Si la experiencia es un grado, la pechera política de Rafael Blasco (Alzira, 1945) refulge como la de un veterano de guerra archicondecorado. Ayer, el PP lo suspendió de militancia. Pero no es, ni mucho menos, la primera vez que abandona un partido este camaleón de la política más casado con el poder y la lucha que con las siglas de cualquiera de las formaciones en que ha militado. Y han sido más de media docena.

Su activismo se forjó en el Sindicato Democrático de Estudiantes, enfrentado al falangista y oficialista SEU, cuando estudiaba Derecho en la Valencia gris de los años sesenta. Pero su verdadero debut político se materializó en la orilla comunista. A finales de esa década, su antifranquismo lo llevó a integrarse en el Movimiento Comunista Español (MCE), fracción marxista-leninista. Creó una escisión en la formación y luego se incorporó al PCE Marxista-Leninista. Blasco también formó parte del Frente Revolucionario Antifascista y Patriótico (FRAP) «Carlos» era su nombre de guerra en aquella organización que perseguía instaurar la dictadura del proletariado con la ayuda de la lucha armada. Sin embargo, en 1981 rompió con el PCEml y lanzó su propia entidad política. Se llamó «La Causa».

Aquello no había hecho más que empezar. Porque fue en los años ochenta cuando Rafael Blasco se subió a su primer caballo ganador: el todopoderoso PSPV de Joan Lerma y de su cuñado Ciprià Ciscar (que fue quien le presentó a su actual esposa, Consuelo Ciscar). En la vera socialista estuvo desde 1982, como subsecretario de Presidencia, hasta diciembre de 1989, cuando Lerma lo destituyó como conseller de Obras Públicas y Urbanismo al calor del escandaloso caso Blasco del que saldría absuelto en 1991 tras anularse las cintas que lo inculpaban.

El PSPV ya era historia para él. Pero como buen guerrillero del FRAP, la historia política de Blasco no estaba finiquitada. Impulsó en 1993 el partido nacionalista Convergència Valenciana. Fue un compás de espera hasta que Eduardo Zaplana llegó al Palau, se fijó en él y le tendió la alfombra azul de la todavía más poderosa Administración popular. Empezó como outsider de subsecretario de Presidencia. Lo rodeaba el glamouroso hechizo de los independientes que se permiten el lujo de cabalgar sin carné. Pero este hombre de partido no de uno concreto, sino de partido político en general acabó enrolándose como militante del PP en julio de 2004, en plena era Camps. Con él redondeó su carrera política, la que lo ha llevado a ser siete veces conseller, portavoz popular en las Corts y factótum intelectual del espectro conservador valenciano.

En torno a su maquiavelismo político la leyenda nunca tiene bastante, a Blasco se le identifica con la fundación en Alzira del Partido Socialista Independiente (PSI), creado en 1993 por su hermano Francisco Blasco, y que sería el germen del posterior Partido Socialdemócrata (PSD), ambos pensados para debilitar al PSPV. Ahora, apartado de la militancia del PP, ya hay quien espera a ver si al camaleón de la Ribera le queda una última piel política.