¿San Juan de Ribera fue más político, más pastor o más santo?

Fue más pastor, sin duda. Y la santidad la consiguió siendo un pastor entregado a las ovejas que le tocó pastorear: no sólo los cristianos viejos de la diócesis de Valencia, sino también los cristianos nuevos que eran los moriscos.

Pero como político, tuvo un poder enorme en la Valencia del siglo XVI.

Bueno: fue virrey y capitán general del Reino de Valencia. Él sí que tuvo poder efectivo, pero ese poder estaba determinado por lo que Felipe III le ordenaba para desempeñar esos cargos civiles. San Juan de Ribera había de adaptarse a lo que el rey marcaba, aunque también ejerció de consejero real y le dio siempre su opinión. Por ejemplo, en la cuestión morisca. Él le pidió al rey que empezara por expulsar a los moriscos de Castilla y le dejara trabajar con los del Reino de Valencia para intentar evangelizarlos y convertirlos. Ésa decisión el rey la acató.

La cuestión morisca ha sido el legado principal del Patriarca. Usted lo desvincula de la expulsión.

Sí. A San Juan de Ribera le penó mucho la expulsión de los moriscos y no tuvo otro remedio que acatar la decisión real. Pero, a nivel pastoral, le creó malestar porque estaba empeñado hasta el último momento en catequizarlos y evangelizarlos. La decisión final fue más política que pastoral.

Pero en un primer momento, San Juan de Ribera sí que instigó esa deportación masiva.

Hay un primer memorial en el que le plantea al rey la opción de la expulsión si los moriscos no quieren convertirse ni acatar las leyes del reino. En ese documento sí que recomienda que se estudie la opción de la expulsión. Pero tampoco le dice literalmente que los expulse, sino que recomineda que lo estudie el Consejo de Estado. Sin embargo, en un segundo memorial, le pide al rey que deje a los moriscos para ver si él puede convertirlos con sus propios medios.

¿Qué mecanismos utilizó el arzobispo Ribera para intentar evangelizar a los moriscos?

Reeditó un catecismo de su antecesor, el arzobispo Martín Pérez de Ayala, y lo adaptó para facilitar la conversión de los moriscos. También llevó a cabo misiones populares con predicadores para instruir a los moriscos en la fe cristiana. Incluso él mismo iba con el Santísimo Sacramento por la calle a predicar la conversión.

En las cartas que usted ha rescatado, el Patriarca recomienda al rey «blandura» con los moriscos. No es la imagen que ha legado la historia del «obispo antimorisco».

Pero es que la historia no ha ido a buscar los documentos que muestran esa faceta de «blandura» respecto a los moriscos. La tesis oficial era que el culpable de todo era San Juan de Ribera, cuando las cartas demuestran que no era así. El Patriarca hablaba constantemente con el rey sobre la evolución de la conversión morisca y le aconsejaba «que la evangelización se haga con blandura y con humildad» para intentar convertir paulatinamente, no entrando con espada. Las cartas demuestran que San Juan de Ribera le rogaba al rey facilidades para que los moriscos pudieran abrazar la fe cristiana y que llegaran a convivir con los cristianos viejos.

Entonces, ¿a quién le cargamos la responsabilidad de expulsar a los moriscos y dejar tocado para siempre al Reino de Valencia?

Sin duda, al rey Felipe III y a sus validos. Porque el Consejo de Estado decidió la expulsión al entender que no podían convertir a esta gente. San Juan de Ribera le dirá que no, que él no quiere la expulsión. Pero como el rey la había determinado, él tuvo que aceptarla.

Incluso llegó a llorar€

Sí, derramó lágrimas con la expulsión de los moriscos porque ese conflicto le creó mala conciencia. Se sintió muy dolido por haber llegado a esa situación.

Tras este trabajo, ¿seguirá en pie la leyenda negra del Patriarca?

Espero que con este libro y otras investigaciones desaparezca esa leyenda negra injusta, esa mancha que se le ha puesto como causante, instigador, inspirador o propagador de la expulsión de los moriscos, porque demuestra que su finalidad no fue la expulsión, sino la conversión.

Tras ocho años de investigación de Ribera, ¿qué es lo que más le ha sorprendido de él?

Un cosa que ya remarcó el papa San Pío V: no sólo hacía el oficio de pastor, sino también el de cura. Era todo un arzobispo y no tenía inconveniente en administrar la comunión a un enfermo, sentarse en el confesionario, predicar€ También me chocó un detalle que hallé en Roma: cuando iba a visitar a su amigo San Luis Beltrán en sus últimos momentos de vida, según escribió un testigo, se arrollidaba ante él y le daba él mismo la comida. Era un ejemplo para todos los capellanes.