En el año 1967 la gandiense Consuelo Blasco protagonizó una pequeña revolución al convertirse en la primera mujer que conseguía la acreditación para ser profesora de autoescuela, y así ejerció durante toda su vida en la empresa familiar.

Ahora su hijo, Ricardo Pastor, también ha propiciado un cambio que ha venido a revolucionar a un reducido y singular colectivo de aspirantes a sacarse el carné de conducir: los presos de la cárcel de Picassent que, en la mayoría de los casos por su marginalidad social, nunca tuvieron tiempo o dinero para lograr la licencia.

Ricardo Pastor aceptó la propuesta de ser el «profe» de Picassent atendiendo al convenio que Instituciones Penitenciarias y la Dirección General de Tráfico, dos organismos del Ministerio del Interior, firmaron hace un tiempo para que determinados reclusos pudieran aprovechar el tiempo que estaban privados de libertad y, al menos, aprobaran el examen teórico del carné de conducir.

Pero este profesor gandiense de 50 años que ha ejercido esa profesión durante toda su vida se dio cuenta de que el material didáctico que se iba a distribuir entre sus alumnos de Picassent no era el apropiado para ellos. «La mayoría son neolectores», explica, de manera que el voluminoso libro que les entregaba la Confederación Nacional de Autoescuelas sólo les animaba a abandonar las clases. «Es lo que hay», le respondieron cuando planteó el problema y la necesidad de hacerlo algo más sencillo.

En eso fue cuado Ricardo no aceptó la negativa y pidió ayuda. Quería primero resumir los conceptos básicos que deben aprenderse para conducir un vehículo y, después, editar el material para poder distribuirlo. Lo primero fue labor suya, y para que los libretos salieran a la luz encontró la colaboración de la editorial AEOL de Silla, que se brindó tanto a publicar en papel como a facilitar material informático, razón por la que el profesor les da las gracias una y mil veces.

«No hay secreto, lo que hemos hecho es reducir y esquematizar mucho todo lo que se tiene que aprender», indica Pastor, quien añade que en Picassent el sistema de clases es el mismo que se sigue en cualquier autoescuela, aunque en la cárcel el curso es muy acelerado y en cuestión de dos meses los reclusos podrán realizar el examen.

A partir de ahí, todo es voluntad. El profesor gandiense se desplaza dos o tres días por semana y confiesa que no cobra ni siquiera dietas por dedicarse a esa labor. Aceptó dar clases en una prisión a raíz de una experiencia positiva que lo ocupó hace años, cuando atendió a personas marginales en una parroquia de Madrid regentada por religiosos franciscanos.

Sus alumnos son entre 20 y 25 personas, todos ellos hombres situados en la franja de edad de entre los 20 y los 40 años. Para hacer el curso es condición imprescindible que les quede un máximo de dos años de cumplimiento de condena porque en ese periodo caduca la prueba teórica del carné. Lógicamente, la parte práctica que les dará acceso a la licencia de conducir la tendrán que hacer cuando salgan de la prisión.

Cuando a Ricardo se le pregunta por la relación con personas que han cometido algún delito se le encienden los ojos. «Es evidente que algo habrán hecho y serán lo que serán, pero cuando yo les trato directamente de tú a tú me da la impresión de que son buenas personas». «Es más -añade- el respeto que profesan hacia mí muchas veces es excesivo, por no decir agobiante».

Como los que nunca han pisado una prisión, también allí los beneficiarios tienen que pagar las tasas. 40 euros por el certificado médico y otros 88,50 por el «impuesto» que se lleva la Dirección General de Tráfico. En eso Ricardo quiere dar su opinión: «El carné debería ser gratis. Hoy es una necesidad y debería entrar en la enseñanza obligatoria».