Sus metas en la vida han sido dos: sus enfermos y sus alumnos. Adolfo Benages Martínez (Valencia, 1942) ha formado a miles y miles de facultativos como catedrático de la Universitat de València y es de esos seguidores de Hipócrates que saben que para ser un buen médico hay que escuchar al enfermo y saber palparlo para aproximarse al diagnóstico. Su especialidad ha sido siempre la digestiva, fue fundador del grupo español para el estudio de la Motilidad Digestiva. Como autodidacta ha diseñado pruebas como la manometría. A unos días de su fecha de jubilación, este académico, emérito y médico, que ha estado dedicado plenamente a la sanidad pública, reivindica que los estudiantes entren en los hospitales en 2º de carrera para aprender los entresijos de la profesión desde el inicio. Forma parte del clan de sabios y veteranos del Hospital Clínico, ha dirigido 49 tesis y tiene 220 publicaciones científicas.

¿Cómo ve ahora la profesión de médico?

Yo te puedo hablar desde el año 65 ¿Qué ha cambiado? El estudiante actual tiene una buena cabeza, lo que ocurre es que antes que la gente tenía menos capacidad se pasaba la vida en el hospital. Yo, por ejemplo, en 3º me metí en el servicio de Beltrán Báguena. Entonces te pasabas mañana, tarde y noche viendo enfermos. Era lo que se llamaba alumno interno supernumerario. Te pasabas el día aprendiendo el «abc» de la medicina.

De la medicina real

Primero perdiendo el miedo a hablar con el enfermo, tocando la barriga, auscultando... y cuando acababas tenías un background de conocimientos de la realidad muchísimo más que ahora. Ahora, a pesar de la buena cabeza que tienen los estudiantes ven enfermos el último año de carrera y piensan que cuando hagan el MIR lo aprenderán todo. Se ha perdido el sentido clínico de tocar, de explorar y se fía todo a la tecnología. Explorar es importante porque diriges lo que vas a pedir con menor gasto y mayor rendimiento.

¿Qué ha aconsejado a sus miles de alumnos en el MIR?

Lo primero es enterarse qué le pasa al enfermo. Lo segundo, qué hallas en la exploración y pedir las pruebas en las que creas que vas a encontrar datos para descubrir lo que quieras, porque el verbo creer —yo creo que— es un verbo de iglesia. En medicina no hay que creer nada, hay que demostrarlo todo.

Ahora se vive bajo la dictadura de la prueba y la tecnología

Mientras la gente no se meta eso en el coco seguiremos asistiendo a eso de que hoy día no se opera una apendicitis si no se tiene una eco y un TAC abdominal, cuando se puede operar como toda la vida: con una analítica, tocando la barriguita, viendo donde duele, las características del dolor, el dedo en el culo, movilizar la fosa ilíaca derecha y ya está. Esa es la diferencia.

¿En Europa los estudiantes van antes a los hospitales?

Desde 2º y hacen vida hospitalaria y en España hay universidades que también lo hacen pero aquí no. Se lo he explicado a los rectores Tomás y Morcillo...

Es donde se aprende.

Lo primero es saber escuchar, enterarte de lo que le pasa al enfermo y después intentar descubrir datos objetivos patológicos y, con eso, tu programas, porque cuando yo acabé no había eco, ni TAC, ni pruebas hepáticas, solo tus manitas y hoy es impresionante... El gasto en sanidad está en el bolígrafo del médico, pero nadie se atreve a poner coto a eso.

¿Por qué eligió especializarse en el sistema digestivo?

En el año 67, el «Conde» (García Conde, padre) me dijo que en Alicante había organizado una mesa redonda sobre el esófago y que me preparara algo. Entonces no había endoscopios ni nada de nada. Había leído cosas sobre la motilidad que aquí no hacía nadie y me lo monté a la brava.

Por su cuenta, vamos.

López Merino, que es muy amigo mío, usaba unas sondas para los cateterismos y yo las reutilizaba. De lo que desechaba Vicente hicimos una sonda para medir las presiones. La primera manometría la hicimos con un balón y a Rafa Peris, que estaba de alumno supernumerario, le metimos la sondita.

Como un ensayo.

Hinchamos el balón y el pobre lo pasó fatal y luego ya lo preparé todo, lo estandarizamos todo..., Pero lo más gracioso es que jamás se hizo la mesa redonda y lo bueno fue que ya continuamos.

Abrió la puerta al futuro grupo español para el estudio de la motilidad digestiva que fundó.

Sí, éramos los únicos en España que hacíamos eso. Entonces trabajamos por la tarde, por la mañana veíamos a los enfermos y por la tarde a currar. Los de cardiología se cabreaban siempre porque les dejábamos pirógenos (moléculas que producen fiebre) y cuando al día siguiente hacían un cateterismo, todos estaban con tembleques. Sin Vicente López Merino hubiera sido imposible.

A su dedicación docente se suma la satisfacción como médico de ayudar al ser humano.

Eso lo ves tan natural como conducir siguiendo las reglas de tráfico, pero igual que hay gente que no las respeta, hay médicos que no respetan ni el «abc» de la medicina, están bien formados y saben interpretar exploraciones pero nadie les ha enseñado cómo se toca la barriga, que es fundamental para saber lo que le pasa a un enfermo.

¿Por qué estudió Medicina?

No creo en la vocación, salvo en la religiosa. Soy agnóstico pero respeto a la gente creyente. Entonces en Valencia se podía estudiar Medicina y Química que nunca me ha gustado. Mi padre, de clase trabajadora, no podía permitirse enviarme a Madrid y dije: «Pues bueno, Medicina».

Una elección muy al azar.

Sí, mi padre que era de la educación cívica absoluta me dijo: «Lo que hagas, intenta hacerlo lo mejor posible» y eso ha sido lo que me ha guiado siempre. Y si no he sabido hacerlo, he intentado aprenderlo. Yo he sido autodidacta en casi todo porque en mi época no había capacidad de irte fuera, yo me he autoformado a base de dedicar 2, 3, 4 horas... o no dormir, lo cual no quiere decir que sea un repelente niño Vicente. Yo confieso que he vivido, como Neruda.

¿Qué descubrió en las primeras clases?

A los enfermos.

¿Y cómo los vio?

Mis enfermos me han dado muchas alegrías porque he tratado siempre de trasmitirles optimismo, cachondeo, hablarles de tú aunque fueran abuelitos y me lo he pasado muy bien. Ahora hay alumnos que me envían algún e-mail agradeciéndome que les haya enseñado a ser médico, porque eso no se explica.

¿Cómo se enseña la buena medicina?

En clase muchas veces hay que explicar una serie de cosas para que vean que la medicina es como toda la vida, desde Hipócrates. Ha cambiado la tecnología, pero sigue siendo lo mismo: un hombre enfermo que necesita que tú lo ayudes porque sabes una serie de cosas y ya está. Igual que toda la vida.