Los diarios, la vida contada en primera persona, adquieren un papel estelar cuando los escriben de su puño y letra los grandes protagonistas de la historia. Y sin duda, Niceto Alcalá-Zamora, el primer presidente de la Segunda República, forma parte de dichos personajes. Pero, además, si esas memorias han estado perdidas durante más de siete décadas, en las que han sido «robadas» hasta en tres ocasiones, cobran vida propia.

Los descendientes del político, nacido en Priego de Córdoba en 1877 y muerto en el olvido del exilio en Buenos Aires en 1949, han publicado en el libro «Asalto a la República. Enero-abril de 1936» parte de esos dietarios recuperados por la Guardia Civil en Valencia en diciembre de 2008, cuando un arquitecto valenciano pretendía venderlos por 80.000 euros en un céntrico restaurante. La edición de esta primera de las tres entregas de las recuperadas memorias de Alcalá-Zamora la firma el historiador Jorge Fernández-Coppel (Madrid, 1966), que ejerció de «cebo» en dicha operación encubierta en la que la Brigada de Delitos Contra el Patrimonio confiscó 1.200 documentos y manuscritos del expresidente.

La trilogía arranca con los dietarios de Alcalá-Zamora desde el 1 de enero hasta el 14 de marzo de 1936, un mes y una semana después de su destitución por las Cortes frentepopulistas en lo que el propio mandatario califica de «golpe de Estado parlamentario». En la introducción al libro, Fernández-Coppel relata, lo que el define como «el triple robo de las memorias del presidente de la República», una odisea que comienza el 17 de febrero de 1937 en la sucursal del banco francés Crédit Lyonnais en Madrid.

Odiado por derechas e izquierdas

Alcalá-Zamora, según escribe en el prólogo del libro el catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad Complutense, Juan Pablo Fusi, «aislado ante una derecha que no le perdonaba su negativa a que Gil Robles y la CEDA hubiesen formado Gobierno, y una izquierda que creía necesario ocupar la Jefatura del Estado», se marchó de España 10 días antes del golpe de Estado del 18 de julio.

El estallido de la Guerra Civil le sorprendió cuando realizaba un crucero por Europa del Norte junto a su familia. Jamás volvería a España. El Gobierno republicano no sólo confiscó sus cuentas, sino que inició una cacería de sus dietarios que no acabaría hasta que la policía dio con las cajas de seguridad 30 y 31 de la sucursal del banco galo que había alquilado su esposa.

Fernández-Coppel detalla que el fondo de memoria de Alcalá-Zamora que custodiaban aquellas cajas, según relató el expresidente, se divide en cuatro partes: «Por un lado están sus dietarios, donde anota a diario de su puño y letra o dicta los hechos más relevantes en su quehacer como jefe de Estado. Estos dietarios van de 1931 a 1936»; Otra parte importante, continúa, «son sus recuerdos de cómo fue la llegada de la República, que el escribe como un libro precioso casi en el momento en que suceden los hechos, en enero de 1932» —Este relato será el segundo volumen de las memorias de Alcalá-Zamora y verá la luz la próxima Feria del Libro—; el resto son sus memorias del reinado de Alfonso XIII, donde ocupó dos ministerios, y un importante anexo de documentos.

Estas memorias, «tras la sublevación militar son un objeto codiciado para los enemigos del expresidente», apunta Fernández-Coppel. Así, cuando el 6 de noviembre de 1936 el Gobierno de la República se traslada Valencia, el Ejecutivo del Frente Popular los usa con fines propagandísticos, publicándolos de manera sectaria para dejar en mal lugar a Alcalá-Zamora».

Valencia, en la encrucijada

Apenas se supo nada más de estos diarios robados hasta que en 2008, cuando Fernández-Coppel presentaba su libro «Queipo de Llano. Memoria de la Guerra Civil» en el programa de radio de César Vidal, «alguien llamó diciendo poseer los diarios de Alcalá-Zamora. Tenía una intención clara: quería venderlos». Este académico correspondiente de la Real Academia de la Historia (RAH) se negó a participar en aquello por «diversas razones morales», entre ellas su amistad con el catedrático de Historia y académico numerario de la RAH, José Alcalá-Zamora y Queipo de Llano, nieto del político y del general. Ambos habían emparentado al casarse la hija mayor del militar con el primogénito del presidente.

Decidieron poner el asunto en manos de la Guardia Civil, que montó una operación encubierta para incautarse de los diarios. El vendedor, según Fernández-Coppel, estaba acuciado «por problemas económicos por ciertas irregularidades con la justicia». Cuatro agentes de paisano le acompañaban a su cita en Valencia, uno de ellos «camuflado como asesor financiero».

El arquitecto, que se presentó en el restaurante acompañado de su mujer y con dos maletas de documentos, les contó cómo fue «el segundo de los robos» de los diarios. «Dijo que su padre era soldado en el Gobierno de la República en Valencia y que cuando se produjo la desbandada en marzo de 1939, se llevó aquellos papeles». «Sabía perfectamente —opina el historiador— que aquellos documentos eran robados, no con violencia, pero si aprovechándose del caótico desmoronamiento republicano».

«La Guardia Civil —prosigue— siempre me insistió que no dijera ninguna palabra que incitará a la venta, que le dejará hablar... El empresario reclamaba una gran cantidad de dinero, por supuesto en ‘B’». Fernández-Coppel prefiere no revelar dicha cantidad, pero según publicó Levante-EMV en su día era de 80.000 euros. Cuando el vendedor hizo su oferta, los agentes se identificaron y le detuvieron incautándose de los documentos.

La recuperación de la memoria de Alcalá-Zamora, «fue fascinante —relata— pero agridulce, pues por un lado estaba la alegría de dar con los documentos, pero por otro la amargura de ver que nos habían engañado». Así introduce Fernández-Coppel lo que el llama «el tercer robo». Es decir, la decisión del Ministerio de Cultura de quedarse con las memorias del expresidente.

El historiador centra sus críticas en Rogelio Blanco, el director general del Libro, Archivos y Bibliotecas del Gobierno de Zapatero: «Él se quiso apuntar el tanto, pensando que los descendientes de Alcalá-Zamora jamás se atreverían a litigar contra el Estado». La familia, destaca, «no pedía nada más que un homenaje al expresidente durante la entrega de los diarios al Archivo Nacional o a la RAH, pero no les telefonearon ni una vez». Fernández-Coppel lamenta que el ministerio «no tuviera en cuenta que Alcalá-Zamora dejó escrito en su testamento que si se recuperaban sus diarios, se devolvieran a su familia para que editara sus memorias», por lo que los nietos del expresidente interpusieron una denuncia con el fin de recuperar los documentos de su abuelo.

«80.000 € en dación en pago»

En este tira y afloja, Fernández-Coppel lamenta que el Gobierno, «en una estratagema para hacerse con la propiedad de los documentos robados en perjuicio de la familia Alcalá-Zamora, tratase de comprárselos al arquitecto al que se los había incautado, ofreciéndole 80.000 euros como dación en pago, es decir a cambio de compensarle parte de una deuda que tenía con la Administración del Estado».

Con la llegada de González-Sinde al Ministerio de Cultura, «el cambio fue radical». El historiador cuenta que se alcanzó un acuerdo con los descendientes de Alcalá-Zamora para que el Archivo Nacional «siga custodiando los fondos hasta que la familia cumpla con la voluntad del expresidente de se publiquen sus memorias». «Entonces, se hará oficial la cesión de los diarios al archivo para que estén a disposición de todos los investigadores», concluye.