Victoria Bueno Tarteras, intercambio gratuito de libros, inglés para todos, planes contra el fracaso escolar, jornada única o la central de compras para evitar que los institutos se queden a oscuras por los impagos del Consell. Son algunos de los proyectos que la titular de Educación, María José Catalá, ha anunciado a bombo y platillo desde que accedió al cargo en enero de 2012, hace un año y medio, sin que hayan podido salir adelante.

El fiasco más reciente lo ha protagonizado el departamento de Catalá esta misma semana, al verse obligada a retirar el proyecto de implantación de la jornada única en los colegios ante el rechazo casi unánime tanto de padres como de profesores. Lo anunció en marzo de 2012, apenas tres meses después de acceder al cargo, y ya entonces quiso introducirlo a través del calendario escolar primero, del consejo escolar después, de un referéndum más tarde, y del contrato programa por último.

Tuvo que posponerla el curso pasado, a las puertas de empezar la matrícula, y ha vuelto a tropezar en la misma piedra por no haber contado ni con los padres ni con los docentes a la hora de redactar unas instrucciones que hacen inviable su puesta en práctica sin consenso. Para tratar de parar el golpe de este fracaso, Catalá ha convertido la opción generalizada de elegir un cambio de horario en los colegios, similar al que tienen los institutos con las clases por la mañana, en uno más de los planes piloto que jalonan de arriba abajo el panorama educativo.

Sólo se permitirá la jornada única a un máximo de tres colegios por provincia. Y el curso que viene toca negociar un decreto para hacerlo realidad.

Deudas

Tampoco la central de compras ha fructificado. Anunciada como la tabla de salvación frente a los serios apuros económicos de los institutos de Secundaria por los retrasos acumulados del Consell en pagar los gastos de funcionamiento, el mismo déficit de las arcas autonómicas ha hecho inviable su puesta en práctica.

A cambio, lo que no han recibido los institutos es ningún euro desde que arrancó el curso, con lo que las filigranas a que se ven obligados los directores para mantenerlos abiertos son de matrícula para cualquier empresa.

La central se anunció hace poco más de un año para que los centros no se tuvieran que ocupar de los gastos más básicos de agua, luz y gas tras el apagón sufrido por un instituto de Alicante, el Jorge Juan, al no poder pagar la luz. La consellera pidió disculpas y lo vuelve a hacer ahora tras estallarle un nuevo caso extremo con protagonistas de nuevo en Alicante: el cierre de un comedor por los impagos a la empresa de catering del colegio Isla de Tabarca, muchos de cuyos alumnos no tienen más comida caliente al día que esa.

Y mientras se acumulan los pagos de todo el curso a empresas de transporte, guarderías, becas de libros y de comedor, amén de los gastos básicos de los institutos, se siguen anunciando planes y proyectos que quedan en nada.

Tanto la tartera como el banco de libros surgieron a raíz de las constantes protestas por los recortes en las becas, pero ni una ni otro han salido adelante. La introducción de las fiambreras siguió un itinerario similar al de la jornada única, con constantes cambios de normativa hasta quedar desdibujada y limitada a un plan piloto que ninguno de los colegios de la provincia aceptó.

Con el banco de libros, idem de lienzo. Trató de vincular a las asociaciones de padres tras pasar por la idea de contratar mensajeros o de una plataforma on line, pero las asociaciones que de motu propio lo llevan a cabo no han recibido ni siquiera la subvención correspondiente, como sucede con la del colegio El Palmeral de Alicante.

El 'top ten'

Mención aparte merecen los proyectos estrella que la consellera cita como primordiales de su política educativa: éxito escolar y plurilingüismo.

Para el primero ha creado un paraguas denominado contrato programa que firman colegios e institutos para comprometerse a reducir los índices de fracaso escolar, y que se nutre de todos los programas que ya se llevaban a cabo hasta ahora. El fiasco radica en que los centros no reciben las subvenciones y profesores de apoyo que solicitan para llevarlos a cabo.

Tampoco el tan cacareado plan de plurilingüismo acaba de cuajar. Las reiteradas promesas de generalización de la enseñanza de inglés en las aulas desde los 3 años de edad se limitan a dar una asignatura en inglés, y han creado unas expectativas muy alejadas de una realidad en la que faltan docentes formados en lenguas y que choca con la pedagogía de la inmersión lingüística que defienden los profesionales.

La iniciativa, además, viene a coincidir con el aumento generalizado del número de alumnos por aula, a consecuencia también de los recortes económicos. Un cóctel muy costoso de tragar.