En estos tiempos de plomo y retroceso, determinada prensa está azuzando a la opinión pública con una idea recurrente: los profesores adoctrinamos a nuestros alumnos. Tal idea va calando poco a poco en una parte de la opinión pública, en esa mayoría silenciosa que da por bueno que el papel de la ciudadanía es tan sólo votar cada cuatro años y que ve con temor cualquier cuestionamiento al sistema. Según esta línea de pensamiento, los profesores manipulamos las dóciles mentes de nuestros pupilos, dentro de una dinámica politizada de enfrentamiento contra el orden establecido. Como si el orden establecido no adoctrinara con medios muchos más poderosos que el aula.

Dice la RAE que «adoctrinar» es instruir a alguien en el conocimiento o enseñanzas de una doctrina, inculcarle determinadas ideas o creencias. ¿Estoy adoctrinando a mis alumnos? He de reconocer que sí; que lo vengo haciendo con convicción desde hace más de veinte años, creyendo que una parte importante de mi trabajo consiste en eso. Puede que influya el ser licenciado en Historia y que la oposición que aprobé me faculta para impartir lo que se conoce como Ciencias Sociales. Enseño doctrinas como el humanismo cristiano, el liberalismo, socialismo, anarquismo o fascismo, entre otras corrientes ideológicas; un clásico: que conozcan el pasado para comprender el presente y pensar el futuro.

Pero mi adoctrinamiento va más allá: intento inculcar determinadas ideas y creencias. Inculcar que la idea de libertad es consustancial a la idea de humanidad. Que sin igualdad de oportunidades no hay verdadera libertad. Que las mujeres han sido y son marginadas en la Historia. Sobre el riesgo de un desarrollo económico que olvida a la mayor parte de las personas, incompatible con la supervivencia de la naturaleza.

Trato de que sus mentes en formación (¿no es eso la educación?) entiendan la belleza intrínseca de los principios y tradiciones que sustentan la Declaración Universal de Derechos Humanos. Les inculco el valor de la palabra para que sepan distinguir la semántica de lo que oyen, para que escuchen a quienes argumentan cosas diferentes a lo que ellos piensan y así, mediante el pensamiento crítico, obtengan sus propias respuestas y sepan hacerse sus propias preguntas. Lo confieso, he de dar la razón a quienes con aviesas intenciones dicen que adoctrinamos: adoctrino y pienso seguir haciéndolo. No concibo otra manera de ejercer mi profesión.