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Entrevista

Javier Gomá: "Esta cultura es una invitación al suicidio"

"¡Es irrefutable que vivimos en el mejor momento de la Historia! Y si es así, ¿por qué la gente no lo percibe? ", afirma el filósofo, ensayista y director de la Fundación Juan March

Javier Gomá: "Esta cultura es una invitación al suicidio"

Defiende la amistad como figura de nueva ciudadanía. ¿En qué consiste?

En encontrar una forma de rehabilitar la dignidad de los límites que deben presidir la convivencia. Durante dos o tres siglos, la cultura ha sido propicia a la liberación individual. La cultura nos ha ayudado a enamorarnos de la libertad, algo que es extremadamente importante. Pero el precio de enamorarte de tu propia libertad individual es el desprestigio de los límites y las reglas comunes. Ahora hemos entrado en un periodo de la cultura distinto en el que lo importante no es tanto ser libres, porque básicamente ya existen las condiciones para serlo, sino ser libres juntos. Para ello se han de aceptar reglas que permiten una civilizada vida en común.

¿Por ejemplo?

Las leyes, la urbanidad, la educación, el civismo o la filantropía, que permiten superar el narcisismo al que puede conducir el exceso de libertad. Para esta nueva etapa, hay que rehabilitar los límites morales, jurídicos e incluso estéticos. Porque no toda regla es negativa, ni mutila o empobrece. El lenguaje, por ejemplo, son unas reglas que amplían tu libertad al permitir comunicarte con los demás y comprenderte a ti mismo. Es el ejemplo de una regla social que no limita ni empobrece tu libertad, sino que la amplía. Lo mismo puede decirse de la amistad. Establece unas reglas aceptadas y consentidas que trascienden la propia libertad individual. Es un ejemplo de dignificación de unas reglas que no vienen por coacción ni son restrictivas, sino que son enriquecedoras.

Usted es el padre de la «Tetralogía de la ejemplaridad». Parece que el rebaño está descarriado€

Yo no estoy de acuerdo con eso. ¿Somos más o menos ejemplares que hace 50, 100 ó 200 años? Indudablemente, somos más ejemplares. La sociedad en su conjunto ha experimentado un progreso moral. Somos una sociedad mejor. Y cuando asistimos a un ejemplo negativo de la vida pública, esos ejemplos no desmienten nuestro nivel de ejemplaridad. Al contrario: lo confirman. Los escándalos son la prueba del gran contraste entre el comportamiento observado y nuestro ideal de ejemplaridad.

Aboga por menos leyes coercitivas y más convicción personal ejemplar. ¿En eso consiste la ejemplaridad?

Tiene que ver con una cierta educación del corazón: elegir lo bueno sin necesidad de premio y rehuir lo malo sin necesidad de castigo. Una educación del corazón en la que elijamos esas reglas de convivencia no por la coacción de la ley, sino por elección personal de un corazón educado que prefiere la virtud a la barbarie sin necesidad de premios y castigos.

¿Dónde observa hoy lo que llama «vulgaridad moral»?

Siempre pido un respeto por la vulgaridad. La ejemplaridad que yo propongo es igualitaria, no aristocrática. Durante demasiado tiempo, la ejemplaridad se ha asociado a la idea de minoría selecta: un pequeño grupo de la sociedad representaría la ejemplaridad y, el resto, a la que llamaríamos masa, no tendría más obligación que obedecer a esa minoría caudillista. Yo he intentado desmontar ese tinglado aristocrático que sólo esperan docilidad, mansedumbre y obediencia de lo que llaman despectivamente «masa». Pero hay que tener cuidado: cuando se unen la igualdad y la liberación, que son dos de los grandes hallazgos del siglo XX, el primer resultado es una cierta vulgaridad. Por eso reclamo un respeto por la vulgaridad. Porque es el hijo feo de dos padres muy dignos. Pero esa vulgaridad no es un punto de llegada, sino de partida.

Usted es partidario de la filosofía mundana. ¿Qué dilemas filosóficos básicos no se plantea la gente mundana?

Bueno, es que no estoy seguro de que la filosofía sea una disciplina que plantee dilemas. Es casi un lugar común decir que la filosofía no da soluciones, sino que plantea problemas y preguntas€ Queda bien tener un concepto tan refinado de la filosofía en el que ya no buscas las respuestas, sino sólo las preguntas€

Tampoco nos pongamos tan estupendos€

¡Claro! La filosofía sí que da respuestas. Otra cosa es que sean para siempre. La filosofía ha de plantear dilemas e intentar resolverlos. Y hay uno que me inquieta. La cultura, en los últimos dos o tres siglos, ha proporcionado una conquista inigualable en Occidente: la liberación individual y el enamoramiento de esa liberación. Pero esa cultura ha rendido todos los frutos que se podía esperar de ella. A partir de los años 60 y 70, decae. Y cuando la vitalidad de algo declina, se convierte en escolástico, en catecismo. Y ahora vivimos bajo el catecismo de la liberación, mientras que las aguas subterráneas de nuestra cultura ya no buscan eso. Esa liberación tenía que ver con una crítica a las costumbres, a las opresiones tradicionales. Una crítica que nos invitaba a ser tú mismo, a ser libre, a ser diferente, genial, especial€ ¡Era una cierta acracia, una anarquía y destrucción de todo lo anterior! Sin embargo, ahora ha redundado en una crítica pesimista y deprimente. Si me permites la fórmula, diría que la cultura contemporánea conspira para que nos deprimamos.

¿A qué se refiere?

Da igual que sea una novela, una obra de arte o un libro de filosofía: hoy nos insisten una y otra vez en la miseria del vivir, la falsedad, la alienación, el engaño. Te quieren desilusionar de la vida, insistir en que no hay esperanza. Te quieren sustraer el placer de vivir y las razones para tener esperanza y energía. Dicho de forma bruta: nuestra cultura es una invitación al suicidio. Por eso, el ciudadano debe plantearse todo lo contrario: ir generando una cultura que dé razones para vivir, para esperar, para la alegría, el gozo y el vivir con entusiasmo juntos.

Disculpe, pero viendo el panorama social de pobreza, desigualdades e injusticias, ese canto a la esperanza parece más el de una religión que el de una filosofía.

¡Pues es irrefutable que vivimos en el mejor momento de la Historia universal! Si es así, ¿por qué la gente no lo percibe? ¿Por qué somos la civilización más exitosa de la Historia universal como proyecto colectivo y, sin embargo, los individuos de este proyecto colectivo son personas deprimidas, decepcionadas, descreídas, desengañadas o desenamoradas? Incluso los más antisistema admiten que nuestro sistema es el mejor de la Historia universal. Nadie se cambiaría por otro del pasado. Por tanto, aunque haya que reformarlo y mejorarlo, también hay que cuidarlo. Y estar más satisfechos con los éxitos conseguidos. Uno de los problemas de nuestra época es que le falta un ideal, que es lo que nos hace progresar moralmente. Lo interesante es si seremos capaces de encontrar un ideal que active las fuentes del entusiasmo colectivo. Porque es curioso cómo esta sociedad, que tantas razones tiene para el entusiasmo, parece abocada a la depresión y la tristeza.

¿Qué está hoy socialmente sobrevalorado?

La idea de genio, de la persona que está por encima de las reglas. Antes había cuatro o cinco genios por generación. Hoy, en cambio, toda persona se concibe a sí mismo conforme al patrón de la idea de genio: yo soy yo mismo en la medida en que soy diferente, especial, excéntrico, inigualable, y estoy por encima de las reglas. Es muy difícil crear una cultura con reglas comunes con tantos ciudadanos que se consideran por encima de las reglas.

Y al revés: ¿A qué deberíamos darle más importancia?

A todo aquello que avive las fuentes del entusiasmo a pesar de todo.

¿Qué actitudes de nuestros abuelos hemos olvidado y cabría recuperar?

El gusto por las diferentes edades de la vida. Ser niño cuando eres niño, adolescente en la adolescencia, etc€ Vivir la infancia, la adolescencia, la juventud y la madurez como corresponde Y luego morir, como los patriarcas, colmado de años.

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