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Abriendo foco

Anatomía de las dos Valencias

Las heridas abiertas de la negociación y el inmediato contexto político comprometen el gobierno Puig.

Anatomía de las dos Valencias

Se diría que Enric Morera cogió su fusil y puso algo de «trellat». Ximo Puig será el próximo presidente de la Generalitat capitaneando la tripulación del Botànic en la que se combina «Jurassic World» con «Camp Rock». El antiguo y el nuevo testamento de la izquierda se juramentan para gestionar una nueva era política y es la mejor opción para el PPCV, no se crean, mudo ahora y esperando como siempre a lo que mande Rajoy. El nuevo gobierno de Extremoduro y la Gossa Sorda surge entusiasta pero abre innumerables incógnitas a medio plazo, la primera de todas ellas centrada en esta cuestión: ¿acabarán Mónica Oltra y Ximo Puig como Peter Lim y Amadeo Salvo?

«Pacte del Botànic». El acuerdo alimenta más si cabe el mito real de la mantis religiosa, potente insecto de un solo oído que rara vez se come al macho en el apareamiento, pero a veces ocurre. En cualquier caso, el flamante pacto tras el baile nupcial de nuestras izquierdas está cautivando a la cátedra opinadora española. Por fin abrimos telediarios y noticieros de radio. Ahora sí saben geolocalizar la CV y debe ser por la barahúnda soberanista que acecha al Regne de la mano de sus futuros y siniestros gobernantes, poco menos que palafreneros de Saruman. Lo valenciano pasaba inadvertido hasta ahora en Madrid. Hoy ya no pero no es a resultas de los logros locales. Es por temor e ignorancia. La distancia y el desconocimiento desembocan en espejismos y desde la Castellana se observa la dinámica valenciana como un albor secesionista.

Dualidad. Colegas de Madrid, aquí no hay soberanismos ni pamplinas. Lo que se ventila es la supervivencia de las dos Valencias, fielmente reflejadas en la constitución de las Corts Valencianes por los que prometen por un lado y los que juran por otro. Que se limite a los interesados a seguir tan magno acontecimiento por los redes sociales habida cuenta del apagón audiovisual de Paco Telefunken es, precisamente, una más de las razones que han propiciado el cambio. La segunda de esas dos «valencias» se sostenía por el poder institucional del centroderecha y la capilaridad del presupuesto público. Construida sobre el andamio de la iconografía capitalina, ha perdurado durante dos décadas y media de forma incontestable. Se hizo buen «marketing» y eso, junto a la incompetencia de la oposición, convirtió al PPCV en espejo de lo valenciano y verdadero valladar defensivo ante otras interpretaciones.

Fuster. La otra Valencia permanecía aletargada, lastrada precisamente por las referencias teóricas que la alumbraron. Los grandes patógenos en la construcción de la identidad han sido la batalla nominal y la ausencia de referentes. Aquí no hubo ni Blas Infante, ni Companys ni Arana. Estaba Fuster. Es el fusterianismo, aunque ahora se reivindique desde las más altas tribunas, la anomalía de cualquier iniciativa política que se pretendiera valencianista y transversal. Y sin embargo ahora surge con bríos renovados y sin complejos. Ya veremos más adelante como se ventila la cuestión pero que el presidente de la mesa de edad parlamentaria Fernando Delgado reivindique a Fuster o a Estellés es la primera muestra de que Lampedusa está lejos de la Plaza de San Lorenzo.

Transparencia. La pirotecnia de la negociación ha sido estruendosa y poco transparente, algo inopinado en políticos tan lejanos a intrigas y trampantojos como se sabe. Aquí se ha contado lo que era, lo que no era, lo que se pretendía que pareciera. Las poses, el mohín de turno o la «espantá» han formado parte del ruido que los mismos actores en liza se encargaban de deslizar a través de sus lanceros mediáticos, aspirantes legítimos al diezmo del régimen incipiente. Ha habido mucha contaminación y coreografía para al final gobernar los predestinados a ello.

El presidente. Es el presidente, pero que se amarre bien al timón. Por tres razones. Primera, porque Ximo Puig gobernará con Compromís, no con Ciudadanos. La solución contenta al PPCV. Asumida su realidad, los populares no iban a permitir nunca con su abstención la ilusión de un gobierno moderado en la Generalitat, una solución que les restaba juego en el futuro y argumentos en el presente. Lamidas las heridas, atravesado el desierto y definido su nuevo liderazgo, el centroderecha valenciano se sentirá más cómodo si enfrente tiene un Consell tripartito, catalanista, radical, una hidra de diez cabezas si es preciso. Jugará más cómodo en la contra, construirá una alternativa más acreditada si son capaces de anteponerla a lo que ellos consideran un compendio radical, sin atisbos de mesura, liderado por Compromís y sus previsibles excesos dogmáticos. Oltra, dicen, empujará a Puig a aguas someras y peligrosas en materia de cultura, símbolos, educación o gestión presupuestaria.

La mantis. Segundo, porque de la mano de Oltra y Podemos, fuerzas al alza que protocolizan ya su alianza para las generales, ella será la cara visible del gobierno por carisma, mensaje y ambición. Crecerá en los futuros comicios y se constituirá como enemigo en casa. Y tercero, porque Puig tiene la caja vacía para atender las promesas electorales. Sus cuentas están cautivas por ley, no puede endeudarse más, los ingresos suplementarios por la dinamización de la economía tardarán en llegar y la tensión y los impagados se encadenarán. Así que acallada la verbena, las «selfies» y el jolgorio del botánico, ¿qué tiene pensado el presidente Puig para evitar los arrecifes?

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