Abriendo foco
Primero tomaremos Valencia, luego Madrid
Contra la atomización del voto va conformándose un nuevo bipartidismo en el que PP y Podemos se realimentan

Primero tomaremos Valencia, luego Madrid
Luis Motes
Mañana en la Fonteta los protagonistas no serán los triples de Rafa Martínez sino la coleta de Pablo Iglesias y la barba de Antonio Montiel, la sorpresa política de la semana. Ignoramos si la banda sonora del mitin de Podemos será la canción de Cohen que almibaró el mitin de Syriza con el matrimonio Iglesias-Tsipras pero «primero tomaremos Manhattan, luego tomaremos Berlín» es una hoja de ruta. Podemos ha irrumpido en el «work in progress» de la izquierda española y valenciana. En Madrid ya ha rebentado a IU, en el PSOE solivianta a la nomenklatura a través de Bono y ZP y en Valencia distorsiona todavía más una alternativa de izquierdas al gobierno de la Generalitat.
Antonio Montiel. La figura ejemplifica el cambio de paso del movimiento lila. Valencia es la estación previa a la conquista de Madrid, no se puede despreciar la plaza. Por eso tras bordear las técnicas del transformismo y considerar subsidiarias las elecciones locales ahora cambia el chip: «Queremos gobernar». No es Montiel un «parvenu». Secretario de ayuntamiento en excedencia, profesor universitario, contertulio y adalid de las más mediáticas iniciativas legislativas populares -es su expertise- el polifacético Montiel ha sorprendido a todos. Menos a los suyos, al parecer. Hay quien desde sus filas sugiere en privado que el líder valenciano de Podemos pertenece a la misma casta que dice combatir.
Camaleón.Su epidermis es camaleónica, el paradigma de Podemos. Coqueteó hasta última hora con Compromís apuntando a las primarias pero cambió in extremis de gorro al avizorar la expectativa real del movimiento circular. La ambición de poder de Montiel y su personalidad no son baladíes y contribuyen a enrarecer todavía más el ámbito de la izquierda valenciana, ya de por sí atribulada a la hora de configurar una alternativa creíble. Todas sus versiones juntas obtendrán el favor electoral. Es la aritmética interna el quid de la cuestión. Y Ximo Puig, o incluso Mónica Oltra en su peor pesadilla, ya no ven en Montiel el báculo sino a la figura que hay que proteger bajo palio.
Bipartidismo.. El cónclave valenciano de Podemos y la convención popular que hoy llega a su ecuador en Madrid proyecta las dos mayorías vigentes. Friccionan dos tendencias opuestas y hegemónicas que, como en el fútbol, pugnan por ocupar espacios. Este nuevo bipartidismo virtual va a contracorriente de la atomización del voto. PP y Podemos son dos placas tectónicas: una en declive y otra emergente. El PP y Podemos van a forjar una campaña feroz contra la dispersión electoral y el multipartidismo. Los populares ya están en ello. Esa es la batalla que se dirime. Su problema es que los primeros no pueden hacer más que gestionar el derribo mientras, los segundos administran la expectativa. Pero ambas fuerzas se realimentan para arrastrar el voto útil. A ambos fenómenos les interesa embridar la diáspora.
Convención popular. Podemos es hijo de la pulsión escópica y es también en el plató donde se intenta ahora levantar acta de este nuevo bipartidismo. Buruaga ha llegado para quedarse y ahormar la dialéctica del «no pasarán». En la convención de Madrid el PP ya han sacado los santos en procesión, para reactivar a la militancia dimitida. Ante un atrezzo tan pobre sería preferible una política algo más eugenésica, aunque caigamos en el darwinismo social. Si sólo los más preparados -una utopía- se dedicaran a la política ni hubiéramos llegado a los extremos actuales ni los políticos tomarían por tontos a sus representados. Qué caramba. Hacen bien los muñidores de la nueva tele de la Dipu al limitar sus áreas de práctica a la gastronomía, las tradiciones y los deportes populares. Aquello de «haga como yo, no se meta en política?» que le recomendó Franco al director del falangista diario Arriba.
Diógenes. Los populares valencianos podrían recetarse tras esta semana unas disculpas sinceras, liderar un harakiri colectivo, refundarse con otras siglas y pasar la página de la historia. Sería la única forma de generar contramedidas contra las ominosas versiones de los hechos recientes y conseguir que tanto desmán pueda cicatrizar correctamente. No hay nada peor para una sociedad que una herida permanentemente abierta. Comentario que viene a cuento porque 24 horas antes de la tormenta perfecta esta semana en el Palau de les Arts un alto cargo del Consell mantenía el mantra: que si los 120.000 militantes del PPCV se levantarían a última hora como un solo hombre para no permitir el triunfo de Podemos, que si el nuevo bipartidismo nos favorece, que si patatín, que si patatán? Cada vez que en el PPCV se albergan ilusiones gratuitas se apaga la luz.
Sorpresa. El asalto policial del coliseo operístico tiene mucho de teatral, de acuerdo. Y la operación Diógenes ha conseguido lo nunca visto. Que el recinto de Calatrava salga en el telediario. El Liceu o el Teatro Real tienen más suerte. Pero ¿sorpresa? No será porque las sospechas no se presumían. El tal Diógenes «hace más de cinco años que va de un cajón a otro», comenta otro ex directivo del Reina Sofía. En fin, hubo un tiempo en que la nevada mediterránea era el preludio de la primavera electoral. Hoy el níveo elemento sigue siendo un reclamo para las audiencias televisivas y para vender más periódicos -la Valencia alpina sigue contemplándose aquí como una anomalía-. Pero no consigue tapar los cascotes. Tal como está quedando el erial no se entiende cómo a nuestro John Nieve local -Ximo Puig- aún le quedan arrestos para optar al reinado.
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