La teoría del caos y el efecto mariposa, que explican la relación causa-efecto que gobierna el mundo, cuentan cómo el aleteo de una mariposa en Hong Kong puede desatar una tormenta en Nueva York. En esta historia, el aleteo tiene nombres extraños y desdibujadas procedencias: hipotecas subprime, quiebra de Lehman Brothers, ley de liberalización del suelo, burbuja inmobiliaria, rescate bancario con dinero público, fusión de entidades financieras y un rosario de etcéteras. Pero más concreta es la forma y el lugar en el que se ha manifestado una de las tormentas: Gestalgar, pueblo de los Serranos de 700 vecinos (450 en invierno), se ha quedado sin ninguna entidad financiera en el pueblo.

Ruralcaja, la última que resistía después de la marcha de Bancaja, cerró el 11 de octubre su oficina en el municipio como resultado de su fusión con Caja Mar y la reestructuración de sucursales. Todas las cartillas de los gestalguinos han pasado a depender de la oficina de Bugarra, a 7 kilómetros de distancia y 52 curvas contadas en la sinuosa carretera. Para sacar dinero, ahora hay que ir a Bugarra. Y ayer, más de un centenar de pensionistas de Gestalgar se subieron a un autobús fletado por el ayuntamiento -y cedido gratuitamente por un vecino- para ir a cobrar la pensión a la oficina de Bugarra.

A las nueve de la mañana, los vecinos empezaban a montar al autocar en la parada del pueblo. Los bastones, las gafas, las permanentes e incluso algún andador eran los propios de la edad. Su mal humor, no tanto. Ni esto es una excursión ni tienen ganas de sonreír a las cuatro cámaras de televisión que han venido. En el autobús, Vicenta Sánchez, de 67 años, lo explica de forma muy sencilla: "Aquí, los mayores no tenemos coche y muchos no tienen quién les acompañe a Bugarra para sacar dinero. Y el autobús de línea baja a las siete de la mañana y no regresa hasta las cuatro de la tarde. Tendríamos que estar todo el día allí con el dinero de la pensión y el peligro de que nos roben".

La solución que propone su compañera Manuela Checa, como todo el pueblo, es simple: "Si no pueden, no exigimos que abran todos los días la oficina. Que vengan un día a la semana un par de horas y todos nos acoplaremos para sacar dinero sin tener que ir al pueblo de al lado". Pero ni así. Gestalgar está ya sin banco y el autobús acaba de llegar a Bugarra. Nada más bajar del vehículo, medio descamisado a sus 82 años, a Juan Mira se le escapa un exabrupto con sabor a humillación: "Esto es una vergüenza, una gorrinada. ¡Hasta los de Bugarra se reirán de nosotros!".

Si no reírse, sí que se sorpren-dían del operativo. Nada más bajar del autobús, una furgoneta municipal descarga decenas de sillas de plástico en medio de la calle para que los mayores descansen. Han de esperar a que el autobús realice otro viaje con más vecinos. En esa tertulia improvisada frente a la cooperativa La Garrofa Española y su insoportable olor a algarroba -hay toneladas almacenadas-, uno comprende la proporción del drama por boca de Loli, de 75 años: "Este pueblo -reivindica- no es una aldea: todavía tenemos cuatro bares, dos tiendas, un estanco, un quiosco y una carnicería. Hay algo de vida. Y queremos seguir viviendo aquí, que no desaparezca". Muy cerca, y con la cartilla en el bolso lista para sacar la pensión, Paquita Sánchez se esmera en contar que ya está operada de una rodilla y sigue en lista de espera para operarse de la otra y de las cataratas.

Del casino del tío Carlos a nada

Llega el autobús con el resto de vecinos y, como si se tratara de un entierro, todos los mayores desfilan por medio de las calles de Bugarra hasta llegar a la sucursal. Como estaban avisados, han reforzado la oficina con personal extra y un vigilante jurado. No hace falta: los mayores vienen en son de paz. Desde las 10.28 horas hasta las doce del mediodía, no paran de sacar su pensión. Uno detrás de otro, por orden, y con los paraguas desplegados para cubrirse de la lluvia.

Mientras aguarda en la cola, Teresa, de 71 años, recuerda con sarcasmo cómo ha evolucionado el pueblo. "Cuando yo tenía 18 años y éramos pobres como ratas, en Gestalgar ya podíamos sacar dinero en la cooperativa de crédito, que la llevaba el tío Carlos en el casino. Y ahora mira: no tenemos nada".

No le extraña tanto a Joaquín Martín, de quien dicen que a sus 85 años es el hombre más cabal de Gestalgar. Exageran, piensa este hombre que se echó al monte a los nueve años a pastorear las cabras de otro y que en esta vida ha hecho "menos de cura, de todo". "El progreso -reflexiona Joaquín- en parte, trae esto: se olvidan de los débiles. A los pequeñicos los dejan en las guarderías y apenas conocen a sus padres. Y a los abuelos, en estos pueblos, nos tienen abandonados y sin servicios". Durante la espera suena el bando de Bugarra tras el pasodoble de rigor: "La pescadería hoy está abierta con pescado fresco y congelado", anuncia. La vida aquí, difícil, tiene sus tempos.

Los gestalguinos siguen entrando a la sucursal y, mientras, el alcalde explica que el sistema del autobús fletado es excepcional: no hay dinero para hacerlo cada 25 de mes para que cobren la pensión. Se está buscando a otro banco, pero de momento no hay nada. Ruralcaja subraya que son la última entidad que ha aguantado en el pueblo y que no tienen alternativa en su reestructuración. Los vecinos no lo entienden y se sienten traicionados. Algunos, como Carolina Sánchez, han venido a cancelar la cuenta. Tendrá que esperar dos días para retirar el dinero. Lo mismo hará el ayuntamiento con su cuenta oficial.

La fila se acaba. Todos han sacado la pensión y el primer autobús regresa a Gestalgar. Por las ventanillas se cuela el paisaje de algarrobos y olivos que el incendio del mes pasado, de 5.500 hectáreas, dejó arrasado. El pueblo está en rachaÉ Al bajar del autocar, una mujer mayor tropieza con uno de los cinco peldaños y cae por las escaleras del vehículo. La recogen del suelo. Por suerte, no le ha ocurrido nada. Puede andar. El aleteo de la mariposa es cruel, pero -de momento- no sanguinario.