Día 1 en Genovés. ¿Se siente ya más tranquila?

Sí. Pero aún estoy entendiendo lo que ha ocurrido. Yo en los campamentos no me enteraba de lo que estaba pasando en España. No sabía toda la presión que se estaba haciendo, que es la que al final me ha acabado sacando de allí.

¿Y qué le sorprende más?

Que se haya volcado tantísima gente en mí. ¡Es increíble!

¿Cómo consiguió escapar?

Mi padre me devolvió el pasaporte.

¿Voluntariamente?

Sí, voluntariamente. No se lo tuve que robar ni nada. Me lo entregó, pero yo sabía que luego me lo iba a volver a pedir. Era como decir que él confiaba en mí, y luego querría ver que yo también confiaba en él. Eso era lo que él esperaba. Pero yo no quería que se hiciera más largo. Porque las negociaciones con mi familia no funcionaban.

¿Con las autoridades saharauis y con las españolas?

No, españolas no. No pueden entrar a los campamentos. Cuando vino Batiste [su padre de acogida] intentaron negociar y no funcionó. Las autoridades saharauis trataron de que llegáramos a un acuerdo mi padre y yo. Pero ese acuerdo yo no podía aceptarlo. Porque yo lo que quería era salir de allí. Y cuanto antes.

¿Cómo logró subir al coche que le sacó de los campamentos?

Con una persona de mi confianza.

¿Usted se lo pidió?

Sí. Llevaba varios días pensándolo. No tenía planeado ese día en concreto. Pero aproveché el momento en que me podía alejar de mi casa.

¿Y cómo se produjo?

Al estar sola. Mi madre salió y no había nadie conmigo. Confiaron en que nadie me haría nada. Y pensé que era el momento idóneo. Va ser pensat i fet.

Una actitud muy valenciana.

Sí. En ese instante llamé por teléfono a esa persona.

¿Y la recogió con el coche?

Sí. Sólo necesitaba llegar a la ciudad de Tinduf.

¿A cuánta distancia está?

A media hora en coche.

Y, en ese trayecto, ¿fue en el coche en posición normal o se tuvo que esconder?

Me tuve que esconder en el suelo del coche hasta salir de los campamentos para que no me vieran los vecinos. Luego pasé un control policial.

¿Y no le dijeron nada?

La ventaja era que si eres una mujer y llevas la melfa saharaui [el vestido tradicional que cubre cabeza y a veces parte del rostro] te tapas y ya está.

¿Y usted iba así vestida?

Sí, sí, medio tapada.

Así llegó a Tinduf y acudió a una gendarmería argelina.

Sí. Tuve que esperar unas cuantas horas hasta que llegara el inspector, porque sin su autorización no podía salir. Ellos ya sabían quién era yo. Me interrogó por lo que estaba pasando y me pidió que quitara la denuncia por secuestro que había contra mi familia. Así lo hice.

Y una vez quitada?

Cogí el avión y llegué a Argel.

¿Y en esas gestiones no intervino el Ministerio de Exteriores español o el consulado? ¿Se escapó completamente por su cuenta?

Sí, porque yo no tenía contacto con nadie.

Valiente.

Tal vez se sospechaba que podía hacerlo cualquiera menos yo.

En los campamentos, ¿en qué ocupaba el tiempo?

En mí misma, pensando.

¿En qué?

Ellos intentaban que me integrase en la sociedad. Que fuera con los chicas, que me reuniera con ellas, siempre con algún familiar mío presente. Pero yo no podía olvidarme de mi situación. Y esperaba?

Y se aburría.

A veces leía. Pero tampoco les parecía muy bien que estuviera leyendo en inglés delante de gente.

¿Por qué?

Porque si estaba leyendo sola cuando había visitas, lo interpretaban como que no les quería, como que no me integraba. La opinión pública pesaba mucho sobre mis padres. De hecho, creo que podrían haberme dejado volver a casa antes. Cuando vino Batiste, por ejemplo. Pero la opinión pública, la presión ambiental, les influía mucho. El medio determinó su postura. Que todos los días venga gente diciéndote: «Coge a tu hija. ¡Es tuya! Nadie tiene derecho a cogértela».

Eso lo complicaba más?

Eso hizo presión sobre mis padres. Porque ellos me quieren. No desean nada malo para mí. Yo les repetía: «Sabéis que esto significa destrozar mi futuro. Me he pasado doce años estudiando, ¿para qué?». Yo insistía en que me había formado para poderles ayudar.

Una duda que no se acaba de entender. ¿Por qué empezó esta historia? ¿Por qué sus padres decidieron retenerla una vez allí?

La misma pregunta me hacía yo. Podrían haberme cogido antes. Incluso antes de cumplir 18 años y lograr la nacionalidad española. Su respuesta era que tenían miedo de que yo volviera a España y nunca más regresara a los campamentos. Que querían pasar más tiempo conmigo. Al final, su explicación se simplificaba: «Te queremos. Hemos pasado mucho tiempo sin verte y ya no queremos que salgas de nuestros ojos. Queremos estar en todo momento mirándote». Claro: a mí eso me parece muy bonito, pero? ¡no tiene ni pies ni cabeza! Yo les quiero, pero no quiero estar allí. Y no me pueden obligar a querer estar allí. Eso no tiene sentido.

¿Y esa reacción puede deberse a que vieron su estilo de vida occidental en imágenes que alguien les enseñara de las redes sociales?

No. No soy la única chica saharaui que vive fuera de los campamentos. Hay muchos saharauis occidentalizados en España. Además: si es por vivir con un estilo de vida occidental, ¿qué se esperaban después de doce años?

¿Cree que este caso puede sembrar la inquietud en otros saharauis de España que piensen volver a ver a su familia?

No sé? Esto es un problema estrictamente familiar. Es un tema de tu familia, del pensamiento que tenga tu padre y tu madre. Es un tema más familiar que social.

Al hablar así se percibe un sentido de la propiedad sobre los hijos que aquí no existe.

Allí es completamente distinto. Es otra cultura, otro mundo. Eso lo lees en los libros o lo ves en la televisión. Pero, hasta que no lo vives, no llegas a comprobar que la diferencia cultural es enorme.

Será difícil contestar, pero ¿guarda rencor a sus padres biológicos por lo que ha ocurrido?

No.

¿No? ¿Puede llegar a entender lo que han hecho?

Si entras en la mente de mis padres y en el sistema social en el que viven, donde los hijos han de hacer siempre la voluntad de sus padres, lo entiendes. Por eso no puedo guardarles rencor. ¡Qué va! Todo lo contrario.