en unas situaciones dramáticas. A mi hermano mayor lo mataron a causa de sus convicciones no políticas, sino religiosas, por su papel en la Federación de Estudiantes Católicos.

Y esa herencia familiar lo marcó políticamente.

Claro que te marca. Y te crea una situación de autodefensa. Durante el régimen de Franco yo no tuve cargo político alguno. Estuve en el Frente de Juventudes, como entonces estábamos todos,y fui subjefe de centuria cuando estudiaba el bachillerato, pero sin una adscripción activa en Falange. Claro que mis ideales y mis sentimientos estaban con Franco, y eso no lo negaré nunca. Seré siempre fiel a esa idea de fidelidad a Franco porque estableció una situación de libertad para expresar sentimientos religiosos y actividad de apostolado.

¿Y cómo llegó a la diputación?

En 1974, la junta del Colegio de Abogados acordó presentarme a mí como candidato a diputado provincial en representación del Colegio de Abogados. Yo no tenía ninguna aspiración, pero finalmente acepté y resulté elegido diputado provincial. Un año después nos quedamos sin presidente al ser nombrado Salvador Escandell gobernador civil de Las Palmas. Se armó un gran revuelo en Valencia porque todos querían ser presidente.

¿Y usted?

Yo no, yo me fui a Bronchales a veranear. Y estando allí pescando la trucha, un día se presentó un coche de la diputación que venía a recogerme tal como estaba: con vaqueros y camisa de montañero. Me llevaron al Gobierno Civil, y el gobernador Enrique Oltra Moltó me recibió con un abrazo y estas palabras: «Enhorabuena, presidente». Yo me quedé de piedra, porque no lo esperaba ni había hecho ninguna gestión para serlo. Y el 31 de julio de 1975 tomé posesión de la presidencia.

A usted se le considera uno de los últimos «demócratas orgánicos» valencianos.

En mi discurso de toma de posesión, ya dije que habría algunos que se extrañarían al ver que me subía al tren de Franco cuando el régimen estaba para acabarse. Pero lo hacía por fidelidad a unos ideales y por lealtad a mis sentimientos.

Sobre la actuación del franquismo en Valencia, usted dijo: «Yo la encuentro magnífica y no nos podemos quejar de nada». Atrevido…

Hombre, yo creo que el régimen de Franco fue muy fructífero para Valencia. Además, la historia se escribe como se quiere. Con el valenciano mismo. ¿Cuántos teatros de primera fila hay ahora que hagan funciones de teatro en valenciano? Ninguno. Pues en la época de Franco estaba el Alcázar, el Serrano… Así es que no se puede hablar de persecución del valenciano en el franquismo.

Hombre, el valenciano se prohibía en el sistema educativo…

En la educación no estaba porque la sociedad no lo requería y porque aún no existía esa inquietud. Pero en fin, Valencia empezó a transformarse en la época de Franco. Hay una cosa de la que no renegaré nunca: mi lealtad a Franco. La mantuve porque viví la situación tan trágica para mi familia. Para mí fue una auténtica liberación que llegasen las tropas y se estableciese la libertad de expresión de los sentimientos religiosos. ¡Si cuando nos incautaron la casa de la calle Colón, yo tuve que sacar una Virgen de los Desamparados escondida en un cesto para ropa sucia por delante de los milicianos! Hay que ver los dos lados, y no digo que en el otro lado fueran todos santos.

¿Cómo valora la Transición?

Bien, porque se supo salir de un régimen de dictadura y autoritario a una democracia circunstancial de partidos políticos sin peligro ni grandes dificultades. A mí me han hablado de Enrique Oltra Moltó como gobernador autoritario que imponía su voluntad a todos…

A Oltra Moltó le llamaban con sarcasmo «Otra Multa»…

Sí, pero es porque la gente no lo conocía bien. Una vez le dije: «Enrique, qué lástima que la gente no te conozca, porque yo he visto tu carácter y sé que eres de un gran corazón, pero lo ocultas a la gente». Él se echó en mis brazos y le saltaron las lágrimas. Pero había situaciones en las que debía ponerse duro para corregir desviaciones.

¿Los valencianos salieron perdiendo con la Transición?

Sí, porque los políticos valencianos se fueron a Madrid y se hicieron madrileños.

Pasemos a la «Batalla de Valencia». ¿Ve superada la cruzada anticatalanista?

No, no, no. Tal vez, la cuestión de la personalidad valenciana se ha afianzado con el paso del tiempo. Pero hay un tema que a mí me preocupa: que el valenciano que se enseña en los colegios no es el valenciano auténtico. El PP ha cometido una equivocación, porque ha tenido la mayoría absoluta para haber orientado el valenciano adecuadamente. Tenía la Real Acadèmia de Cultura Valenciana (RACV), que podía haber sido la base para establecer la política lingüística, pero ha fomentado la Acadèmia Valenciana de la Llengua (AVL), que no ha establecido unas normas del valenciano auténtico. ¡Eso será chino o lo que sea, pero no es valenciano!

Usted alimentó el «blaverismo»: impidió que Sanchis Guarner presidiera Lo Rat Penat en 1976 e impulsó desde la diputación la creación de la Real Acadèmia de Cultura Valenciana. ¿Por qué todo aquello?

No, no. Yo no intervine en la política interna de Lo Rat Penat. Con Sanchis Guarner tuve relaciones normales pero sin someterme a sus criterios, porque él estaba entregado al catalanismo de Joan Fuster. Yo defendía el valenciano del Pare Fullana en cuanto a la lengua. Y, en cuanto a la historia, apoyaba la personalidad distintiva del Reino de Valencia respecto a Cataluña, de la que no debía tener la menor dependencia ni concomitancia. Sí: yo acudí a manifestaciones valencianistas, recibí en la diputación al Grup d´Acció Valencianista (GAV) y siempre he mantenido la misma posición: mi amor a Valencia no supone menoscabo de amor a España, sino que es contribución a la patria común.

¿Cuánto le debe el valencianismo de raíz «blavera»?

Nada, porque lo que yo pude aportar en mi época a disposición de los blaveros, como tú dices, es mi satisfacción. Dentro de mis posibilidades como presidente de la diputación siempre me tuvieron dispuesto a trabajar por Valencia desde ese punto de vista: «Valencia, región de España».

Y ahora mismo, sin Unió Valenciana ni Coalició Valenciana, ¿cómo ve la situación?

Ésa es la cuestión. No veo que haya una posición defensora clara de Valencia, porque el otro día Rajoy decía que el trasvase del Ebro no se hará nunca. Juegan con nosotros. No estoy contento ni con unos ni con otros [PP y PSOE] con respecto a la defensa de Valencia. Hace falta un movimiento valencianista, pero sin caer en el error del independentismo. Valencia, dentro de España.

Sólo una maldad: en 2011 y con 88 años, ¿todavía le dan miedo los catalanes?

No, miedo no he tenido nunca, porque siempre he confiado en que Valencia tiene reservas y gente preparada para salir en defensa de la realidad valenciana.

Usted se posicionó en contra de la Constitución de 1978 porque entendía que el título octavo podía ser germen de la disgregación de España.

Eso lo dije y lo mantengo.

De momento España continúa entera…

Entera de momento, pero con unas posiciones muy fuertes para provocar el separatismo.