Bon día, buenos días.

"Que nadie se engañe, decir buenos días ya es hacer literatura". Eso pensó al menos el insigne valenciano Joan Fuster. Él vio esta sociedad desde la literatura y el periodismo. Y yo como él, humilde cultivador de estos dos oficios, tal vez sea a eso a lo que vengo a Les Corts. La literatura nos da a todos -escritores y lectores- el instrumento de la palabra para entendernos y para entender.

En el principio fue el verbo, en el principio de todo está la palabra. Para pensar, por supuesto, que es algo que la ciudadanía nos requiere a los diputados y una exigencia que todo diputado o diputada debe imponerse.

Para hablar, después de haber pensado, que como denuncia mi maestro Emilio Lledó no parece que sea lo más común en las tribunas públicas españolas, donde con frecuencia se impone la charlatanería. Y para hacer de la palabra, cada uno desde su conciencia y su manera de entender el mundo, no un arma violenta, que a veces puede serlo, sino un útil de concordia y entendimiento. Y con respeto a la palabra, ejerciendo con ella una pedagogía ciudadana. Ni malbaratándola, sometiéndola a la vulgaridad y a la populachería, ni prostituyéndola. No sé si la palabra es el remedio para los males que aquejan a nuestra sociedad, como si se tratara de una milagrosa medicina, pero sí es con toda seguridad una luz para la escena del diálogo. No para el espectáculo en el que a veces se convierten las cámaras, sino para la conversación documentada. Aunque no seré yo quien niegue a los intérpretes teatrales que entre nosotros puedan darse, con verdadera vocación de tales, la oportunidad de llevar a cabo puestas en escena que logren el aplauso de sus votantes.

No obstante, lo que importa es estudiar, controlar, investigar, exigir, proponer€ Estos son algunos de los verbos que habrá que conjugar con energía y con talento en esta Cámara de la que saldrán los gobernantes de la Comunitat en los próximos años. Pero hay que hacer un uso honesto de la palabra, de modo que no tratemos de expresar con ella la interpretación personal o partidista de la verdadera voluntad popular que se expresa en las urnas y no en los juegos de votos que se manejan en partidas caprichosas o adivinatorias de las estrategias personales o de partidos.

Hombre de palabra es el mejor elogio de alguien que oí en mi casa, a mis mayores. Hombres y mujeres de palabra son necesarios en este tiempo de pluralismo y de pactos. No cumplir con la palabra dada es una de las peores faltas que pueda atribuirse a un gobernante.

El valenciano de Oliva, Francisco Brines, uno de los más grandes poetas españoles vivos, dice al final de un poema que me está dedicado: "Mirad al sigiloso ladrón de las palabras,/ repta en la noche fosca, / abre su boca seca, y está mudo".

En todo caso, literatura y teatro nos enfrentan a la realidad, pero también a la ficción. Claro que a veces la ficción puede mostrarnos mejor que la realidad el mundo en que vivimos y pura ficción han llegado a parecer a veces algunas indescriptibles escenas de la vida pública valenciana, tan gravemente deshonestas como estéticamente pintorescas y ridículas, que han deteriorado gravemente la imagen de esta Comunitat.

Pero la palabra es en definitiva un valioso instrumento para describir los resultados de la mirada. Y a mirar bien a nuestro pueblo y sus necesidades, con mucha atención, nos obliga la ciudadanía que nos ha elegido. Para eso es necesario también escuchar y no parece que la sordera que a veces domina los parlamentos sea recomendable para quienes los habitamos. Como no lo es la carencia de olfato para detectar los síntomas del hedor de la indecencia que pueda detectarse en los ámbitos del poder. La denuncia requiere a la palabra. La palabra es necesaria para que la verdad se imponga en Les Corts como una diosa que tuviera aquí su templo. Y no para que la mentira, como tantas veces ha pasado y pasa, se disfrace de palabra de honor. Y lo que es peor: que ante ella, callemos. Vuelvo a Fuster. Dijo esto: "Muy a menudo, casi siempre, callar es mentir". Y también a los versos de mi querido Vicent Andrés Estellés me remito: "No tot será,peró, silenci./ Car dirás la paraula justa, la dirás en el moment just." Las Cortes valencianas no pueden ser espacio para la pasividad y el silencio. Y porque no pueden serlo es especialmente gratificante que Les Corts que hoy se constituyen tengan una mayor variedad de voces, otras miradas, nuevos olfatos. Pero con la idea común de que no somos nosotros los protagonistas, sino aquellos que nos han elegido, aquellos que nos han contratado en las urnas, los que necesitan de nuestro trabajo y nos han de pedir cuentas de él. Otros conocidos versos de Estellés contienen este mandato: "Assumiràs la veu de un poble,/ i será la veu del teu poble,/ i seràs per a sempre poble€ En estos versos se contiene nuestra verdadera responsabilidad, sean cuales sean las palabras rituales de nuestro juramento o promesa al ingresar hoy en Les Corts. No es nuestra voz personal, ni la de los partidos políticos a los que representamos la que cuenta; hemos de asumir la voz de nuestro pueblo para ser siempre pueblo. Asumiendo, como piden los versos de Estellés, esa voz, no la nuestra. Es ese pueblo el que nos exige que pasemos de las palabras a los hechos. Las señorías de esta cámara, por muy señorías que nos titulen, no somos otra cosa que servidores o sirvientes. De quién somos empleados ya lo sabemos, en el para qué se nos emplea es de lo que cada uno de los grupos políticos representados aquí ha de responder a su manera. Habrá matices, pero si a alguien se le ocurriera ignorar que los hambrientos y los dependientes son lo primero, que la lucha por el empleo es una prioridad, que la educación y la enseñanza nos obligan a un esfuerzo denodado o que las políticas de igualdad han de imperar, nos instalaríamos en un espacio de discusión tan inútil como deplorable. No va a ser así, estoy seguro. Se va a discutir. Y mucho. Cada uno de nosotros ha de abandonar su espejo de Narciso, para que en la discusión parlamentaria no pase aquello que, con ironía, decía mi nuevamente recordado Joan Fuster: "Dadme a un buen contradictor y seré capaz de construir las más excelsas teorías".

Todo lo dicho hasta aquí quizá no sea otra cosa que un conjunto de obviedades, o una reiteración de sentido común, pero también lo son los principios y mandamientos que forman parte de distintas liturgias, religiosas y laicas. Por lo que respecta a la nuestra, la sociedad se ha encargado de celebrar su propio concilio renovador e imponernos no sólo nuevas reglas sino nuevas formas. Les Corts no serán ajenas a ese imperativo. Acaso esta misma mesa de edad, que por el único mérito que el que me da la vida tengo el honor de presidir, con dos jóvencísimas compañeras a mi lado, constituya ya un anacronismo. Pero quizá sea yo el más joven entre los mayores que la han presidido. Y no lo celebro por mí mismo, sino por el propio rejuvenecimiento de la institución. Ahora bien, el hecho de que sea quien les habla el de mayor edad no implica veteranía parlamentaria, lo que supone que si bien soy viejo, en estas lides soy nuevo, un emergente, un recién llegado: los viejos también tenemos derecho a ser nuevos y harán bien los jóvenes en no ser ni parecer viejos antes de tiempo. Y porque este es un tiempo nuevo me atreví a aceptar la generosa invitación de Ximo Puig a participar con los socialistas valencianos en este otro cambio, consciente de lo que he de aprender de los más jóvenes y lo que mi experiencia personal de compromiso político pueda aportar a esta empresa. Si mi experiencia parlamentaria es nula, mi biografía política como ciudadano implicado en la solidaridad es muy antigua. Mi sentimentalidad y mi formación están por eso llenas de voces de esta tierra, como la del oriolano Miguel Hernández, cantor de la libertad cuando no la teníamos. O la de mi amigo Raimon, que puso voz y música a los gritos de protesta de mi juventud. O la voz de concordia que imprimió al tránsito de la dictadura a la democracia un castellonense, Vicente Enrique y Tarancón, cura amigo. Con esas voces viví la inquietud de luchar contra el franquismo y la emoción de la libertad. Pero debo a la lectura adolescente de Blasco Ibáñez la temprana imaginación de esta tierra en la que he de acabar mis días. Y a la voz poética de Brines, cuyo amor por ella me fue contagiado en nuestra larga y muy antigua amistad, la emoción creativa de la luz de Valencia, la luz que se desprende también de la narrativa del castellonense Manuel Vicent, que me es tan cercano. Una tierra que amó profundamente otro valenciano del exilio, Juan Gil Albert, quien me regaló su mirada heterodoxa y honda en la lectura cómplice de su obra y en el amistoso trato. Esta Valencia, que me reflejaron muy bien como lector voces tan distintas como la de Azorín o Gabriel Miró. Y más contemporáneamente Vicente Gaos, a quien no conocí, pero cuya obra tanto admiro. Esas voces de la tierra de Auxias March y Martorell, de tan variada ética y estética, son alimento de una sociedad, hoy libre, que posee un patrimonio cultural singularísimo, lleno de arte, fuego y música, legítimamente orgulloso de sus señas de identidad.

¿Cómo no voy a sentirme agradecido en mi condición de hijo adoptado de Valencia, donde tengo familia y amigos que forman parte de ella, como adoptados lo son otros compañeros y compañeras de esta cámara? Hijos adoptados de una tierra hospitalaria en la que se sintió tan bien acogido el gran poeta José Hierro, al que le tocó vivir aquí en el exilio interior que le impuso la dictadura, y cuya exaltación agradecida de Valencia me viene siempre a la memoria. Esta Comunitat es un espacio abierto en el que cabemos todos los que queramos ser miembros dignos de una familia honrada. Y como tales tenemos que trabajar todos y todas con decencia frente a la indecencia, con la justicia como bandera y con la igualdad como objetivo. Y por esto, queridos diputados y diputadas, si con palabras de Joan Fuster abrí este discurso, con palabras suyas vuelvo al final. Son estas: "Cada acción que nosotros no hagamos, será hecha contra nosotros".

Pero permítanme un añadido a este discurso. Cuando ya había sido escrito murió Pedro Zerolo, un candidato electo como nosotros, aunque en la cámara autonómica de Madrid, el mismo día en que aquel Parlamento se constituía. No dejaba el escaño vacío un político cualquiera. La muerte se llevaba a un socialista ejemplar que luchó como pocos por la conquista de los derechos de igualdad que nos faltaban y conquistamos entonces. Esa conquista sí constituyó una renovación verdadera de la que seguramente todos ustedes, nada olvidadizos, tienen buena memoria. El suyo fue sin duda un tiempo nuevo para la libertad. La renovación verdadera con dura lucha por medio y afrontando resistencias no es un invento de ahora. Pero ojalá no nos falte capacidad de renovación y este nuevo tiempo de la política no sea lo que por ahora vemos, con vicios viejos, sino que lo que está por venir responda a ejemplos de dignidad como el de Zerolo. Con la gente, cerca de la gente, con responsabilidad y no con vocinglerías.

Que la palabra nos salve y no nos condene ante la ciudadanía.

Bon día y moltes gracies.