No hay mejor manera de certificar un cambio de ciclo en la economía que hacer un sencillo repaso de las construcciones pendientes de terminar. El paradigma en la Comunitat Valenciana es el Ágora de la Ciudad de las Ciencias. Sin una programación de contenidos estable, el edificio no ha sido culminado. Las lamas batientes que debían coronarlo se amontonan abandonadas en un solar anexo. El autor del diseño, el arquitecto valenciano Santiago Calatrava, dice que hay que modificarlas. Pero ni la empresa contratista, ni la subcontratista, ni la empresa pública están dispuestos a pagar su reconstrucción. No hay dinero para ello.

El Ágora fue el penúltimo empeño de Calatrava para completar el recinto de la Ciudad de las Ciencias. Pese a no ser necesario desde el punto de vista funcional, Francisco Camps, que como presidente no había impulsado ninguno de los elementos del complejo (aunque se atribuye la idea del Palau de les Arts en su etapa como conseller de Cultura), compró la idea al arquitecto. Su coste ha superado los noventa millones de euros y pese a su imponente figura (que por cierto tapa las bellas cubiertas del Oceanogràfic diseñadas por Félix Candela) la dirección de Cacsa tiene muchas dificultades para buscar actividad al recinto.

Sus costes de mantenimiento son altos, pero más aún cuesta sostener el Palau de les Arts. La dirección ha reducido a la mínima expresión la programación. De nuevo la misma razón: No hay dinero.

Los problemas de Cacsa son análogos a los de muchos grandes proyectos y eventos impulsados por la Generalitat Valenciana. Desde que la crisis estalló en toda su magnitud en 2008, el descenso de los ingresos y la sequía de los mercados financieros han puesto en cuestión un modelo de gestión política-económica basado en grandes gastos y proyección de imagen hacia el exterior. La apuesta por los eventos y los edificios espectaculares con firma de autor ha resultado muy rentable para los intereses del Partido Popular desde que Eduardo Zaplana descubrió en 1995 tras llegar al poder autonómico que no había mejor forma de atraer el voto de los valencianos que alimentar su autoestima y exorcizar sus complejos. Durante más de un década, esa idea se convirtió en pieza estructural del discurso popular. Francisco Camps no sólo la asimiló como propia, sino que la elevó a la máxima potencia con la promoción de eventos deportivos de alcance internacional como la Fórmula 1. Asfixiado por la deuda y la falta de liquidez, el nuevo jefe del Consell, Alberto Fabra, se ha visto obligado a poner en revisión todo el modelo. La disyuntiva es clara: O se desmantela parte de la estructura construida en torno a los grandes eventos y proyectos o se abandona a su suerte el Estado del Bienestar.

De momento, las presiones internas en el seno del Partido Popular están decantando la balanza sobre la segunda opción. El último ajuste del Consell pone en el acento en un recorte salarial a médicos y profesores, en retirada de deducciones fiscales para las familias tanto en las ayudas para el mantenimiento de hijos como en las de inversión en vivienda. No obstante, la voluntad de Fabra es atajar el gasto en grandes proyectos y eventos. «El presidente tiene claro lo que hay que hacer», afirman desde su entorno.

Lo cierto es que en este objetivo cuenta con el respaldo de la mayor parte de la clase empresarial. El sector turístico (asociaciones de hoteleros y hostelería) cree que si no hay fondos para mantener las campañas de promoción y los planes estratégicos de turismo hay que amortizar la inversión de los grandes eventos. El trabajo de promoción de la imagen de la Comunitat Valenciana ya está hecho, por lo que ahora toca consolidar clientes y mejorar la oferta de las empresas. Desde algunas importantes organizaciones empresariales se comparte la idea. «Somos de la opinión de que la situación es tan complicada que hay que revisarlo todo. Creemos que todo aquello que no aporta valor o no nos podemos permitir hay que prescindir de ello», afirma una fuente empresarial. A su juicio, hay que estudiar los eventos que se pueden pagar y los que de verdad suponen generación de riqueza y empleo. Los que no cumplan estas condiciones deben suprimirse.

El más espinoso de los eventos a revisar es, sin duda, el de la Fórmula 1 (el Consell ha suprimido ya el trofeo de hípica, ha vendido las acciones de Terra Mítica y quiere arrendar la Ciudad de la Luz). Fabra busca fórmulas para reducir su coste, tras romper con Valmor el contrato de gestión. Pero los compromisos con Ecclestone han resultado más firmes de lo inicialmente publicitado. La Generalitat tendría que desembolsar 94 millones, el importe del canon hasta 2014. La Generalitat ha remitido un carta al patrón de la F1 para negociar los contratos a la baja y mira con buenos ojos la propuesta de Cataluña de alternar los grandes premios. Este verano habrá carrera, pero habrá que ver qué ocurre en 2013. El circo valenciano está echando el telón. El grifo del dinero se ha secado y con él la ilusión de la autonomía eternamente feliz.