Sacó la pierna del BMW blanco, buscó suelo firme, se puso en pie a las puertas del Palacio de Justicia, avanzó tras una coraza en forma de sonrisa ortopédica, se diría que fabricada con el mismo molde que las máscaras de Anonymous que le gritaban "lladre, lladre" al otro lado de la calle, y entonces cayó en la cuenta. A las 9.22 horas del 12 de diciembre, Francisco Camps Ortiz (Valencia, 1962) se percató, como el personaje del psicólogo infantil que encarna Bruce Willis en "El sexto sentido", de que estaba muerto. Políticamente. En su partido lo desahuciaron un mes de mayo de 2010, cuando el Tribunal Supremo levantó el archivo de la causa de los trajes; Mariano Rajoy lo desenchufó de la máquina el pasado 20 de julio y ayer se ofició el funeral. En la más estricta intimidad. Por expresa huida de casi toda la familia política.

Al hombre del traje azul lo descargó Juan Cotino, el presidente de las Corts y padre protector de Camps, al que hasta le dio techo cuando ambos ocupaban cargos en Madrid. Cotino hizo uso de su carné de conducir para que su ahijado no notara tanto el mono del coche oficial. Fue el gesto piadoso de un presidente de las Corts que está opositando a embajador ante el Vaticano. Juan salió zumbando, aparcó y regresó después para acompañar a Camps. Al expresidente -que iba con su abogado, Javier Boix- la policía le regaló, a pie de BMW, un saludo marcial con el que quiso contribuir a endulzar con nostalgia el amargo trago del Molt Honorable. De un político amortajado con doce trajes, cuatro americanas, cinco pares de zapatos y cuatro cinturones. 14.021 euros en honras fúnebres.

Justo en la puerta del TSJ lo esperaban su mujer, Isabel Bas; el exconseller Alejandro Font de Mora (forense de profesión); la exconsellera Trini Miró; la directora del IVAM, Consuelo Ciscar; quien fue su jefe de gabinete, Pablo Landecho; Henar Molinero, alto cargo en presidencia, y la diputada Esther Franco, la mujer de Vicente Sanz. Casi ahí acabó el duelo.

Antes de repartir besos y abrazos a este corrillo de apoyo, Camps levantó el brazo y saludó agitando la mano como saludan los reyes. Como si ya no fuera un ex. Como si no hubiera ya un rey puesto llamado Alberto I el austero, el transparente, el del borrón y cuenta nueva. De la dinastía de Mariano el sensato y el prudente, antes el pusilánime.

Pero Camps no tardó en percatarse de que no tenía a quien saludar. A quien en vida gestionó casi 120.000 millones de euros, en siete presupuestos y medio (2003-2011), colocó a buena parte de los 177 altos cargos del Consell y presidió un partido de 140.000 afiliados lo abandonó la coreografía que lo había adornado al principio de este enredo tragicómico. Ni altos cargos, ni banderitas del PP, ni alcaldes. Ni siquiera los jóvenes de la cantera, los de Nuevas Generaciones. El sentido del olfato es el primero que se cultiva en política.

Todos huyeron de la postal de presidente que descuidó el cordón sanitario y permitió que los buscadores de oro, los vendedores de crecepelo y de elixires de la eterna juventud -hoy desfilarán como testigos- camparan por la Generalitat y la desvalijaran con salvoconducto expedido por el jefe del Consell. Presuntamente.

"L'expresident, a Picassent". Gritaban los del Col·lectiu Contra la Corrupció y los indignados del 15M, que, desde las nueve y cinco, fueron poblando los jardines de enfrente, tras el carril bus. Hasta la contra tuvo que adaptar su particular repertorio de letra de canción protesta para poner el ex. Y el ex sólo congregó en su apoyo a una treintena de devotos campsistas -no más de cincuenta en el momento de mayor viveza- apostados en la esquina que da al Parterre. La policía no permitió esta vez a las hinchadas acercarse al TSJ. "No hay democracia", denunció Carmen, mientras al otro lado de la trinchera, Miguelón -un indignado de Patraix enfundado en el traje con el que se casó- se quejaba de que la policía le quería identificar y no lo dejaba protestar. Miguelón está en paro de varios oficios, funerario entre otros.

El colectivo proPaco no era nutrido. Pero entusiastas en la fe y madrugadoras -el sector femenino era abrumadoramente mayoritario- y con una media de edad avanzada. A las seis de la mañana, antes de que el gallo cogiera el libreto para cantar por primera vez, la plana mayor del PP negó a Camps huyendo a Madrid. Y a esa hora, Lucía Esteban llegó al Parterre para pasar a la historia como la primera en la cola de los feligreses de la Iglesia campsista. Que era la fila para entrar al juicio. Luchi es experta en madrugones para colgar pancartas en el gallinero del salón de plenos del Cap i casal, como presidenta de la peña Curva Barberá, no constituida oficialmente.

¿Y qué pasó con Ricardo Costa? Ser el segundo de un ex apenas le otorgó derecho a un cameo en una escena sin diálogo. Nadie, absolutamente nadie, aguardó su llegada. Cinco minutos después de Camps, hizo su entrada Ric, el cariñoso apelativo con el que lo bautizaron los cabecillas de la trama Gürtel. Ric no desmereció la percha de su tocayo en el café de Casablanca, encarnado por Bogart. Sólo su abogado, Juan Casanueva, lo flanqueaba. Su novia lo acompañó, unos metros más atrás.

No torció el gesto ni siquiera cuando el sector protestante gritaba que "no hay pan para tanto chorizo". Los propios guardaron silencio. Allá a los lejos. Entró también el letrado de la acusación popular (el PSPV), Virgilio Latorre, con paso firme, mientras las docenas de periodistas apostados ante la puerta gestionaban todos los ángulos de la pista del sexto circo que se ha instalado esta Navidad en Valencia. Quizás, con el del Gran Fele, la propuesta artística más alternativa.

En la calle, los indignados iban desgranando su repertorio letrístico ("Adéu, president, adéu") con música de los Pet shop boys, mientras la prensa esperaba la constitución del tribunal. El tercer grado al que las partes sometieron a los 29 aspirantes a jurado retrasó tanto el inicio de la vista, que por la cola de los aspirantes a público, fueron pasando y abandonando la fila Consuelo Ciscar, Joserra García Fuster, David Calatayud (de confianza de Cotino) y algún otro del segundo escalón. O del escalón jubilado. Ciscar se mostró muy activa proCamps. Como si gestionara la captación de campsistas a favor de su marido, Rafael Blasco.

Se fue dilatando tanto el arranque, qua las 14.20 horas, apareció un vehículo de Radiotaxi, del que se apeó un escolta de Camps y otras dos personas con avituallamiento para el expresidente y Costa. El restaurante Diblú sirvió la comida fría. Como la mañana. Como la mirada del magistrado José Flors, cuando salía del TSJ. El implacable instructor de la causa de los trajes lucía ayer barba. El Bigotes, que hoy declara, ya hace tiempo que se afeitó. Y el protagonista de este vodevil, cuyo último acto empezó a rodarse ayer, ha perdido el cargo y los costaleros. 1.039 días después de estallar Gürtel, ya nada es lo que era.

Los críticos superan esta vez a los partidarios

en número y decibelios

Los seguidores de Francisco Camps fueron muchísimo más madrugadores. A las ocho estaban ya casi los mismos que a las nueve, cuando empezaron a llegar los críticos. Fue la única victoria que ayer cosecharon los simpatizantes y militantes del PP frente a los indignados del 15M e integrantes del Col·lectiu contra la corrupció. Al no arrancar la vista, no pudieron copar la sala pese a estar todo el día haciendo cola. El 19 y 20 de mayo de 2009, los afines al entonces presidente fueron más, y se oyeron por encima de la veintena escasa de detractores. Además, pudieron concentrarse en la puerta y hacer un pasillo de entrada a Camps y, el día antes, a Costa. El asesor municipal de Compromís, Giuseppe Grezzi, con su bicicleta a rastras y su camiseta de "Wanted Camps", y su compañera de coalición Reyes Matamales, megáfono en mano dirigiendo los coros, han estado en las dos citas. Proclamas contra el expresidente las hubo de todos los colores: "Camps, ratero, págate el ropero", "Algo ahí dentro, huele a podrido", "Inocente=mentira, falta Fabra" o un "Rajoy, i el duro per a la pesseta", en alusión a la frase de Alfonso Rus en la que evocó que el apoyo de Camps fue clave para que Rajoy ganara su congreso de Valencia. Un recordatorio que removió las tripas de Génova. Un "Camps, culpable devuelve la pasta" escrito sobre tela estampada con flores puso el toque retro. Rubén, un ingeniero agrónomo de 33 años, en paro, se definía como "muy indignado" mientras exhibía un cartel cinematográfico con Camps como "El xiquet del traje a ratlles". f. a. valencia