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Análisis

Ni sonrisas ni lágrimas

Fabra da carpetazo a una legislatura de convivencia forzada con el grupo que heredó en las Corts - El tira y afloja con los imputados y la presencia de críticos en los escaños marcan 31 meses en los que la complicidad del presidente con la mayoría de los diputados ha sido nula

El grupo popular en las Corts aplaude a Fabra tras su intervención en un pleno en 2012. efe/cárdenas

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«Alberto Fabra es un hombre que no necesita moverse con una corte detrás, incluso para su deporte preferido (la natación) no necesita a nadie, llega y sale solo de los sitios; es una persona de pocas complicidades y es evidente que no las ha tenido con el grupo parlamentario». Es la opinión de un veterano diputado popular 24 horas después de que el jefe del Consell pisara por última vez (al menos, esa es la previsión) las Corts en lo que queda de legislatura. El jueves tuvo lugar la última sesión de control y Fabra, una vez terminado el debate, se levantó de su escaño y salió con prisas del hemiciclo. Tenía un compromiso posterior en su agenda. Apenas un diputado tuvo ocasión de interceptarle a la salida y estrecharle la mano. Nada de particular. Fue, excepto por el tono mitinero de las intervención, una jornada más.

La fría despedida de Fabra de sus 54 diputados cierra 31 meses de convivencia forzada en los que el presidente ha tenido que lidiar con momentos muy complicados principalmente por la aplicación de las líneas rojas, un lucha que ha sacado del escaño a once diputados. La decisión de acabar la legislatura sin un sólo diputado en esta s judicial le generó desde el minuto uno importantes desavenencias con un grupo heredado, en el que han convivido parlamentarios de base con pesos pesados como Francisco Camps, Rita Barberá, Alfonso Rus, José Ciscar, Juan Cotino y varios exconsellers.

Sin tiempo para ganarse lealtades

Torear esta plaza al tiempo hacía frente a una situación de quiebra técnica en la Generalitat, era, analiza una parlamentaria, muy complicado: «No tuvo tiempo de ganarse lealtades», añade. Otro diputado recuerda que, para más inri, Fabra heredó como portavoz del grupo al exconseller Rafael Blasco, quien, cuando se supo rechazado por el nuevo inquilino del Palau, se convirtió en un «poderoso enemigo». «Blasco quiso guardarse las espaldas y envenenó al grupo con el apoyo de Rus», recuerda otra diputada, en alusión a los momentos de rebeldía de los imputados. En aquellos momentos, la oposición hablaba de un nuevo grupo parlamentario (el de los imputados) y desde Presidencia se veía con inquietud una situación que, en caso extremo, podía evolucionar con la pérdida de la mayoría absoluta. La sangre no llegó al río, pero Fabra y su entorno lo pasaron mal.

Sin embargo, y a pesar de la gravedad de la situación, Fabra desoyó los consejos que le llegaron por varías vías para que comenzara a trabajarse las complicidades en el grupo que le sustentaba. «Con los diputados, uno sólo puede moverse a base de gestos», apunta un diputado cercano al presidente. Pero Fabra no aceptó el consejo. Otras fuentes que vivieron el proceso en primera persona admiten que el asunto se analizó en el Palau y se propuso al jefe del Consell varias ideas para intentar intimar algo más con los diputados. Había espejos donde mirarse. El expresidente Eduardo Zaplana fue de todos los mandatarios del PP quien más se trabajó su relación con los diputados: se quedaba a almorzar o a comer en el bar de las Corts y compartía también con algunos momentos lúdicos. No había jornada parlamentaria que no incluyera partidos de fútbol con los diputados. Tenía al grupo entregado y eso se veía en todas las sesiones de control donde la bancada popular de deshacía en aplausos a cada frase. El aplausímetro también funcionó bien con Camps, sobre todo en la segunda legislatura en la que ya había logrado deshacerse del zaplanismo, y prácticamente todos sus diputados le guardaban lealtad. Camps tenía también por costumbre invitar a comer o a cenar a los diputados, que acudían por grupos al Palau. «Era, no obstante, más elitista que Eduardo», comenta un exasesor. Pero controlaba lo que se movía en el hemiciclo y tenía el grupo atado. Nada que ver con la frialdad con la que la mayoría de las ocasiones la bancada popular seguía las intervenciones de Fabra y con la falta de control por el Palau de lo que se movía entre los escaños, que incluso fue escenario de una recogida de firmas en favor del indulto de Hernández Mateo.

Entrada la legislatura, Presidencia ideó un plan para reforzar el liderazgo de Fabra y ampliar su poder sobre la Generalitat y el grupo, una estrategia que incluía ir colonizando con cargos afines la administración e ir logrando complicidades con los diputados. Hubo opiniones encontradas de cómo relacionarse con sus señorías y al final ganó la postura del núcleo duro de Fabra que veía suficiente el café de cinco minutos que Fabra tiene costumbre tomarse en el bar de las Corts antes de la sesión de control. El presidente no se ha sentido cómodo en el Parlamento, pero no ha huido de él. Ha cumplido con las citas de rigor, pero nunca le han dado las tres de la mañana escuchando habaneras como en las míticas cenas de Navidad del grupo con Zaplana.

Uno más del grupo

«Fabra venía de Castelló y, además, era uno más del grupo», reflexiona otro diputado en alusión a que el exalcalde de Castelló había tenido escaño la anterior legislatura, por lo que a muchos les costó verle como inquilino del Palau. Un colaborador va más allá y apunta a que quizás su fallo es que «nunca ha acabado de creerse que era el presidente». Cabe recordar que se convirtió en presidente en una llamada de teléfono de Mariano Rajoy horas antes de que Camps anunciara su dimisión. El propio Fabra ha contado en algunos círculos hasta qué punto le pilló por sorpresa que ignoró varias de las llamadas de Génova porque no reconoció el número.

En la falta de entusiasmo de muchos diputados con Fabra ha influido y mucho su anuncios de que buscará la renovación en las listas. En realidad, poco tiene que ver el grupo que heredó en julio de 2011 con el que el jueves dejó. Los asuntos turbios han forzado incluso el cambio en la presidencia de la institución. Con todo, Fabra ha transmitido con el nombramiento de su comité electoral regional que quiere controlar las listas, y que, si sigue gobernando, quiere un grupo afín. Fabra, no obstante, es consciente de que habrá nombres que tendrán que estar en esa candidatura ya que Génova piensa en el día después. De momento, su paso por las Corts ha llegado a su fin sin sonrisas ni lágrimas.

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