Con independencia de la evolución meteorológica, este invierno será más crudo que de costumbre para muchos valencianos. La crisis ha disparado la llamada «pobreza energética», que es la incapacidad de un hogar de satisfacer los servicios mínimos de la energía para sus necesidades básicas, como mantener la vivienda con una climatización de entre 18 y 20 grados en invierno. Los afectados no tienen dinero para enchufar la calefacción cuando quieren, pagar la luz de la estufa o el radiador, proveerse de suficiente leña o gastar butano a placer. No son una mera anécdota estadística. Según un informe de Cruz Roja sobre la vulnerabilidad social, el 43,2 % de la población atendida por la institución humanitaria «vive en hogares en los que no pueden poner la calefacción en invierno». Extrapolando los datos, la población sin calefacción mínima en el hogar supera en la Comunitat Valenciana las 66.000 personas. Es como toda la población de Sagunt.

Esta forma de pobreza tiene una importante incidencia en la salud, eleva las tasas de mortalidad, especialmente entre las personas mayores, se relaciona con enfermedades como la neumonía, el asma o la artritis, y tiene también incidencia en la salud mental, advierte el estudio de Cruz Roja.

En este invierno, que a partir de esta semana se adelanta con una bajada sensible de temperaturas, se agravará la situación. Más paro, más empobrecimiento familiar, aumento del precio de la electricidad, el gas natural y el butano. Es el cóctel perfecto. Y en algunas entidades caritativas ya lo han notado. La Gran Asociación para la Beneficencia de Valencia ayuda a pagar los recibos de la luz —también los del agua— a aquellas familias que no pueden asumir su coste. «Empezamos atendiendo de manera directa a los que venían; luego tuvimos que dar cita previa; y ahora ya tenemos el cupo listo y no podemos hacernos cargo hasta el próximo enero de más personas», indica el gerente de la entida, José Luis Aguirre.

Avisos de corte de suministro

Son personas como la familia Sánchez Torres: los padres llevan tres años en paro, ahora no perciben ingresos y tienen tres hijos de cinco, tres, y un año y medio. Arrastran deudas de recibos de luz y agua, con aviso de corte de suministro incluido, y por ello la Gran Asociación para la Beneficencia les abona puntualmente recibos de luz y agua para que no les corten el servicio. O como Rosa López, cuya pensión no contributiva de 357 euros no le permite para mucho más que el alquiler de 150 euros. También ella recibe la ayuda de la asociación para pagar la luz, el gas y el agua.

Sin ayuda económica de nadie, Esperanza —viuda, enferma, con problemas de movilidad— echa mano de la manta y sólo enchufa el radiador «un poquito por la noche para calentar la casa y ya está». «El resto del día —agrega— lo paso tapada en la cama o con la manta en el sofá». Los nombres de estos casos son figurados; las situaciones, tristemente reales.

También en Cáritas se ha desbocado la solicitud de auxilio para este tipo de pagos. Desde el 2008 al 2011, las Cáritas parroquiales han duplicado las ayudas destinadas a recibos vinculados a la vivienda (luz, agua, gas, alquiler). Han pasado de 257.000 a 569.000 euros.

Vicent Andrés, responsable del Programa de Análisis de la Realidad de Cáritas Diocesana de Valencia recalca que estas «necesidades básicas» se han incrementado «al haberse agotado las prestaciones y los ahorros familiares» de los afectados. «¿Por qué nuestro sistema de protección, los servicios sociales, son incapaces de aliviar esas necesidades y que afectan directamente a la calidad de vida de las familias y sus hijos? ¿Qué medidas extraordinarias ha dispuesto la Generalitat ante semejante aumento de la demanda?», se pregunta Andrés.

Regreso a la manta

Pese a todas las ayudas prestadas desde entidades solidarias, Cruz Roja estima en sus informes que en la Comunitat Valenciana hay un 3,3 % de viviendas sin servicios básicos. La manta se convierte, en estos casos, en un elemento imprescindible. Como hace medio siglo. En Casa Caridad de Valencia ya han empezado su campaña de frío con el reparto de mantas. El año pasado distribuyeron 1.700 unidades. Este año el esfuerzo va a aumentarse. «Desde primeros de noviembre —indican fuentes de la entidad— hemos notado un incremento paulatino de las peticiones, pasando de las dos o tres mantas diarias repartidas en octubre y principios de noviembre, a las ocho o diez mantas que ahora estamos repartiendo cada día a personas que duermen en la calle».

Este año, Casa Caridad ha realizado un llamamiento especial a través de las redes sociales para que particulares y empresas colaboren con la entidad proporcionando mantas nuevas para repartirlas a quienes más lo necesitan. A veces serán personas «sin techo», otras veces serán «sin calefacción». Es la pobreza con distintas caras.