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Testimonio

Deportado a un país que no es el suyo

Un joven de 25 años que nació en España y ha pasado toda su vida en Valencia es deportado a Nigeria, el país de su madre donde no había estado nunca, tras cumplir condena por drogas y agresión a la autoridad

Deportado a un país que no es el suyo

Decir que todo empezó aquella noche en el Festival Internacional de Benicàssim en la que le pillaron droga encima, en la que algunos agentes acabaron con lesiones mientras él intentaba escapar entre la multitud, decir que en esa noche de julio de 2008 está la causa de que Junior haya pasado 1.017 días encerrado en tres cárceles distintas, que luego cumpliera casi un mes en un Centro de Internamiento de Extranjeros (CIE) y que la semana pasada fuera deportado a Nigeria, un país que no es el suyo y en el que no había estado en su vida, decir eso sería injusto y reduccionista. Porque la vida de Junior Taofiki Oyeniyi, de 25 años, se empezó a torcer mucho antes sin que él interviniera.

Su madre, nigeriana, emigró a España a por una vida mejor. Sufrió mucho, tal vez más de lo que pueda contarse. Hasta que acabó en la cárcel para tragarse seis años entre rejas. A su padre apenas lo conoció. «Un cabrón que nos abandonó», masculla. Junior nació el 1 de diciembre de 1988 a las 19.50 en la Maternidad O'Donell de Madrid „y esto es relevante, Madrid„, como atestigua su página en el Registro Civil. Él ha pasado casi toda su vida en Valencia. Desfiló por distintos colegios: el Santa Cruz de Mislata, el Caxton College de Puçol, el Centro de Estudios y el Pare Català de Benimaclet, y el instituto público Francesc Ferrer i Guàrdia del mismo barrio. Como cualquier otro niño, jugó en varios equipos de fútbol base: el Torrelevante, el CF Cracks. Él no engaña: «De pequeño fui rebelde, algo gamberro. Robé motos y bicis con los colegas», zanja. Sí, Junior tenía numerosas detenciones policiales a las espaldas, pero ningún antecedente penal. Tampoco había pasado por centros de reeducación de menores.

Todo cambió aquella noche veraniega de 2008 en pleno FIB.

1. El éxtasis de la exclusión. Según su versión, llevaba nueve pastillas de éxtasis y un gramo de cocaína o MDMA. «Era una comuna para todo el grupo que estábamos allí. ¡Era consumo propio, no para vender!», asegura. Junior sigue contando que al echarse a la carrera, un policía se desequilibró, cayó al suelo y se lastimó. Él saltó una pequeña valla y se escondió tras unos setos. Pero lo cogieron y fue detenido. Lo llevaron a una comisaría cercana: allí le imputaron «más droga de la que yo llevaba», dice. Le tomaron declaración. Pasó la noche en el calabozo. Al día siguiente lo dejaron libre a la espera de juicio. Corría el año 2008. Junior tenía 19 años. Y tres años y medio más tarde, el 3 de diciembre de 2011, lo citaron a declarar en comisaría. El chico no acudió. «Dejé pasar los días, pero me sentía mal. Como un prófugo. Como si le debiera algo a alguien». Finalmente, por voluntad propia, el 19 de diciembre se presentó. «Pensé que sería un mal rato y ya está». Sin embargo, ese mal rato fue largo, muy largo. Tan largo que aún no ha terminado.

Tras una noche de calabozo, un juzgado de instrucción lo metió en prisión preventiva. Fue a Picassent. Entraba el 20 de diciembre. Dos días después, el 22, el día de la lotería, era su madre la que abandonaba la cárcel tras seis años entre rejas, cuenta Junior. Como si fuera un relevo generacional escrito por un macabro destino. La peor versión del neodarwinismo social, si es que existe.

2. Una condena sorpresa. El juicio lo tuvo el 10 de febrero de 2012. Con abogado de oficio. «Me pedían siete años. Se me vino el mundo encima. Mi abogado me dijo que si firmaba la conformidad me caería un año y nueve meses. Firmé la conformidad creyendo que no sería pena de cárcel y que ese mismo día saldría de la prisión. Era viernes. Esperé. El lunes no salí. Y después me enteré de que era un año y nueve meses por lo de la droga, y otro año más por resistencia a la autoridad y agresión a tres agentes. Lesiones en hombros, rodillas, codo? Por eso ingresé». Después de Picassent y Castelló, le asignaron el centro penitenciario de León como destino para el cumplimiento de la pena. En la cárcel se deprimió. Luego se repuso. Todos le decían lo mismo: «¡Qué bien hablas español!». Él, de raza negra, se esforzaba en repetir que había nacido en Madrid y vivía en Valencia. «Nadie se lo cree nunca. Eso, y que apunten mal mis apellidos con los problemas que ocasiona, me ha perseguido toda la vida», dice.

Pasó el tiempo entre rejas. Los 1.017 días; dos años y nueve meses. Sin abogado que lo defendiera, un mes antes de salir en libertad le informaron de que tenía abierto un proceso de expulsión de España por estancia irregular. Él no daba crédito. Nació en Madrid, sí, y tenía una Tarjeta de Residencia con su foto y sus datos cuando era menor de edad, sí. «Pero Junior nunca ha tenido la nacionalidad española», reconoce su actual abogado. Y lo dramático del caso es que podía haberla tenido. En virtud del artículo 22.2.a del Código Civil, Junior, que era residente en España y había nacido en territorio español, hubiera podido conseguir la nacionalidad española cuando era menor de edad. «Pero su madre no la pidió. No supo a qué puerta llamar para regularizar la situación de su hijo», añade el letrado.

Tampoco había renovado su Tarjeta de Residencia, aunque tenía derecho a hacerlo. Un olvido fatal por el que en 2011 ya se le abrió proceso de expulsión por estancia irregular. Después, con la comisión de los delitos de tráfico de drogas y agresión a la autoridad y su posterior condena, Junior se cerró la puerta a la nacionalidad española. La condena a más de un año de un extranjero conlleva su expulsión de España por el 57.2 de la Ley de Extranjería. Y así ocurrió con Junior. «Un cúmulo de despropósitos», resume su abogado.

3. Tres desahucios seguidos. El final de la historia se acerca, el surrealismo se acentúa. Este pasado 2 de octubre Junior salía de la cárcel. Fin de la condena y principio de otra losa judicial: la deportación al país que figuraba en su pasaporte: Nigeria, nacionalidad que heredó de su madre. «Ni he estado nunca en Nigeria ni es mi país. Yo he nacido en España y siempre he estado en España», dice en valenciano o en castellano, indistintamente.

De poco sirvió ese razonamiento que a cualquiera le parecería lógico al ver las fotos de Junior de pequeño: con un traje y corbata bailando a lo Michael Jackson; con otros niños en una foto oficial del Cracks en la temporada 2001/02; un diploma de la Policía Local de Valencia „ironías de la vida„ que certificaba su curso de educación vial; sus carnés y certificados escolares; sus retratos infantiles con otros amigos. Luego están testimonios de amigos como Víctor, que quedaba con él a tomar café, a bailar, a jugar a la videoconsola, que le ayudaba desde su tienda de comidas y sufría al ver cómo iba deteriorándose la vida de Junior cuando su madre entró en la cárcel y él tenía 17 años. Empezó por no poder pagar el piso de Benimaclet que compartía con su madre. Lo desahuciaron de allí por no abonar el alquiler. Luego lo desahuciaron de otro piso que su madre había comprado mediante una hipoteca que no pagaba. Después se fue malpagando como pudo una habitación en un piso compartido. Finalmente fue a casa de unos primos hasta que también los desahuciaron a todos.

4. El vuelo a ninguna parte. Pero todo aquello quedaba lejos el 2 de octubre. Ese día salió de la prisión de León. Y casi sin pisar la calle lo condujeron a los calabozos. Una vez más. A la mañana siguiente, el día del cumpleaños de su madre „que ha rehecho su vida en Martorell (Barcelona)„, un juzgado decretaba la expulsión de Junior del país. Pero tenía que esperarla en el CIE de Aluche. «El Guantánamo de Madrid», como lo llaman los más críticos. Junior lo describe con menos poesía: «Es como una ciudad sin ley, peor que la cárcel. En los 25 años que llevo en España no había visto eso en la vida», relata.

Junior es prolijo en lo que sucedió en el CIE durante los 28 días que pasó allí. Con pocos detalles bastan: «Vinieron los antidisturbios dos veces; se fugaron cinco internos; sólo disfruté dos días de patio; en una sala pasábamos 40 tíos hacinados veinte horas: con un cortaúñas para todos, sin tele ni mechero ni cubo y fregona; un hombre fue deportado sólo un día después de que su mujer diera a luz; otro tío se hizo un corte a propósito desde la clavícula hasta el abdomen». Cuenta sin parar. Junior interpuso una queja para evitar su deportación, pidió asilo político, alegó arraigo familiar con su madre. Pero nada evitó que el 29 de octubre le comunicaran que en menos de 24 horas sería deportado a «su» país.

Así fue. El 30 de octubre „el jueves de la semana pasada„ embarcó en un avión en Torrejón de Ardoz. Un vuelo chárter con policías y otros deportados. Era de noche cuando este «peligro para la salud pública y amenaza para la seguridad nacional» „así lo estipulaba la sentencia, como siempre en estos casos„ bajó por la escalerilla del avión y se encontró en Lagos, capital de Nigeria. Una urbe de ocho millones de habitantes situada a 3.700 kilómetros de Valencia. «Cuando lo vi todo oscuro, sin apenas luz en las calles excepto los coches que pasaban, se me cayó el mundo encima», dice.

5. De tumbo en tumbo por Lagos. Para la justicia española, Junior ya está en su país. Para Junior, lleva una semana en un sitio que no conoce de nada. Va dando tumbos de aquí para allá. Unas noches duerme en casa de algunos de los conocidos que va haciendo. También ha pasado noches en la calle. «Esto es lo peor, es algo inexplicable. Y menos mal que sé inglés por mi madre y por el colegio», cuenta. Hace unos días conoció a una persona a través de la cual ha logrado hacer algún trabajo en la construcción. Dice que se ha ganado mil nairas (4,70 euros). Así va. Comiendo como puede, durmiendo donde puede. Viviendo según puede.

Su abogado admite que la deportación «es jurídicamente correcta, pero constituye una aberración humanitaria». Porque tenía derecho a la nacionalidad española y no lo aprovechó. El letrado va a luchar por que a Junior lo devuelvan a España aduciendo un defecto procesal respecto al expediente de asilo político que el joven pidió y que pudo no ser atendido debidamente. Junior confía en poder regresar. Estos días ha hablado más con este periódico que con su madre o su abogado. «¿Te podré conocer si vuelvo a Valencia?», pregunta al periodista. Claro. «Ja tinc ganes de fer-me una orxata i una paella!», exclama.

Pocas veces el éxtasis ha propiciado un viaje con efectos tan alucinantes y nefastos. Pero el germen de la desgracia ya estaba sembrado antes de que empezara la fiesta en el FIB de Benicàssim hace seis años. Mucho antes de que Junior echara a correr hacia ninguna parte.

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