Ximo Puig se convirtió ayer en el sexto secretario general de la historia del PSPV. Una amplia mayoría (61,14%) decidió entregarle las riendas del partido y amortajar a Jorge Alarte (34%) con el traje de secretario general. Es la primera vez en los 34 años de vida del partido que esto sucede. Ya era inédito que el líder fuera desafiado hasta la votación final. Con un acuerdo de cuatro «familias», que incluye al neolermismo, los seguidores de Leire Pajín, los ciscaristas y los afines a Francesc Romeu, el alcalde de Morella, a la segunda oportunidad, consiguió el respaldo de 321 delegados frente a los 179 que optaron por la continuidad de Alarte. Se registraron 24 votos en blanco.

Al final se cumplió el guión y hubo reedición del cara a cara de 2008 entre Puig y Alarte. El resultado fue distinto tanto en el ganador, como en la diferencia. Desde que el PSPV está en la oposición, nunca se había registrado una victoria tan contundente con varios aspirantes en liza. Tanto en el último congreso como ahora ha funcionado el frentismo como motor de voluntades y argamasa para conformar la mayoría. Si Alarte ganó en buena medida porque resultó beneficiario del antilermismo, esta vez ha pesado la desafección que ha generado el secretario general saliente. Por móviles distintos, las ganas de finiquitar la etapa de Alarte era el común denominador de los críticos. Aquel brindis que en la madrugada del 3 de febrero en el Hotel Sevilla Congresos selló una conjura para acabar con Alarte y que caminó sin fisuras, sumó a los efectivos de Romeu y a parte de los seguidores de Manolo Mata. La decisión de los militantes descabeza el grupo de las Corts —en el que Alarte tiene las horas contadas como síndic— al dar las riendas del partido a un Puig que tiene acta de diputado en Madrid, con lo que se repite el esquema de poder de cuando Ignasi Pla fue elegido secretario general hace 12 años en el mismo escenario en el que ayer fue consagrado el de Morella.

La derrota del hasta ahora líder del PSPV, en medio de un clima de tensión, de reproches y en estado casi de guerra civil. «Somos prácticamente dos partidos», comentaba ayer una persona próxima a Alarte. Era la crónica de una muerte anunciada, según ha ido contando este diario en las últimas semanas, desde que adelantó el pacto a tres bandas. Los socialistas apuntillaron a Alarte durante la primera jornada del cónclave, cuando, ya entrada la madrugada y por primera vez en la historia, el congreso tumbaba su gestión con 158 votos a favor y 279 en contra, en una decisión que abre una nueva vía de censura interna y que demuestra la deriva cainita en la que está sumido el PSPV. La censura a la labor del exsecretario general evidenció la esquizofrenia en la que vive un partido, cuyo comité nacional aprobó tres veces la gestión que han reprobado los delegados y las agrupaciones. Era la estrategia con la que los sectores críticos pretendían forzar la retirada pactada de Alarte y conformar así una mayoría todavía más abultada. En la operación trasvase de última hora estaban hasta miembros de la ejecutiva y destacados alartistas. El resultado demuestra que hubo cambios de bando de última hora por el efecto caballo ganador. El debate de la gestión fue durísimo. Juan Soto, Andrés Perelló, afines a Mata, o el propio aspirante arremetieron duramente contra la hoja de servicios política del ya exsecretario general. De quien ha vivido las dos mayores debacles electorales de la historia. Pero no hubo retirada. Pese a que se lo pidieron Ángel Luna, Ciprià Císcar y Leire Pajín, entre otros.

En su discurso como candidato, Ximo Puig apeló a la necesidad de «revivir el socialismo valenciano» y se mostró partidario de liderazgos corales con «direcciones compartidas en las que estén los mejores». El alcalde de Morella pidió recuperar los vínculos con la UGT y se defendió de las críticas de Alarte reivindicando también la lucha contra la corrupción. «Esa batalla está en el ADN de los socialistas», dijo. Puig ubicó su proyecto en un espacio más autonomista -«tenemos que ser tan valencianos como socialistas y tan socialistas como valencianos», proclamó- y dejó claro que la única alternativa de cambio en la Comunidad pasa por el PSPV.

Despedida pirotécnica

En presencia de Antonio Hernando y de Óscar López -dos pesos pesados de Ferraz-, Alarte se marchó con una intervención incendiaria -«las cosas hay que decirlas tal cual son», apuntó en su último discurso al frente del PSPV- en la que alertó de una involución interna en el caso de una victoria de Puig, del que dudó de su compromiso contra la corrupción. «Me ha aliviado oir a Ximo. Todos luchan contra la corrupción pero es la primera vez que algunos han denunciado que luchemos tanto contra la corrupción», asestó. «Con el pasado no habrá futuro», aseveró Alarte,que se mostró «frustrado» por la falta de un acuerdo global que hubiera evitado la confrontación.

Centró gran parte de sus ataques en la crítica a la trayectoria de Puig. «Uno no puede estar siempre en el mismo papel aunque pasen 30 años», concluyó en una intervención a la desesperada para pescar entre las huestes de Mata y Romeu, a los que pidió perdón: «Liberaos de cualquier agravio que seguro que ha existido». Visto el resultado, la intervención sólo le sirvió para desquitarse.

Puig tiene mucho trabajo. El termómetro para medir hasta qué punto logra traducir el poder en autoridad y apaciguar los ánimos de un partido de alta tensión, sembrado de trincheras, será la convocatoria de elecciones primarias para elegir al candidato de 2015.