Su gravísima enfermedad no pudo con él. Es más, le regaló una nueva oportunidad, un cambio de visión de lo que quería hacer en su vida. Se llama Blai Signes y a sus 31 años lo tiene claro: «le doy “gracias” a mi enfermedad porque gracias a ella descubrí mi vocación. Ser médico».

Este joven valenciano sufrió una larga batalla contra una aplasia medular, una enfermedad autoinmune que provoca el fallo de las células madre encargadas de crear los glóbulos rojos, las plaquetas y las defensas del organismo. Las horas en el hospital La Fe de Valencia, el trato de sus profesionales y el agradecimiento hacia los donantes que le salvaron la vida le cambiaron. Vio claro que quería ser médico, concretamente especialista en Hematología. «Me siento en deuda con la sociedad», sentencia. Tras terminar sus estudios de Medicina, en estos días se está preparando para superar el examen de Médico Interno Residente (MIR). Atiende a este diario entre apuntes y libros que le ocupan la mayor parte de las horas del día.

Hace seis años que recibió un transplante de células madre de un cordón umbilical gracias al cual pudo seguir adelante. Tenía 23 años cuando le diagnosticaron la enfermedad. Estaba preparando el proyecto final de carrera de Ingeniería Informática -la cual finalmente terminó-, y contaba con una posibilidad de empleo en Estados Unidos. Pero todo se truncó.

Dos años y medio de lucha

Fueron dos años y medio de lucha, sufriendo incluso una operación de pulmón debido a las complicaciones derivadas de la patología. «Debido a la enfermedad sufría una anemia con la cual no me podía levantar ni del sillón, además por la falta de plaquetas no coagulaba la sangre y tenía hemorragias, sangraba por las encías, oídos, nariz...». Además, su sistema inmunitario estaba totalmente mermado. Por ello tuvo que recibir 244 transfusiones. Cuenta Blai que «yo me anotaba cuántas recibía, para recordar cuánta gente me había salvado la vida».

Su cuerpo no respondió al tratamiento y tuvo que recibir el transplante de médula. La donación llegó desde California, en Estados Unidos, puesto que la complicación en la compatibilidad de este tipo de material supone que el banco es a nivel mundial, para ampliar el número de posibilidades. «Es siempre el último recurso, porque antes recibes una quimioterapia abrasiva muy agresiva para el cuerpo. Para mí era la única opción para sobrevivir».

El calor de los profesionales

En las largas horas de convalecencia se fue despertando su vocación. «Empecé a interesarme por el tema sanitario, y además descubrí el calor humano del hospital», relata Signes, quien apunta que el detonante para que se decidiera a estudiar medicina fue la operación de pulmón. «Estaba en reanimación tras la intervención. La que había sido mi primer hematóloga se encontraba en Bilbao y se enteró de que me había operado. Ella ya no se encargaba de mi tratamiento, pero volvió a Valencia a propósito para estar junto a mí, dándome la mano. Fue ella, Noemí, quien me sacó de allí, no los goteros» . Esa situación le marcó.

Sentía que quería hacer lo propio desde el otro lado, como médico. «Ser hematólogo se convirtió en mi sueño, y me aferraba a él para salir adelante», comenta. A los ocho meses de recibir el trasplante ya estaba matriculado.

Tras terminar la carrera, en el último año ha estado en La Fe realizando las prácticas. Recuerda con cariño una anécdota que hoy lleva grabada a fuego. Conoció a la fallecida periodista Concha García Campoy cuando luchaba contra la leucemia en ese hospital. «Tras conocer mi historia me dijo que se había enamorado de mis ganas de vivir, de cómo había convertido la peor situación de mi vida en lo mejor de ella».