Inocentes de la crisis con cubierto

Unos 2.400 niños de 93 municipios valencianos acuden a comedores sociales de verano pagados por la diputación para evitar la desnutrición infantil

Comedor infantil de verano del centro de Bienestar Social de Benaguasil, mientras sirven los macarrones con atún de primer plato.

Comedor infantil de verano del centro de Bienestar Social de Benaguasil, mientras sirven los macarrones con atún de primer plato. / josé aleixandre

Paco Cerdà benaguasil

Si muchos de los niños que corretean por el centro de Bienestar Social de Benaguasil poco antes de servir la comida aún creen que los Reyes Magos son Melchor, Gaspar y Baltasar -como ese morenito de cuatro años que responde con timidez que se llama Alejandro-, ¿cómo van a entender qué demonios es la crisis o que los platos rotos por los adultos los acaban pagando también los niños? Ellos ríen, bromean, juegan y preguntan ilusionados al periodista si es que van a salir por la tele. "¡Ojalá!", suspira Yuri, de 11 años e hijo de padres armenios. Y tal vez esa inocencia de no saber que están en un comedor asistencial de verano pagado por la Diputación de Valencia para que ningún niño de 3 a 12 años se quede desnutrido por falta de dinero en casa, tal vez esa ingenuidad infantil sea lo más descorazonador de la escena.

Aunque hoy ha faltado alguno, son 19 niños los que asisten a diario al comedor desde que se puso en marcha el 1 de julio y hasta que acabe el 31 de agosto. El más pequeño tiene 4 años; el más mayor, 11. Hasta allí los acompañan sus padres en torno a la una del mediodía. Comen el catering preparado y transportado por una empresa de restauración colectiva y pagado por la diputación a 3,30 euros cada menú, después de que el personal del centro lo caliente y lo sirva en la mesa. Y antes de las tres de la tarde vuelven a ser recogidos por sus padres con la barriga llena y sin tocar el bolsillo familiar en estos meses de verano en que no hay comedores escolares ni becas que garanticen la comida gratuita entre semana a los niños con una situación familiar más difícil.

El menú de este martes se abre con una ensalada de lechuga, aceitunas, tomate y maíz. Luego vienen los macarrones con atún de primero, y el lomo adobado al horno con champiñones de guarnición de segundo. Sin embargo, la presencia de cuatro musulmanes obliga a prepararles una alternativa: berenjena rellena. De postres se servirá fruta. Y el menú variará según el día: habrá lentejas a la jardinera, filete de panga orly con zanahoria el miércoles; arroz a banda con panga y calamar y tortilla de jamón serrano el jueves; guisado de patatas con ternera y empanadillas de atún el viernesÉ

Ahora bien: si al simpático grupo que forman Vega, Ian, Yuri y Mohamed le preguntas por su plato preferido, todos -menos Mohamed, que no come carne- responden que es la hamburguesa. ¿Y lo mejor de todo? "Que se puede repetir".

"Mientras haya comida, hay que aprovecharÉ", añade Yuri. Todos juntos, sentados en la misma mesa, parecen la pandilla de Verano Azul. Aunque la piraña que hay detrás de esta historia vista muchas veces traje, corbata y maletín.

El retrato de la nueva época

La comida llega al centro en dos cajas herméticas. Esas dos cajas reflejan los tiempos modernos que le ha tocado vivir a Benaguasil, el pueblo de la riqueza agraria de regadío cuyo tejido social ha cambiado por completo en una década. A grandes trazos, explica el concejal de Bienestar Social Carlos Bosch, Benaguasil tiene 11.500 habitantes: 2.500 son mayores y jubilados, 1.350 vecinos están en el paro, y 800 están en edad escolar. La tierra da lo que da, que es poco más que nada; las fábricas de los polígonos industriales han cerrado en cascada -queda la cooperativa, Rama Fruit y Desguaces Cortés como el triángulo de la prosperidad- y El Dorado de la construcción, que llegó a superar las 2.000 licencias de obra en el año 2006, está como en todos los sitios: en bancarrota.

Así las cosas -y al margen de la ayuda de Cruz Roja o Cáritas-, el ayuntamiento reparte comida a más de 150 familias del municipio: veinte familias cada día que van rotando en función de su grado de necesidad. "¡Quién nos lo iba a decir!", exclama el concejal que lleva las riendas de Bienestar Social desde 1987. Él, del PP, es tan crítico con el despilfarro del plan Zapatero como con las "obras faraónicas" a gran escala o a pequeña: desde "los siete aeropuertos que salpican el litoral mediterráneo" hasta las piscinas cubiertas que han proliferado como setas. "En casi todos los pueblos del Camp de Túria hay una, y eso es insostenible", admite.

Mientras el concejal se despide -aquí hay mil frentes que atender-, llega con su hijo de diez años José Cortés. Trabajaba en la construcción hasta que su empresa cerró hace cinco años y echó a todos los trabajadores. Hoy ha traído a su hijo al comedor infantil. También tiene a dos mellizas de ocho años en casa. La economía familiar anda apretada. Él dice que sólo busca trabajar. "Yo me echo a lo que sea", se anuncia. Y agradece esta iniciativa de la diputación porque "ahorra dinero" en casa.

Rosario Sánchez, que también ha traído a su pequeño al comedor, expresa una de las claves del programa: "Mi compañero y yo comemos cualquier cosa y no pasa nada. Pero yo quiero que mi hijo coma buenos alimentos. Y él viene muy contento porque se lo come todo", afirma esta joven sin trabajo, a cuya pareja le faltan once días para dejar de cobrar el último subsidio. Después, veremos. Pero eso son preocupaciones de mayores, de gente adulta. A la pandilla de este largo y triste Verano Azul no les importan. Afortunadamente.

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