Muchos ciudadanos se han sentido irritados últimamente por la generalización en los medios estatales de una imagen estereotipada y trivial de la juventud valenciana. Los personajes locales que han proliferado en programas de corte sensacionalista como «Mujeres, hombres y viceversa», «Gandia Shore» o algún especial de «Callejeros» han amplificado una caricatura que va camino de convertirse en estigma: el joven valenciano como arquetipo del «ciclao». Sin embargo, pese a la grosería de la simplificación, sí existen bases para situar a la Comunitat Valenciana como «la meca» de este fenómeno.

El profesor de la Universitat de València Víctor Agulló ha pasado los últimos años investigando un problema que ha dado como resultado una tesis doctoral: «El consumo recreativo de esteroides anabolizantes: una perspectiva sociológica», con mención internacional de cuyo tribunal formó parte el prestigioso catedrático islandés Thorolfur Thorlindsson.

De su trabajo se desprende que esta autonomía lidera tanto en términos absolutos como relativos los índices de consumo de esta sustancia, un producto sintético que imita los efectos de la testosterona (hormona natural masculina) y aumenta la masa muscular. Sólo un dato: de las 32 ciudades escenario de decomisos durante los últimos cinco años, casi la mitad, 14, pertenecen a la C. Valenciana, con especial incidencia en el «cap i casal» y en la provincia de Alicante.

Pero, ¿por qué Valencia? Agulló señala varias razones. La más obvia es el clima. Los 300 días de sol, la media de 18 grados y la concentración humana en el litoral alimentan la exhibición y el culto al cuerpo. Sin embargo, el sociólogo añade una hipótesis de tipo socioeconómico: el «boom» urbanístico.

Durante la pasada década, muchos jóvenes dejaron pronto de estudiar (ahí están los datos de fracaso escolar) y, «con cierta capacidad adquisitiva», buscaron en el consumo de anabolizantes una forma de destacar. A través de un «ciclo» con estas sustancias, en pocas semanas obtienen de forma artificial los resultados que equivaldrían a años de gimnasio: un cuerpo musculado al que frecuentemente añaden tatuajes, rayos uva, depilación, ropa ceñida como elementos distintivos, para lucir «ante los amigos y en la discoteca».

Y es que, «el consumo de esteroides anabolizantes y las discotecas van de la mano», añade el autor como otra clave 'valenciana' de este fenómeno. Agulló sitúa a mediados de los 90 el inicio del consumo de estas sustancias, coincidiendo con el fin de la etapa más contracultural de la 'ruta del bakalao'. «La música aceleró su ritmo, las estéticas se homogeneizaron y se instauró un clima más violento en las discotecas [la agresividad es uno de los efectos de la sustancia]. En ese momento aparecen los primeros consumidores», explica en su tesis.

¿Quiénes son estos «ciclaos»? El perfil básico elaborado fruto del trabajo de campo habla de un joven varón de entre 17 y 25 años, con estudios básicos, frecuentes problemas familiares, en bastantes casos de ideología conservadora y con vínculos laborales con el gimnasio o el sector de seguridad privada. «Resulta muy preocupante el incremento del consumo en los cuerpos de seguridad y emergencias», advierte Agulló, quien indica que en EE UU ya existe un problema de consumo en policías, bomberos o militares que empieza a detectarse también en tierras valencianas, «por lo que cabría actuar sin dilación para minimizar ese riesgo». Al margen de esto, se apuntan otros rasgos, como la existencia de una baja autoestima respecto al cuerpo propio e incluso la frecuente ausencia de una figura masculina en la vida de estos jóvenes.

Una droga «infravalorada»

La cuestión estriba en discernir si este fenómeno se limita a exportar una imagen poco constructiva de los jóvenes valencianos o si, por el contrario, existe un «problema social». Entre las conclusiones de su trabajo, Agulló insta a las autoridades políticas a apostar decididamente por la prevención y a los medios de comunicación a tratarlo como un asunto de salud pública. «Es un problema oculto e infravalorado. No deja de ser una problemática similar a la de cualquier droga de abuso: dependencia, síndrome de abstinencia, falta de control en la dosis, baja percepción del riesgo», señala.

Y es que los efectos secundarios de estas sustancias para el organismo son demoledores: ginecomastia, afecciones hepáticas y renales, alopecia, impotencia, disfunciones sexuales incluso algunos tipos de cánceres, entre otros. «Si bien la mayoría de estos son inmediatos y reversibles, otros pueden tardar años en producirse y resultar fatales, en especial cuando su uso se acompañó al de otras drogas como cocaína, alcohol, hormona del crecimiento o insulina. Por ello, urgen campañas preventivas en colegios y escenarios de riesgo. Hace falta un código deontológico en los gimnasios», insiste.

En el caso valenciano, además, Agulló alerta de unas prevalencias de consumo en edad escolar similares a la de contextos como Estados Unidos, que es la meca del consumo mundial. «Esto es muy preocupante. Además, con los recortes que se están produciendo en investigación, no sabemos la incidencia que puede estar teniendo la crisis», concluye.

Un volumen de negocio mayor al de la cocaína

El mercado negro es el principal foco de abastecimiento de estas sustancias artificiales. Pese a la escasa percepción pública como problema de drogodependencia, conforma un pujante mercado que en la actualidad mueve más dinero que el de la cocaína, según datos de la Fiscalía Antidroga citados en el estudio. De hecho, la mitad de las investigaciones abiertas en la actualidad están relacionadas «con la falsificación de recetas de esteroides anabolizantes».

Internet está creciendo como origen del tráfico ilegal. También han sido focos en la última década las clínicas, veterinarias y, cada vez menos, farmacias. En localidades valencianas se han desarticulado varios laboratorios ilegales en los últimos años. Otra conclusión relevante es que tristemente su uso se ha extendido en la actualidad del deporte profesional al deporte amateur.