A los vaticanistas les agrada manejar dos tópicos en los prolegómenos a un cónclave. Uno dice que, en la Sixtina, el que entra papa sale cardenal. El otro asegura que los cardenales no saben a quién van a elegir papa, pero sí saben a quién no van a escoger. El cardenal valenciano Antonio Cañizares (Utiel, 1945) puede estar satisfecho: no entra en ninguna de las dos categorías. Ni es un favorito para suceder a Benedicto XVI ni es un purpurado odiado o descartable por alguna razón de peso.

Además, Cañizares entrará a su primer cónclave con una doble vitola: actualmente es uno de los nueve ministros del papa (dejará de ser prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos cuando se haga efectiva la renuncia del pontífice y empiece el periodo de sede vacante) y ha sido uno de los príncipes de la Iglesia más queridos y promocionados por Joseph Ratzinger.

La pregunta es inevitable: ¿Podría ser elegido papa un valenciano 510 años después de la muerte del pontífice setabense Alejandro VI? Es difícil, o incluso muy difícil. Puede que, en caso de ser un español el sucesor de San Pedro, Antonio María Rouco Varela partiera con más posibilidades. Pero la trayectoria ascendente de Antonio Cañizares „llamado Pequeño Ratzinger desde hace tiempo por su parecido físico e ideológico con el teólogo alemán„ no conviene descartar nada.

Esa carrera eclesiástica se ha consolidado en la curia romana bajo el paraguas de Benedicto XVI. Con él compartió muchas horas de trabajo en la Congregación para la Doctrina de la Fe „el antiguo Santo Oficio„ entre 1995 y 2005. Al alemán no se le olvidó aquel teólogo español tradicionalista y conservador como él. Y en 2006, en su primer consistorio cardenalicio, Ratzinger entregó el capelo cardenalicio a Cañizares, a quien dos años después nombró prefecto de una congregación muy importante para ambos: la del Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos. Le encomendó la tarea a un amante del rito tridentino, del latín y la misa de espaldas a los fieles, y de las capas magnas con cinco metros de cola roja.

Ahora, el hombre que ha llegado a primado de España, el que siempre se ha quedado con las ganas de ser presidente de la Conferencia Episcopal Epañola, se enfrenta a su mayor reto personal. Entrará en la Sixtina con 68 años, una buena edad tras un papa viejo. Quién sabe si, para él, ha llegado la hora del sueño eterno en la Ciudad Eterna.