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Hace medio siglo, en la época en que un maestro nacional principiante cobraba menos de 2.500 pesetas al mes y su sueldo equivalía a 80 pesetas diarias „¡un jornal en la Costa del Sol se pagaba a 130 pesetas!„, un batallón de medio centenar de románticos salía de las aulas de la Escuela de Magisterio de Valencia preparados para enseñar a alumnos de entre 6 y 12 años y dispuestos a desafiar aquello de «passes més fam que un mestre d´escola». Fueron la promoción de 1959-1962, la que tuvo que estudiar en la Facultad de Medicina porque la riuada del 57 había echado a perder las instalaciones de la Escuela Normal. Las peripecias de aquellos estudiantes de Magisterio han sido recopiladas y pasadas por el tamiz de la nostalgia por uno de aquellos alumnos, Juan Codina Bas, en el libro Aprendices de maestros en el templo de Esculapio (1959-1962). Las aventuras de una cohorte de maestros formados en la antigua Facultad de Medicina de Valencia.

La obra, presentada ayer en Valencia, cobra interés por los contrastes con el presente en muchos frentes. Por ejemplo, en la precariedad salarial y la pasión de los docentes. «Al maestro se le pedía vocación», dice Juan Codina. «Una persona que buscase en esta carrera el lucro posterior, en general la desechaba, porque la vocación exigía dedicación y hasta un generoso altruismo. Esta idea de servicio y vocación era aprovechada por la Administración para pagar poco al maestro, ya que si éste recibía unos buenos sueldos, la profesión se hubiera llenado de gente sin vocación y esto no podía permitirse». A los maestros, asimismo, se les adiestraba para impartir todas las materias, lejos de la especialización. «Éramos profesores de todo: de Educación Física, Francés, Matemáticas o Religión, y no nos ahogábamos por tener 50 alumnos en una clase. Se han realizado progresos, pero me parece que pírricos. Y no sé si son sostenibles por la sociedad actual, como la sanidad», reflexiona José Miguel Orts, otro maestro de la promoción de 59-62.

De aquella época sorprende la precariedad de medios que sufrieron los alumnos de Magisterio. «En nuestra escuela no había departamentos [de profesores] como los hay ahora en cualquier instituto o universidad. No teníamos espacio para el recreo (a veces por el patio trasero de la facultad, cuando estábamos almorzando, pasaba un enfermero arrastrando una camilla con un cadáver cubierto por una sábana) ni tampoco teníamos biblioteca». De hecho, aquellos alumnos no tenían ni perchas, y orquestaron varias protestas callejeras hasta que les colocaron un alambre de tender en una de las aulas.

Del genio/loco al Cara al Sol

Aparte de las batallitas propias del género memorialístico, el libro recoge a los profesores de aquella promoción. Desde el profesor José Palop Ruiz, considerado a partes iguales «como un genio y un loco» y que se hinchaba a poner matrículas de honor (para desesperación de la secretaría del centro por sus efectos económicos) al profesor Lucinio Sanz Martínez, quien «protagonizó cierta apertura política» al permitir que el Cara al Sol de las ceremonias se cambiase alguna vez por el Oriamendi, himno de los carlistas no unificados en Falange.

Respecto a la situación de la educación actual, el maestro Juan Codina lamenta que se haya ido deteriorando la «cultura del esfuerzo» entre los alumnos y que se abuse de la «promoción automática» en muchas ocasiones. Es decir: aprobados poco exigentes. Los maestros, insiste, «han perdido prestigio, empezando por los mismos padres de los alumnos». Es cierto que ya no ganan como jornaleros ni pasan hambre en la fonda del pueblo. ¿Y eso ha podido repercutir en una menor vocación? «Antes „resume Juan Codina„, aquel que buscaba dinero no se hacía maestro. Ahora, en cambio, es una salida».