René Alphonse van den Berghe, o mejor Erik el Belga, como le conocía la Policía, ya no es un ladrón de guante blanco. Ahora vive plácidamente retirado en Málaga, una ciudad que le gusta porque «siempre se puede ir en mangas de camisa». Desde su retiro malagueño, que es «como una Florida europea», recuerda sus andanzas, sus grandes golpes, aquellas vírgenes góticas con las que dormía y soñaba después de cometer un gran atraco en alguna iglesia perdida. Dicen que fue el más grande. Su voz deshilachada por el tiempo y la aventura destila misterio a través del hilo telefónico.

¿Cómo le entró su «vocación» por las obras de arte?

Era otra época. Corría el año 1962 y había demasiados santos en las iglesias. El Vaticano dio la orden de vender y emitió una bula para poner en venta obras que tenía desde hacía 2.000 años. Cuadros góticos, arcones, tallas románicas y góticas. Me di cuenta de que era un buen momento para empezar.

¿Y por qué en España?

Me fugué de una cárcel de Bélgica y me instalé en Alicante. Entonces me asocié con un empresario, un banquero y el hijo del cónsul francés. Allí monté una fabrica de bronce falso y lo vendía en subastas. Todo iba bien hasta que me descubrieron y me marché a Valencia. Viví un tiempo en Cullera y luego en un piso frente al Matadero. Hasta tuve una niña en el Hospital General.

Según cuentan las crónicas policiales, en Castelló también dejó su marca indeleble...

Sí, de una colegiata prerrománica de Segorbe me llevé el cuadro de una santa de Sassoferrato del siglo XVI. También había una biblioteca, de donde saqué una bula del Papa Luna. Todo se lo vendí a un coleccionista de Sudamérica.

Qué tiempos ¿no?... ¿Los echa de menos?

No. Ahora llevo una vida sencilla, trabajo legalmente para que obras de arte tengan su certificación. Es como buscar la paternidad de una obra.

¿Aún le llama la Policía?

Claro, les he ayudado mucho a recuperar obra. Lo importante en este negocio no es atrapar al ladrón sino seguir el rastro de la pieza y averiguar por donde sale del país. Hay que llegar hasta el intermediario, hasta el coleccionista.

¿Es más difícil dedicarse ahora a este negocio?

El patrimonio está más protegido, pero no hay coleccionismo de arte sacro como había antes. Todos los coleccionistas que yo conocía han muerto ya y sus hijos no siguen con la tradición. Así que el negocio se acaba porque no es interesante a la hora de vender. Mire lo que ha pasado con los robos en casa de las Koplowitz y con El Grito de Munch. Ahora los ladrones van siempre a la cárcel. La Policía está más organizada y te controla los teléfonos. Antes era mucho más difícil que te cogieran. Hoy todo el mundo tiene un teléfono en la mano y pasar por las fronteras con una obra robada resulta muy complicado.

¿Qué sentía cuando tenía entre sus manos una pieza única?

Robar arte es un placer. Yo dormía con cuadros únicos y me daban mensajes místicos.

¿Qué obra le hubiera gustado llevarse a su casa?

Todas las que me encargaron las he conseguido. He tenido tanta obra importante en mi casa que... Aunque creo que me hubiera gustado robar en la Biblioteca del Vaticano. Ya tenía los planos pero no me vi preparado. En esa biblioteca hay libros del máximo valor, pero si no hay cliente no robes porque irás a la cárcel seguro.

¿Dónde vive ahora?

En Málaga desde hace 27 años. Es la Florida de Europa, siempre en manga corta. Y como el menú del día. Me dedico a localizar obra de arte auténtica y legal, que es más difícil que robarla.

Mucho mejor que en la cárcel ¿no?...

Una vez estuve en la Modelo de Barcelona. Treinta y seis meses de preventivo. Fue por aquel asunto gordo que hubo en España. Pero fíjese, nunca fui condenado por robo, solo por receptación.

Sea sincero: todavía tiene un plan...

Sí, pero de otra clase, planes que no tienen nada que ver con el robo de obras de arte. Quiero traer piezas de otros países. En los tiempos que corren es mejor invertir en arte que en inmobiliarias.