Francisco Camps y Ricardo Costa eran amigos. Como Presidente del Partido Popular y Secretario General tenían una relación diaria y estrecha. En las Corts, Costa flanqueaba a Camps desde el sillón de detrás y éste le tenía por su eterno delfín, el siempre futuro conseller. Pero el 13 de octubre de 2009 Génova reclamó su cabeza política y Camps le dejó caer. Así lo vivió Ricardo Costa, que pasó un año ocupando el último escaño de las Corts, expulsado de su partido. Y nada volvió a ser igual. Ni siquiera su reinserción como portavoz en la comisión de Economía calentó una relación que había quedado congelada. Cuando el 20 de julio de 2011 los cuatro acusados en la causa de los trajes decidieron aceptar las multas y zanjar el calvario político, Costa no se fió. Durante la larga mañana en el TSJCV, después de que Rafael Betoret y Víctor Campos se hubieran conformado con las penas, y a la espera de que Francisco Camps apareciera para hacer lo propio, Costa quiso esperar a que el presidente de la Generalitat firmara primero. Había perdido la confianza. Camps no apareció y ambos se vieron sentados en el banquillo. Juntos.

A lo largo de las veintiséis vistas que ha durado el juicio, hubo días mejores y peores, sesiones en las que intercambiaron sonrisas cómplices y otras en las que apenas se miraron. Como ese primer día, en el que mientras Francisco Camps no paraba de hacer gestos y comentarios, Ricardo Costa no parecía dispuesto a devolver ninguno. En el público, su pareja permanecía apartada de los muchos simpatizantes que acudieron a respaldar al expresidente, pero que parecían haber olvidado que Ricardo Costa había sido su secretario general y portavoz en las Corts. Con el paso de los días, sin embargo, Costa empezó a reír algunos comentarios de Camps, ayudó a que éste y su mujer intercambiaran mensajes en papeles doblados y su pareja pasó a sentarse junto a la mujer del expresidente. Miembros del colegio de abogados de Valencia, establecieron desde el primer día su base de operaciones e intendencias en las dependencias de éste en el TSJCV. Allí, a diario, se les podía ver almorzando en alguno de los muchos recesos del juicio junto a sus parejas, con bocadillos de casa. El miércoles, con el veredicto, Camps sonrió y buscó en el público a su mujer. Costa, sin embargo, recibió el suyo en silencio, serio, con la mirada perdida y su pareja expulsada por Juan Climent durante el desalojo de la sala. Camps le cogió la mano que estaba sobre su pierna y se la estrechó. Costa siguió mirando al horizonte. No hubo abrazo público como en otras épocas y cada uno se fue por su lado.