Lo peor del maltrato, además del maltrato en sí, es que se normalice, que se viva como algo que sucede porque ha sucedido y porque no hay siquiera una mirilla a la que asomarse en esa puerta de terror cotidiano que se pega a la piel como algo inevitable. Se pueden llamar Mónica o Luisa, Isabel o Paz..., el nombre es lo de menos y casi siempre prefieren ocultarlo porque todavía sienten que aún persiste un poco de aquellas arenas movedizas que las llevó a desesperar por su vida.

«Fueron muchos años pegándome hasta que llegó un día en que me pregunté: ¿cómo lo puedo soportar?». Ahí se acabó y empezó algo diferente para Ester, que vivió cuatro años entre paredes de silencio, golpes y vejaciones. Cuando sintió que ya no había más vacío al que caer llamó al 016. «Salí de mi casa forzada por la situación», recuerda esta mujer de 37 años en una jornada de Reinserción Social que ha organizado en Valencia una de las empresas „Clece„ que apuesta en firme por contratar a personas anónimas y vulnerables que lo primero que necesitan es que alguien confíe en ellas para alargar esa confianza hasta ellas mismas.

Ante una sala llena de ojos que la miraban y nerviosa al exponer en público su vivencia, Micaela relata que su aguante lo vivió en tres fases: no hablar del maltrato que sufría, no expresar a nadie lo que le sucedía y no pensar que necesitaba ayuda. «Construyes una especie de coraza y piensas que todo pasará algún día. Volví atrás tres veces durante los seis años que estuve casada y al final decidí dar el paso y salir de casa con mi hijo y con lo puesto».

El juez dictó una orden de alejamiento que duró tres años, «pero cuando acabó, tenía la esperanza de que me llevaría bien con él porque mi hijo adoraba a su padre y yo quería normalizar la relación». Su propósito no pudo realizarse.

La vida empezó a ser diferente cuando pudo reconquistar su capacidad económica con un empleo. «La confianza de que creyeran en mí, de poder tirar adelante por mí misma, de avanzar y crecer como persona... Esto fue lo que me reportó el trabajo que me dieron en Clece», agrega. Micaela pudo emplearse como limpiadora con un horario de mañana que le permitió terminar la carrera de Gestión y Administración de Empresas, conciliar la vida laboral con la familiar y personal y, sobre todo, le reforzó una seguridad en si misma, ausente y como un plato desportillado hasta entonces.

«Entrar a trabajar en Clece como limpiadora fue una auténtica superación para mí misma», agrega la mujer.

«Muchas facilidades»

En la jornada se abordan dos realidades concretas: dejar de utilizar la palabra «víctima» como un sonsonete y un latiguillo continuado y empezar a incorporar la idea de que «hay salida», de que hay vida después del maltrato.

«Me dieron muchas facilidades y no me lo creía», expresó con cándida convicción Esther, que recuerda cuando le dijeron: «Que sepas una cosa, tu llegarás donde quieras llegar». «Hoy „agrega„ lo recuerdo y se me remueve todo porque me l0 han hecho creer».

Antes de empezar a trabajar, de salir al mundo, las mujeres que han pasado por la dura experiencia del maltrato se forman en talleres y cursos para afianzar sus propias habilidades personales, rotas la mayor parte de las veces.

La directora del Centro de Protección, Eva Planells afirma que las mujeres llegan al Centro 24 horas con lo puesto, en una situación de emergencia y en una soledad total. «La carencia de redes dificulta mucho la búsqueda de empleo, que se complica porque muchas de ellas además tienen hijos pequeños y no se pueden pagar guarderías». La situación es la de una pescadilla que se muerde la cola.

El presidente de la empresa Clece asegura ante los asistentes y las ponentes a la jornada que «el integrador en el mundo es el trabajo». Y que desde su compañía se trabaja para potenciar la generación de empleo para, precisamente, cerrar ese círculo y desterrar la manida «pescadilla». En estos momentos, esta empresa de servicios cuenta con una plantilla de 70.306 personas en España de las que 5.537 proceden de colectivos vulnerables. «Esta es una papeleta para el cielo que tenemos, aportamos una parte de la solución y por eso decimos a la Administración Pública que nos dé más servicios porque trabajamos la integración real».

La Delegada del Gobierno para la Violencia de Género, Blanca Hernández, destapó la cifra de la última encuesta oficial que refiere que el 22 % de las mujeres ha sufrido algún tipo de maltrato en su vida. Así que todavía queda mucho por hacer.