Levante-EMV inicia una serie periodística para mostrar cómo viven los valencianos su vida diaria a través de reportajes alejados de las grandes cifras y las abstracciones. Bajo el epígrafe La vida en la terreta, ocho periodistas realizarán un chequeo al paisaje humano de otros tantos destinos valencianos diferentes entre sí a nivel geográfico, económico y sociológico.

La sección, que se publicará cada sábado y domingo en las páginas de Comunitat Valenciana durante el próximo año, pretende arrojar una fotografía de nuestro territorio en una encrucijada histórica marcada por las incertidumbres y los retos.

De la fría y turística Morella contada por Javier Tena, a la calurosa e histórica Xàtiva que pulsará Agustí Garzó. De los pueblos marineros y valencianohablantes del antiguo Ducat de Gandia, que recorrerá Sergi Sapena, a la castellana y vitivinícola ciudad de Requena que auscultará José Ferrer. De la vida marinera de Xàbia narrada por Alfons Padilla, al discurrir diario de Benimaclet, el barrio estudiantil de Valencia que radiografiará Paco Cerdà. Del Alaquàs obrero que se resiste fiel a su identidad, de la mano de Laura Sena, al variado país del Xúquer, los pueblos pegados al río Destructor de la Ribera que serán seguidos por Carles Senso. Éstos son los escenarios y sus cronistas fijos. A partir del próximo sábado empezarán a llegar sus gentes, sus ambientes, sus historias.

BENIMACLET

Como el alma nunca muere, Benimaclet sigue siendo una isla en la jungla de la capital. Pueblo independiente hasta finales del siglo XIX y pedanía de Valencia hasta 1972, hoy es un barrio periférico del cap i casal con 25.000 habitantes y una marcada idosincrasia.

Su proximidad a los campus de la Universitat de València y de la Politécnica han forjado su carácter: es el barrio por excelencia de los estudiantes de comarcas, y como tal está lleno de terrazas, bares, pubs, centros sociales y asociaciones culturales. El tranvía „sucesor del mítico «trenet»„ surca su territorio continuamente como una especie de marcapasos que conecta al antiguo pueblo con el latido de la gran ciudad.

Barrio de gente humilde y viejos vecinos de toda la vida, es una de las pocas partes de la ciudad donde el valenciano no suena extraño en un horno y donde todavía hay gente que pregunta al vecino por sus familiares. Los restos de huerta que salpican su paisaje y las casas modernistas de su casco antiguo „con callejuelas peatonales que trasladan a otras épocas„ constatan la lucha entre el pasado y la modernidad que se vive en el barrio que Obrint Pas ha mitificado para miles de jóvenes.

XÀTIVA

Xàtiva es una ciudad de contrastres. La capital de la Costera es una de las referencias históricas de la Comunitat Valenciana y un punto obligado de visita en los principales recorridos turísticos. Constituye, además, una capital comercial y de servicios. Pero es, igualmente, un lugar donde la industria, hoy día, tiene escasa significación. O donde extrañamente se conserva un reducto agrícola en medio de un paisaje de polígono. En la ciudad socarrada contrasta, además, su excepcional casco histórico „sobre todo su castillo„ con un ensanche vulgar, herido por el desarrollismo.

«Xàtiva renaix de les cendres?». Ése es el lema escogido por un grupo de entusiastas activistas que organiza diferentes iniciativas socioculturales. El alcalde de Xàtiva, cuando estaba en la oposición, decía de Xàtiva que era (por su pasado glorioso y su presente sombrío) «un marqués arruinado». Y le gusta señalar que antes de gobernar él, en Xàtiva «se iba en carro» y la vida era «en blanco y negro». Con récord de parados en su historia (más de 3.500 desempleados) hay quien dice que el color lo ha vuelto a perder.

EL PAÍS DEL XÚQUER

«Una llengua, un riu, una ribera, des de la Vall Farta a Cullera», reza un dicho popular. Tal vez es ahí, en estas peculiaridades, en las que hay que profundizar para hablar de la Ribera sin caer en la tentación de escribir un voluminoso tomo.

El río Xúquer y el valenciano son los hilos conductores de un territorio que mira al mar pero se adentra en las montañas. Que come de la naranja (y ahora también cada vez más del caqui) pero hunde sus pies en el arroz. Donde algunos vecinos siguen paseando con bicicletas Torrot de los años sesenta mientras otros engranan tornillos en una de las mayores multinacionales del automóvil. Sin embargo, la fuerza de la lengua y El Destructor (nombre con el que se conoce al río por todos sus estragos históricos) tampoco permite cohesionar completamente a la Ribera, la Alta y la Baixa, un territorio con amplia diversidad.

EL DUCAT DE GANDIA

En el antiguo Ducat de Gandia, casi una treintena de pequeños municipios dotan a la Safor de su esencia más valenciana. Medio eclipsados por la alargada sombra de la ciudad de Gandia, sede de los duques reales y de una rama de la familia Borja y auténtica potencia comercial y turística, la comarca cuenta con hasta 27 pueblos de menos de 5.000 habitantes.

A pesar de la urbanización y la destrucción del paisaje que en algunos casos han sufrido, este rosario de municipios lucha por sobrevivir en un sano ambiente de ruralidad. La crisis lo hace todavía más difícil, pero nadie se resiste a perder su identidad. De cara al mar y siempre vigilados por el emblemático Mondúver y el histórico Monestir de la Valldigna, este enclave de las comarcas centrales presume con normalidad de ser uno de los mayores bastiones del valenciano y de representar „si es que existe„ el carácter de esta tierra.

MORELLA

Ciudad histórica y de enorme término municipal „más de 400 kilómetros cuadrados„ tiene a gala que «la seua força és la seua gent». Hoy: 2.900 habitantes, hace un siglo, casi 10.000. Sus murallas, edificios y palacios siguen evocando aires de ciudad. En el pasado, la industria textil, la agricultura y la ganadería eran los puntales. En el siglo XXI, el turismo aguanta uno de los palos. La actividad agrícola y ganadera siguen siendo otro de los pilares sobre los que se sostiene la economía local. Con el paisaje tocado por los aerogeneradores ha llegado una nueva industria que proporciona puestos de trabajo. La vida en este terreno agreste y frío no siempre es fácil, pero los que apuestan por vivir en él convierten a la ciudad medieval en un sitio cálido y acogedor.

XÀBIA

En Xàbia, la «terreta» se mira desde el mar, donde perviven unos marineros para quienes la crisis no es una palabra nueva. La pesca vive sus propias penalidades desde hace mucho tiempo. No hay actividad más azarosa. Todo depende de echar las redes y esperar. «Salvar el día» es la frase que repiten los marineros cuando creen que la pesca les será más o menos propicia. Los supervivientes del mundo marinero miran los problemas de tierra adentro con otra perspectiva.

En Xàbia, donde el «boom» de la construcción parecía un negocio sin límite, los pescadores siguieron madrugando cada mañana para salir a faenar. Su rutina no cambió. Y ahora miran el páramo de la crisis. La pesca tradicional declina. Los supermercados venden pescado de allende los mares. Pero lo que no cambia nunca es ese sentimiento de incertidumbre de hacerse a la mar y no saber cómo se dará el día. En tierra se quedan la prima de riesgo y el rescate. El riesgo en el mar no es un concepto, se palpa. Los problemas de tierra se encogen en el mar.

REQUENA

Requena suena a vino, pero también a interior y despoblación. La región de Requena-Utiel, La Hoya y El Valle ocupa una tercera parte del territorio autonómico, mientras que sólo acoge a un 3,66% de su población total. Rodeada de montañas, Requena ejerce de puerta de la Meseta. La economía es de marcado carácter rural en Requena, con el viñedo y las bodegas como protagonistas, aunque la zona ha registrado un aumento turístico en la última década. Su pertenencia a Castilla hasta 1851 le confiere una personalidad marcadamente distinta al resto del territorio valenciano, con una mezcla de costumbres de la costa y de tierras castellanas y el español como lengua principal.

En pleno corazón del área metropolitana de Valencia se encuentra Alaquàs, una poblacion que presume de dinamismo. A ello contribuye en gran medida su amplio tejido asociativo. El Castell renacentista preside el centro del casco urbano y enlaza el Alaquàs con siglos de historia y arraigadas tradiciones con aquél que construyeron y conformaron las familias llegadas en los años del desarrollismo. Hoy, ser de Alaquàs significa desde no perderse cada año el emblematico «Cant de la Carxofa» hasta ser un experto en hacer cola en la gran sardinada del centro andaluz. También implica tener un amigo en el grupo scout Argila, recorrer las kábilas y casernas de los Moros i Cristians Perolers en las fiestas, acudir a los conciertos de la banda, salir de tapas, intentar participar en la «cordà», apuntarse a cualquier actividad que se organice, sea de la naturaleza que sea, así como ser crítico e incorfomista. Está en sus genes.