­Dicen que la Transición civil valenciana se forjó en torno a una barra de bar y que la Valencia cultural y política de los años 80 se coció en las humeantes tertulias de un puñado de cafeterías. Tal vez exagera la leyenda, acostumbrada a mitificar y engrandecer el pasado. Pero un acuerdo de mínimos entre nostálgicos y escépticos aceptaría que aquellas tertulias que salpicaron la noche más bohemia, concienciada, vividora y reivindicativa de una València en flames „o con vocación de estarlo„ marcó un punto de inflexión.

Y aquella aventura colectiva de tertulia en café, sustituida hoy por la conversación global de las redes sociales de internet y alejadas por el individualismo y la anomia social, tuvo unos padres: los dueños de los locales que cobijaron aquellas tertulias. Como Paco Munyoç, que abrió l´Aplec en 1976 y pronto lo convirtió en la meca nacionalista para los noctámbulos de la Transición en el cap i casal. «Era el lugar al que todos venían a hacer la revolución en aquel momento de efervescencia», sintetiza de forma gráfica quien fue su propietario hasta que en el año 2000 bajó la persiana de Santo Tomás, 13. La tertulia literaria comandada por el catedrático Joan Oleza competía allí con la tertulia política que copaban comunistas y otros dirigentes de todo el amplio espectro izquierdoso. «Cada día de la semana había una tertulia», recuerda Munyoç.

El ruido de las copas sobre las mesas de mármol y el tintineo de las birras y jarras amortiguado por la coqueta barra de madera de pino entrecortaba la música en catalán o el jazz que vomitaban los altavoces cual ideario sonoro. De las paredes del antro colgaban exposiciones de arte que se renovaban cada mes. Porque Paco Munyoç, desde que acabó Bellas Artes y descartó la vocación de maestro, tuvo claro que quería montar «un local que fuera algo más que un bar». Y así fue.

Para lo bueno „aquello fue un hervidero de ideas y activismo, donde en la misma barra podía verse a Joan Fuster, Vicent Ventura, Doro Balaguer y Vicent Andrés Estellés„ y también para lo malo. Como aquella noche con sabor a Batalla de Valencia en la que, después de cerrar l´Aplec, les asaltaron por la calle unos energúmenos. «Llevaban una Senyera con la franja azul más grande que las barras. Y, al verlos, le dije a Martín Caballero y a otro compañero que venía con nosotros que no se giraran porque nos seguía gente con pintas raras. Cuando me desperté ya iba camino del hospital con la cabeza abierta. Y a Martín Caballero le metieron clavos en el codo», cuenta. También recuerda cuando la policía, «para dar por saco», entraba a pedir carnés a los clientes del local. O cuando, en pleno debate sobre el referéndum de la OTAN, «dos tertulianos llegaron a las manos y Ricard Pérez Casado tuvo que separarlos».

En l´Aplec y su tertulia «la gente se desahogaba y lo pasaba bien. Porque necesitaba comunicarse. Pero ahora „añade„ la gente ha perdido las ganas de luchar». Y hacerlo a través de las asépticas redes sociales, dice, «no té trellat». «La relación personal es fundamental y hay que hacerlo cara a cara y delante de un got de vi com Déu mana», proclama. Pero el tiempo ha cambiado. Nadie como él lo sabe. «Los antiguos clientes me dicen que los he dejado huérfanos. Que están fotuts porque, al romperse el lazo de l´Aplec, ya no salen de casa. Y me piden que abra otra vez». Pero él „no, mare meua!„ lo descarta por completo. Ahora, a los 63 años, se ha vuelto a centrar en la pintura a tiempo completo.

El «Peix» del Lisboa. También está retirado y bien retirado otro viejo rockero que cobijó las tertulias más activas de la incipiente democracia en Valencia: Toni Peix, el hombre que fundó en 1977 el Café de La Seu, que luego se mudó al Café Lisboa de la calle Cavallers, que pasó por la cafetería del Teatro Rialto, y que hoy disfruta de la jubilación en su casa de campo de Nàquera. Las tertulias fueron detrás de Toni Peix desde que renunció a seguir en el negocio familiar de venta de carne y pescado en el Mercat Central y se lanzó a animar la vida social valenciana. Recuerda los inicios: «Se me llenó el café de una basca extraña, pero Raimon los echó a todos. Cuando veía tres o cuatro mesas de gente rara que me pedía Triana, yo ponía música de Raimon y se marchaban enseguida», cuenta entre risas.

Pronto llegaron los fieles de La Seu y el Lisboa: Amadeu Fabregat, José Antonio Guardiola, Francesc de Paula Burguera, Xavier Albiol, Manuel Molins, Blanca Blanquer, Pilar López, José Monleón, Ciprià Ciscar y no pocos periodistas de la ciudad ávidos de entablar tertulias informales, sin día ni hora fija, y presenciar situaciones como la que un día aconteció. «Entraron al Café de La Seu dos guardaespaldas y detrás de ellos les seguía el presidente del Consell Preautonòmic, Josep Lluís Albiñana. ¡Era el presidente de la Generalitat y allí le leímos la cartilla!», afirma Toni Peix, que todavía conserva en una vitrina de casa la copa de champán y el vaso de whisky en los que bebió Albiñana en aquella primera visita a un local a cuya tertulia política también acudía el alcalde de Valencia, Ricard Pérez Casado. «Dicen que en La Seu se repartían conselleries. No era para tanto. Pero algún editorial que otro sí que se ha fraguado allí», presume Toni Peix.

Lo que no le hace tanta gracia es rememorar la tarde en que los Guerrilleros de Cristo Rey irrumpieron en el local con un pistola en la mano, la liaron a cadenazos contra algunos y rompieron parte del mobiliario. Prefiere quedarse con el recuerdo de las tertulias y el orgullo, subraya, de «haber tenido a todos los padres de la patria sentados allí», fent i desfent el país. Pero ahora, lamenta, «la gente sólo quiere chimpam-chimpam y coca-cola. Antes, la gente salía más. Tal vez sea por la crisis, pero Valencia es ahora un cementerio», opina Toni Peix.

La «invención» del Carmen. Pero si hay que reconocer a un pionero es de justicia destacar a Lluís Fernández, el hombre que en 1969 montó Capsa y Christropher Lee en el barrio del Carmen, en aquellos momentos un barrio viejo de la capital sin más encanto que cuatro baruchos de café, cerveza y sangría donde el diseño y el estilo eran palabras desconocidas. Con aquella propuesta underground, Lluís Fernández se estaba inventando de alguna forma el moderno barrio del Carmen que hoy disfrutan los turistas y vampiros nocturnos de la capital. Los lletraferits de los años setenta quedaron atrapados por ese magnetismo novedoso donde se podía escuchar música sentado y charlar de libros y escritores (y leer la propia obra) en un ambiente tranquilo de toques británicos.

Así florecieron las tertulias literarias del Capsa y el Christopher Lee, que recogían la tradición de la Cervecería Madrid. Lluís Fernández, propietario de los dos locales y que con el tiempo iniciaría una carrera literaria impulsada por su novela L´anarquista nu (1979), huye de la melancolía y el revisionismo de aquellos ambientes, de aquellas tertulias literarias. «Fueron dos sitios pioneros y emblemáticos. Venían desde intelectuales a gente corriente, con ideologías contrapuestas, y todos eran bien recibidos. Era el sitio de moda. Pero a mí, aquellas tertulias del Christopher me aburrían mucho. Para mí era un negocio. Y estuvo bien mientras duró. Pero sólo fue una faceta más de mi vida», dice quien además de ser novelista ha trabajado para TV3, ha ejercido de crítico literario o ha dirigido durante once años el certamen cinematográfico de la Mostra de València.

Ríos de tinta en el Malva. Al pasar de las tertulias políticas a las literarias, un nombre emerge envuelto por la leyenda: el Malva, como conocían los iniciados al Café Malvarrosa. Fueron Tomàs March y Vicente Fuenmayor quienes fundaron en 1978 el Café Malvarrosa, situado detrás de la antigua Universitat de València en La Nau.

Tal vez nadie como el poeta Carlos Marzal, uno de los pájaros protoliterarios que abrevaban en aquel Malva, lo resuma mejor: «En la Valencia del Cid de aquellos primeros ochenta, si uno era pintor, decorador, cantante, actor, poeta, novelista, bailarín, novillero, o aspirante a lo mismo, terminaba por sentarse a sus mesas de mármol viejo y hierro colado, en la bendita tradición purista de los cafés decimonónicos, hechos para beber despacio y dar carrete a los vecinos de mesa hasta no poder más».

El director de aquella orquesta era Toni Moll, incorporado como socio del local en 1981 tras dejar la librería Dau al Set y propietario del establecimiento hasta que echó el cierre en el año 2000. «Allí se discutía de literatura. También servía de plataforma para darse a conocer si uno era novel, puesto que entonces no había los medios que existen hoy en día», afirma Moll. En su pechera puede lucir algunas medallas: fraguar un congreso de jóvenes poetas que albergó la Universitat, editar libros de autores noveles que luego despuntarían como José Luis Parra, o dar cobijo ocasional a gigantes de la poesía como Paco Brines o Luis Antonio de Villena u homenots como Josep Pla y Joan Fuster.

Pero Toni Moll guarda un recuerdo más humilde: «El Malva me permitió trabajar mientras estaba con mis amigos». El Café Malvarrosa volvió en 2010, aunque con el domicilio cambiado a la calle Historiador Diago y con propiedad compartida entre Toni Moll y Víctor Segrelles. «Hemos recuperado algunos aspectos de aquella etapa. Programamos exposiciones cada mes, cada semana celebramos al menos dos actos literarios. Pero „admite„ ahora ya no tenemos las tertulias informales del viejo Malva».

Tonipep pone la música. Otro clásico que supo arremolinar tertulias en torno a él y su local, el Café-Concert de Valencia, fue Tonipep Rodríguez. Impulsor en 1975 de la promotora musical La Taba, sumó a su carro a dramaturgos, músicos, actores, poetas, periodistas y bohemios de similar calaña. Figuras de la Cançó como Lluís el Sifoner, Els Pavesos o Al Tall se hicieron mayores junto a él. En su local, las tertulias rockeras (punks contra rockabilis) y las poéticas sobresalieron. Hoy, desde su exilio profesional en Berlín, Tonipep lanza una doble advertencia: «Me da la sensación de que, en la actualidad, las tertulias se han hecho demasiado universitarias y formales. Además, la cultura del subvencionismo ha hecho que la gente se individualice mucho y cambie de camisa constantemente».

«Un tiempo que ya no existe». En competencia con la tertulia literaria del Malva „y la del Lisboa y La Forest d´Arana„ corría otro clásico: el café-librería Cavallers de Neu. Su propietario, otro padre de las tertulias de Valencia, era el poeta y editor Uberto Stabile. Hace casi un cuarto de siglo que dejó su Valencia natal para afincarse en Huelva, pero en internet ha dejado un emotivo testamento „que tal vez compartirán tantos bohemios de aquella época y aquellas tertulias„ sobre lo que supuso su local: «Allí „escribe Uberto Stabile„ amé, soñé, deshice sueños y conspiré contra el amor, vendí libros, recité poemas, fundé revistas y puse copas a miles de jóvenes y no tan jóvenes que soñaban con cambiar el mundo o cuanto menos de cama, y vi cómo el mundo los cambiaba y las sábanas se los tragaba. Quienes vivieron aquellos años locos en aquella ciudad promiscua y noctámbula saben que nunca será la misma. Llevo 20 años fuera y cada vez que regreso lo hago a un tiempo que ya no existe, siento que yo soy el mismo en una ciudad que ya ha cambiado».