Retraso: Cualquier acción militar que provenga de Estados Unidos o las fuerzas occidentales para frenar el ascenso de cifra de muertos en Siria llega varios meses tarde. Abandono: dos años y medio después del inicio del conflicto desconcierta la atención que está recibiendo el país y la "repentina" voluntad de solucionar el enfrentamiento por parte del presidente Obama. División: ¿las fuerzas extranjeras ayudarán a pacificar la zona o, por el contrario, empeorarán el escenario bélico y alargarán el sufrimiento de la población civil? Tristeza: se cuentan cerca de 110.000 muertos, más de dos millones de refugiados y miles de desplazados internos. Entre estos cuatro elementos (el último nunca desaparece) se mueve la población siria residente en Valencia, que observa con el corazón encogido a kilómetros de distancia y a través de los medios de comunicación y de las redes sociales el devenir de los hechos en el país que les vio nacer.

"Si lo que quería Obama era proteger el pueblo sirio, llega tarde. ¿Por qué son más importantes las muertes por gas que las cientos de miles por bombas y machetes que han ocurrido hasta ahora? El mundo entero lleva dos años y medio viendo lo que pasa y nadie ha hecho nada", se lamenta Fadwa, profesora de árabe y vecina de Mislata. Sigue con su marido Abdul, también profesor, y sus tres hijas, los acontecimientos diarios a través de internet. "Hablamos con nuestra familia cuando no falla la red, pero a veces estamos días sin saber nada". El miedo es el factor común.

"Nunca pensamos que terminaría así. Vemos las imágenes y no creemos que sea nuestro país", explica Abdul. "Pensamos que pasaría como en Libia, unos meses de revolución y ya está", añade el profesor. Tanto él como su familia se sienten defraudados con la izquierda. "Sólo han hablado ahora que Obama va a intervenir. Parece que los norteamericanos despiertan más reacciones que las atrocidades del dictador Bachar al Asad", se frustra Abdul.

"Vi mi casa destruida"

Abdallah, Jorge y Adel se reunen en el centro Hispano-Sirio de Valencia por las tardes. No comparten opiniones ni ideologías, pero sí angustia en los ojos y en la boca del estómago. "El otro día vi imágenes de mi casa destruida, en Homs. La reconocí en seguida, tenía unos azulejos negros muy bonitos. Era el hogar donde vivió mi padre, su padre y el padre de su padre", se entristece Adel. Silencios. Cualquier conversación sobre este omnipresente tema está plagado de ellos. También silencios, interrumpidos por bombas, son lo que escuchan cuando llaman a sus hermanos, sobrinos o padres, en Siria.

"Si cuando fallece un paciente por la edad ya me afecta, pensando en si habré hecho algo mal, ¿cómo pueden esas personas matar a cuchillo a 46 niños y quedarse igual?", reflexiona Adel entre el enfado y la angustia.

Temas como los culpables de la guerra, el papel de la ONU y las depuraciones de responsabilidades posteriores encienden el debate entre estos tres médicos y amigos. Sin embargo, aunque haya discrepancias, todos tienen una idea en común: no sirve la solución militar al conflicto. Las comparaciones con Irak son inevitables. "Que nos dejen a los sirios solucionar nuestro problema. Estoy seguro de que solos podrían solucionarlo en cinco años. Hay demasiados intereses de Irán, EE UU, Rusia, Israel,...".

Jorge, cristiano como Abdallah, apela a la cultura y a la inteligencia de sus compatriotas. "El pueblo sirio es culto, todo se pacificaría si no hubiera injerencias exteriores y dejaran sentarse a hablar a quien corresponda. En Siria nunca ha habido problemas entre religiones o etnias. Lo han creado después", indica con pesar.

"No hay una familia en toda Siria que no haya salido perjudicada", recuerdan. Con esta triste frase entierran sus diferencias. Algunos quisieran volver, aunque sea a apoyar a los que todavía sufren allá. Sus voces y piernas tiemblan con el recuerdo de Irak. Nadie se siente capaz de atisbar, adivinar o si quiera imaginar el fin del conflicto.