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Entrevista | Carlos Pascual

"La universidad debe ser elitista, pero no en lo económico sino en el esfuerzo"

«Hay una cierta pereza en las universidades a la hora de suprimir asignaturas que han quedado desfasadas»

Carlos Pascual, en su despacho de la calle Pintor Sorolla.

El nombre de Carlos Pascual (Valencia, 1944), aunque al jubilarse este pasado verano perdió la fe pública, no se entiende si no va acompañado de la palabra notario. Su figura también está ligada a la Universitat de València (UV), puesto que presidió su Consell Social entre 1995 y 2013. La Fundación Universitat-Empresa (Adeit) le acaba de rendir un homenaje por sus 18 años de dedicación a la universidad en la que se licenció en Derecho con Premio Extraordinario en 1965. La jubilación no ha supuesto para Pascual un punto final en su vocación por mejorar su Universitat y la sociedad valenciana. Sigue vinculado a la UV como presidente de la cátedra de Cultura Empresarial de la Adeit, y también continua en la junta directiva de la Asociación Valenciana de Empresarios (AVE) y como vicepresidente de la Fundación Conexus, el grupo de presión de los empresarios valencianos en Madrid.

¿Tras sus 18 años al frente del Consell Social de la UV, la Universitat y el tejido empresarial siguen dándose la espalda?

Yo me encontré un mundo absolutamente distante y separado, tanto que mi primera misión fue lograr que se reunieran. Eran dos mundos que se desconocían uno al otro e incluso, internamente, se menospreciaban. No había ninguna conexión. Mi propósito principal fue tender puentes y me lleve la sorpresa de que había mejor predisposición por parte de la Universitat de aproximarse a la empresa, que al revés, pues la empresa seguía pensando que la Universitat no le aportaba gente formada y que fuera aprovechable. Ese fue el punto de partida. De entonces a ahora el avance ha sido considerabilísimo. Hoy los dos mundos se tratan con naturalidad. Se respetan, se valoran mutuamente y reconocen que uno sin el otro funcionarán mal. Esta conexión es vital para el desarrollo de una sociedad.

¿Se ha trasladado esa interconexión Universitat-empresa a la empleabilidad de los egresados?

Aunque aún queda bastante por desarrollar, tras unos primeros años de avance muy lento debido a la indiferencia, la interconexión entre la Universitat y las empresas ha progresado mucho y muy rápido en los últimos años. Precisamente por eso todavía no podemos percibir sus resultados. Los egresados que están accediendo ahora a su primer trabajo, hoy tan escaso, son generalmente personas de 26 a 30 años que se licenciaron hace una serie de años. Los titulados de las últimas promociones aún no tienen el suficiente peso colectivo para apreciar los beneficios de la interconexión. Pienso que eso se va a notar dentro de poco tiempo.

¿En qué debería mejorar la formación universitaria?

Creo que debería ser más práctica. Por otro lado, es indudable que hay que fomentar el emprendimiento entre los universitarios, no sólo para crear su propia empresa, sino también para tener mentalidad creativa, de aportar algo en la empresa que trabaja. Yo reclamo, además, el concepto de verdaderos profesionales: el apostar por la formación continua. La gente cuando acaba la carrera deja de estudiar y no debería ser así. Los posgrados, si responden a lo que esperamos de ellos, abren nuevas vías de conocimiento, descubren inquietudes, nos ponen al día y muestran oportunidades para seguir formándonos.

¿Preferiría una universidad más enfocada hacia la empresa?

La empresa es uno de los agentes sociales clave para el desarrollo de una sociedad, pero la universidad no debe mirar solo a la empresa, pues la sociedad es mucho más amplia. Es como la investigación básica y la aplicada, las dos son necesarias. Hay gente que tiene que reflexionar, pues una sociedad avanza sobre la gente que piensa: los filósofos, los sociólogos... A la empresa le son mucho más útiles los titulados con conocimientos básicos bien aprehendidos, con h, porque la especialización la adquirirán trabajando. A la larga, esos conocimientos básicos dan más flexibilidad y adaptabilidad al profesional. La empresa, sin embargo, a veces se excede en sus urgencias por pretender que la universidad le proporcione empleados formados para un trabajo específico al día siguiente de contratarlos. La empresa también debe implicarse y para exigir responsabilidad a la universidad debe invertir en proyectos y programas universitarios.

¿Cree que hay una «burbuja» de titulaciones universitarias?

Sí. Hay una excesiva oferta de títulos. Hay muchos planes de estudio que tendrían que estar más unificados. Bastantes alumnos con los que hablo se quejan de que tienen asignaturas que no saben muy bien para que sirven, y que en muchas ocasiones están influidas por la especialidad de sus profesores. Las universidades deben luchar por conseguir la excelencia, para ello necesitan replantear sus planes de estudios y reenfocar su docencia. También es verdad que cuando yo entre en el Consell Social en 1995 la Universitat tenía 65.000 alumnos y ahora está alrededor de los 40.000. Aunque a la universidad no le gusta escucharlo, pienso que la caída de la masa estudiantil debería reportar paralelamente una reducción del número de profesores. Eso es eficiencia en la gestión: acoplar los costes a las necesidades. También es verdad que hay muchas materias que han quedado desfasadas ante la rápida transformación que ha experimentado la sociedad y que existe una cierta pereza en las universidades a la hora de suprimirlas a pesar de que tienen muy poca demanda.

¿Cómo ve la reforma del 3+2 que reduce los grados a tres cursos y aumenta a dos los másteres?

La veo bien. Durante el proceso de adaptación a Bolonia y la homogeneización de títulos dentro del espacio europeo de libre circulación lo que se proponía siempre era un 3+2. Sin embargo, en España se optó por un 4+1 por aquello de las tensiones que se produjeron en la calle, en los alumnos y el profesorado. Se aprobó un 4+1 transitorio hasta llegar al 3+2, el módelo que tienen los sistemas universitarios europeos más valorados. Además, este decreto no es imperativo, sino que presenta el 3+2 como opcional y progresivo. Lo que pasa es que las universidades públicas están cómodas en el 4+1, pero es muy posible que las privadas pongan el 3+2 enseguida pues a cualquier alumno le gusta acabar la carrera un año antes. Y esa competencia es lo que realmente les descoloca.

¿Pero los alumnos saldrán preparados con sólo tres cursos?

Lo que no puede ser es que los planes de estudios sean los mismos para el 4+1 que para el 3+2. Hay que modificarlos, resumir las asignaturas, centrarse en los grandes principios esenciales y formadores de conocimiento. Puedes formar perfectamente a cualquier profesional en los grandes conocimientos de su profesión en tres años, lo que no tendrá es especialización.

El rechazo al 3+2 se basa en que encarecerá la formación debido al alto coste de los másteres.

Yo creo que no. Es verdad que los másteres son más caros que los grados. Pero hay que tener en cuenta que, hoy por hoy, sólo el 20 % de los egresados realiza un posgrado. Es decir, que el 80 % restante se va a ahorrar un 25 % del coste de la carrera porque en lugar de cuatro años va acabar la en tres. También es cierto que al pasar al 3+2, el porcentaje de alumnos que quiera hacer un máster para especializarse subirá a un 30 o un 40 %. En este caso, si que saldrá más cara la titulación. Eso es así, pero estamos hablando de una superespecialización. Por tanto, el derecho a la educación gratuita y universal se cumplirá socialmente con el grado de tres cursos que dota de titulación superior para acceder al mundo del trabajo. ¿Qué la especialización tenga un coste superior? Eso es así en todos los lugares del mundo. Dicho lo cual, tiene que haber una adecuada política de becas.

¿Qué es para usted una adecuada política de becas?

Hay que tener presente que las tasas en la universidad pública, pese al incremento de los últimos años, están muy por debajo del coste real de la enseñanza. Esto debe seguir así en las primeras matrículas. En mi opinión las universidades públicas deben ser elitistas, desde luego nunca socialmente. Todo el mundo debe tener derecho a estudiar y nadie por razones económicas debe quedarse sin acceder a la universidad. Aunque un Estado debe potenciar a sus cerebros y desde un punto de vista totalmente aséptico sería socialmente aceptable un elitismo intelectual, es decir premiar sólo a los mejores, a mi esto no me parecería bien. Pienso que debemos exigir, al menos, un elitismo del esfuerzo. Los estudiantes no sólo acceden a la universidad con unas tasas inferiores al coste, sino que además tienen muchas posibilidades de lograr becas de matrícula gratuita, que son ilimitadas y no competitivas, sin perjuicio de optar a otras ayudas para alojamiento y transporte. Por todo esto, que menos que socialmente tengamos el derecho colectivo a exigirles a los universitarios un mínimo nivel de esfuerzo. Lo que no podemos es estar subvencionado, becando y apoyando a gente que no tenga ningunas ganas de trabajar.

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