«La última víctima de la aterradora historia de la Inquisición no fue asesinada en Hispanoamérica ni en otras tierras de misiones y evangelización. Ocurrió en Europa, concretamente en España, y más concretamente en Valencia». Así arranca el documental Cayetano Ripoll y la Iglesia valenciana. La última víctima mortal de la Inquisición, producido por la Associació Valenciana d´Ateus i Lliurepensadors (Avall) y estrenado el jueves. El audiovisual rememora la desconocida historia de aquel maestro de Russafa que en 1826 hace menos de dos siglos, cuando España ya tenía fábricas y Estados Unidos llevaba 39 años con su actual Constitución fue ahorcado en la Plaça del Mercat de Valencia bajo la acusación de «hereje» y «deísta». Es decir: que creía en la existencia de Dios como creador pero no reconocía que interviniera en los asuntos humanos ni acataba los dogmas y ritos de ninguna Iglesia.

El documental arroja luz sobre dos hechos relevantes. Rafael Solaz, bibliófilo valenciano, muestra un libro facticio con anotaciones manuscritas de aquel día al parecer de un testigo ocular donde se comprueba que el día exacto del ahorcamiento fue el lunes 31 de julio de 1826, y no el 26 como también se barajaba. Además, y esto es más importante, el volumen especifica que el cadáver de Gaietà Ripoll fue enterrado en la parte exterior del cementerio general de Valencia, frente a la puerta principal y sin ninguna señal. «Como si fuera un perro», lamenta Miguel Hernández, coordinador del video.

La noticia descarta las dos opciones manejadas hasta el momento: que su cuerpo fue quemado en en el crematorio que la Inquisición tenía cerca del puente de San José y sus cenizas fueron arrojadas al río Turia, o que la cofradía de los desemparados lo llevó a enterrar en la parte trasera del actual cementerio de Tavernes Blanques, al borde del Barranc del Carraixet en el conocido como Cementeri dels Ajusticiats.

El escándalo internacional que originó aquel ajusticiamiento extemporáneo provocó que ocho años después fueran abolidas las Juntas de la Fe de España (sucesoras del Santo Oficio medieval). Pero por delante se llevaron la vida de Gaietà Ripoll, un hombre nacido en Solsona en 1778 que combatió contra los franceses en la Guerra de la Independencia, donde fue hecho prisionero y llevado a Francia en 1810. En el país galo se convirtió al deísmo, y al volver a España en 1814 consiguió un puesto de maestro en una escuela de Russafa. Sin embargo, sus enseñanzas laicas pronto despertaron recelos.

No acudía a misa ni llevaba a sus alumnos; no salía a la puerta de la choza donde daba clase para saludar el paso del Viático quitándose el sombrero; comía carne en Viernes Santo; y sustituía en las oraciones de clase la expresión «Ave María» por «Alabado sea Dios».

Detención sin justificar

Fue por todo ello que Gaietà Ripoll fue detenido en 1824, en plena década absolutista en España y con la Iglesia controlando la educación. Fue encarcelado en la prisión de Sant Narcís, junto a las actuales Corts. «Hasta el momento de la condena, más de dos años después, nunca se le comunicaron las razones de su arresto, no se le permitió hablar ni se le concedió un defensor», subraya el documental.

Durante dos años estuvo recibiendo la visita de un teólogo encargado de convencerlo. Alfred Bosch, autor de la novela histórica Inquisitio, que novela aquel infausto episodio, destaca la firmeza del acusado. «Él fue tan íntegro de mantenerse en sus trece hasta el final. Le ofrecieron varias veces que abjurase, que renunciase a sus creencias. Lo habrían mandado a un retiro espiritual o al exilio, pero habría conservado la piel. Él se negó en todo momento: dijo que sus creencias eran ésas y que había de ser fiel a lo que pensaba. Y al final lo mataron por contumaz», opina Bosch, autor de más de una docena de libros y portavoz de Esquerra Republicana de Catalunya en el Congreso.

La firmeza ética de Ripoll topó con la firmeza cruel de la nueva Inquisición restaurada en Valencia. El 20 de marzo de 1826, el Tribunal de la Fe emitió la sentencia: «Que sea relajado [pena de muerte] don Cayetano Ripoll como hereje formal y contumaz a la justicia ordinaria, para que sea juzgado según las leyes que haya lugar, cuyo parecer ha sido confirmado por el excelentísmo e ilustrísimo señor arzobispo». La Sala del Crimen de la Audiencia confirmó la sentencia y lo condenó a la pena de horca y a la de ser quemado como hereje pertinaz.

Tras un retraso motivado porque no se encontraba la partida de bautismo que justificara la acusación de herejía (al final se halló el certificado en Solsona), la ejecución se realizó en julio de 1826 y el documental reconstruye aquel infausto día. Gaietà fue sacado de su prisión de Sant Narcís y siguió un itinerario céntrico que lo llevó por las calles Serranos y Cavallers, la Plaça del Tossal y la calle Bolseria, hasta llegar a la Plaça del Mercat. Los curiosos lo insultaban y apedreaban. Así fue llevado al cadalso.

Al final no se atrevieron a quemarlo en la hoguera, sino que pintaron unas llamas simbólicas en el tonel al que cayó ahorcado, con 48 años, el cuerpo de Gaietà Ripoll. En el cadalso, sus últimas palabras fueron: «Muero reconciliado con Dios y con los hombres». El arzobispo de Valencia y creador de la Junta de la Fe, Simón López García, afirmó: «Dios quiera que sirva de escarmiento para unos y de lección para otros». Sí que sirvió de escarmiento: debido a la indignación suscitada, éste fue el último auto de fe.