Pocas personas hay con el bagaje de Vicente Gimeno en el campo de la educación que segrega por sexo. Estudió la EGB en un colegio público mixto y luego completó el bachillerato en un «centro diferenciado», como él lo llama. Como profesor, ha enseñado en la escuela pública, en la concertada y en El Vedat, un colegio exclusivamente masculino fundado en 1967 en Torrent que alberga a 970 alumnos varones en la actualidad. Allí lo ha sido todo. Ha impartido clases en cada curso —desde primero de primaria hasta segundo de bachillerato—; ha sido subdirector de primaria, de secundaria y de bachillerato; ha ocupado el cargo de director durante cuatro años (lo dejó el verano pasado); y ahora es subdirector general del colegio. No tiene miedo al debate. Al contrario: «Sin pretender convencer» —subraya—, quiere que se conozca mejor un sistema educativo que en la Comunitat Valenciana adoptan siete centros.

Lo primero que combate es la terminología. «El concepto de segregación es incorrecto, porque este tipo de educación no segrega. Habría segregación si hubiera un centro masculino, como El Vedat, y no hubiera centros femeninos donde se recibiera el mismo tipo de educación, con la misma formación humana, con la misma formación académica, con el mismo nivel de estudios, con el mismo perfil de profesores… Por ejemplo: cuando en El Vedat enseñamos en Física el tema de la energía nuclear, en Vilavella —que es nuestro colegio femenino— se da lo mismo. Allí no dan macramé en vez de física, como en tiempos pasados. ¡Eso sí que sería segregar!», opina Gimeno.

Él sintetiza la filosofía de estos centros. Sostiene que «los procesos madurativos en los niños y en las niñas son distintos», con el «corte radical que supone la menstruación». «Las aspiraciones y los intereses son totalmente distintos. Y respecto a las capacidades, en las niñas se desarrollan más pronto las capacidades lingüísticas, mientras que en los niños surge antes el cálculo mental y el razonamiento matemático», agrega. Así pues, sigue su explicación, «si hay que atender a la diversidad y ya es muy difícil hacerlo en una aula con 30 alumnos, resulta mucho más complicado si encima tienes procesos madurativos muy distintos en el aula».

Su argumentación siempre gira en torno al rendimiento académico. ¿Por qué? ¿No es un lastre formativo privar a los estudiantes del contacto en clase con el otro sexo? ¿No es empobrecedor tenerlos en una especie de laboratorio ajeno a la realidad? La respuesta de Vicente Gimeno es tajante: «Se han equivocado los términos. Yo estudié Pedagogía en la Universitat de València y allí nos repetían hasta la saciedad que la escuela tiene un carácter socializador, pero su misión fundamental no es la socialización, sino dar conocimientos y mejorar las aptitudes de los alumnos para que puedan alcanzar los mejores resultados en función de sus posibilidades. El objetivo final es que puedan ser libres y decidir qué hacer con sus vidas».

El subdirector de El Vedat se muestra más rotundo todavía: «Los alumnos saben que al colegio vienen a estudiar, a trabajar y a formarse. Y cuando nuestros alumnos salen del colegio por la tarde, o durante los fines de semana o las vacaciones, se relacionan con su primas, sus hermanas, sus novias, sus amigas o sus madres». Gimeno admite que «algunos niños, al llegar a la adolescencia, preguntan: “¿El año que viene va a haber niñas en el colegio?”. Yo también lo preguntaba. Porque cuando llegas a una edad, con todos mis respetos a otras opciones, lo normal es que te atraigan las niñas. Ellos lo preguntan, pero saben que al colegio vienen a estudiar», zanja.

Gran rendimiento académico

El rendimiento escolar, es cierto, es el punto fuerte de este método académico. Alcanza cotas sorprendentes: en la selectividad de 2009, por ejemplo, sólo siete institutos de la Comunitat Valenciana lograron que todos los alumnos que habían iniciado segundo de bachiller aprobasen después el selectivo. Y de los siete centros, cinco aplicaban la segregación por sexo, según constató la clasificación elaborada por el periódico especializado Magisterio.

Estos colegios están vinculados en su mayoría al Opus Dei y a Legionarios de Cristo. Pero Vicente Gimeno apostilla que «las personas que trabajan en estos colegios no son todas del Opus Dei, ni el colegio es del Opus Dei. Es un colegio promovido por padres de familia entre los que hay algunos que pertenecen al Opus Dei».

Él pide dejar claro un punto: en estos centros se fomenta la igualdad entre sexos. «La igualdad es fundamental, algo básico. Lo otro me parece retrógrado», insiste. Él mismo da clases de Sociología y allí «se habla de feminismo, machismo y de la relación hombre-mujer». «Yo percibo en mis alumnos que esta educación no les ha engendrado ningún tipo de discriminación hacia la mujer. Diría que incluso se desarrolla en ellos una exquisitez especial hacia las mujeres», afirma. Es su voz —poco oída— en el debate.