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Perfil

El presidente que vino del frío socialista

Puig celebra su victoria en congreso del PSPV, en Alicante, el 31 de marzo de 2012. EFE

Aquella mañana de julio fue especialmente amarga para él y para quienes formaban el duelo del presidente Lerma, desahuciado del Palau por un político con vis comercial llamado Eduardo Zaplana, que cabalgaba a lomos de la crisis económica y de los escándalos de corrupción que soplaban desde Almansa. Antes de bajar a la calle para recibir a los nuevos inquilinos, alguien del gabinete del presidente, que dirigía Ximo Puig, cogió un papel y escribió ocho letras premonitorias: «tornarem». Dobló la hoja y lo escondió en el artesonado de la pared del despacho que da a la calle. Quizás siga allí. Puig, el conseller Joan Romero y algún colaborador bajaron a la calle a esperar a Zaplana. Le enseñaron las dependencias del Palau y le aclararon, ante la pregunta del nuevo residente, que allí no había cocina.

Ximo Puig i Ferrer (Morella, enero de 1959), volverá el domingo al edificio de la Plaça de Manises como presidente. «El mayor honor para un valenciano», repite emocionado cada vez que se tercia. Tras veinte años de hegemonía popular, las Corts investirán hoy jefe del Consell a un homenot de Morella, al hijo del Joaquín y de Elodia, un camionero y una ama de casa sin pensión tras pasarse la vida trabajando a beneficio de inventario, como tantas esclavas del hogar.

Hay valencianos de fallas, de moros i cristians y de bous al carrer, todos ellos vertebrados por el transversal espíritu del tro de bac, según el tópico. Y luego hay un pequeño reducto llamado Els Ports, donde el frío y la historia curte un microcosmos de alma noble y humildad viral que imprime un sello de denominación de origen a aquellas gentes. En esa Morella de 2.650 valencianos que rematan verbos con la «o» del catalán oriental nació, se crió y tiene ahora la estación de carga de batería quien fue alcalde durante diecisiete años (1995-2012).

«Llibertat», Labordeta y Llach

Al eterno alcalde de Morella la autonomía de funcionamiento le dura no más de cuatro días. Pasado ese plazo, ha de acudir urgente a enchufarse a los paseos junto a la Bassílica de Santa Maria la Major, el Convent de Sant Francesc o el Castell, a almorzar con los amigos en el Qué de qué o en el Canyero, al aperitivo en el bar de Pere, uno de esos personajes que no están al alcance de un guionista cualquiera...

Ximo, el hermano de Jordi y de Francis, estudió, como era habitual en la capital de Els Ports, en los escolapios, en aquel colegio del enorme caserón donado en el XVIII por el matrimonio Colomer-Zurita para la instrucción de los jóvenes. A los 14 años ya hacía tiempo que era del Real Madrid, como casi todos sus amigos en una España imperial en la que las gestas de Di Stéfano constituían uno de los escasos aportes calóricos para alimentar el orgullo patrio. A esa edad protagonizó su primera protesta clandestina. En el cine del colegio, la censura de ir por casa se cargó la peli programada. Alguien cogió la tiza y dibujó en la pizarra la palabra «llibertat». Era Ximo. Aquella escuela fue lugar de confinamiento para ovejas descarriadas con sotana. Otros, se descarriaron en la fría montaña. Como aquel padre escolapio que llegó con la camiseta del OPUS, acabó en la Liga Comunista Revolucionaria y convirtió a Labordeta y a Llach en banda sonora de aquellas vidas en construcción.

Su juventud se incubó en tiempos convulsos y de cambio de régimen, que lo empujaron hacia la militancia socialista y al activismo cívico y cultural. El Aplec dels Ports es, en buena medida, fruto de su imaginación: una parada militar de la defensa de la lengua, la cultura y el territorio que se celebra desde 1978.

Para fiesta, el Sexenni, en honor a la Mare de Déu de Vallivana, que viene a ser el Papa Francisco de la zona, la figura más venerada por agnósticos y ateos, pero multiplicada por veinte. Se conmemora la acción divina para erradicar la peste de 1672. Y para peste, la sufrida por el socialismo valenciano desde los años en que Zaplana ganó un gobierno y sobre cimientos clientelares y chequera en mano fue levantando un régimen.

Como alcalde y diputado, en Madrid (1983-86 y 2011-2015) o en las Corts (1999-2011), ha visto pasar y ha sido protagonista de la historia, la microhistoria y las miserias de seis congresos del PSPV, la gestión de cinco secretarios generales y cuatro gestoras. Y todo ello aliñado por 22 derrotas electorales, que se dividen en graves, dramáticas y trágicas, casi todas esperadas. Porque en el PSPV no se han sucedido congresos, sino secuelas. Hasta el de 2012, que ganó contra Alarte, el argumento cambiaba, pero el tema se repetía en bucle: la disputa entre Joan Lerma y Ciprià Císcar y, luego, entre lermistas y antilermistas. Como si el tiempo se hubiera congelado.

La conjura del destino

Ximo Puig no es un hombre religioso, pero tiene motivos para creer en los designios de una mano sobrenatural llamada destino que te va moviendo en el tablero para que se cumpla el guión escrito de tu vida. Corría el verano de 2000 y un coche con tres políticos a bordo se dirigía a Morella para comunicar al alcalde algo importante sobre el congreso del PSPV en puertas. Eran Joan Ignasi Pla, Alfred Boix y José Manuel Orengo. Puig sospechaba que iban a pedirle que se presentara. Error. Le trasladaron que el aspirante por el tercio lermista sería Pla, quien ganó tres congresos (la astracanada de 1999 y los de 2000 y 2004) y perdió dos elecciones (2003 y 2007) de forma estrepitosa. Como las habría perdido una candidatura del PSPV encabezada por Gandhi, Martin Luther King y la Madre Teresa de Calcuta. Eran tiempos de bipartidismo recalcitrante. No entre PP y PSPV. Entre el bien y el mal, el progreso y la negritud, lo valenciano y los antipatriotas, los valores hegemónicos y la decadencia.

Puig, con el estigma del lermismo a cuestas, perdió el congreso de 2008 contra Jorge Alarte. 282 a 262 votos. Los gritos de «País Valencià, País Valencià» de sus seguidores y un discurso emotivo que apeló a las entrañas socialistas no surtieron efecto. La barrida de 2011 le tocó sufrirla a Alarte. Pero hubo una tercera alineación astral a favor de Puig. El fenómeno se avistó en febrero de 2012 en el Hotel Renacimiento de Sevilla. Alfredo Pérez Rubalcaba se impuso (487 a 465) a Carmen Chacón, la candidata con la que Puig se había volcado. El de Morella estaba llamado a ser la mano derecha de Chacón en la ejecutiva federal y el plan era que, en caso de victoria, el exalcalde de Gandia José Manuel Orengo sería el aspirante a liderar el PSPV en el congreso de Alicante, que se celebró 53 días después.

La derrota sevillana apuntaló la conjura para destronar a Alarte. El pacto entre Lerma, Ciscar, Leire Pajín y varios alcaldes se escenificó con un brindis a orillas del Guadalquivir, en el hotel Sevilla Congresos, la madrugada del 3 al 4 de febrero ante 115 delegados afines.

Periodista de profesión, Puig ejerció durante unos años en Efe, Antena 3 y Radio Popular, hasta que fue elegido diputado en el Congreso en 1983. Pese a los más de seis lustros que lleva en política, a menudo aflora su lado periodístico, para desgracia de quienes se enfrentan a la misión imposible de barnizarlo, envasarlo, precintarlo y vender el producto.

Los amigos de toda la vida del padre de Miquel y de Pau y esposo de Amparo, también periodista, coinciden en que entre las virtudes de Puig están la paciencia, la mano izquierda, el talante conciliador y su visión de futuro. El hombre que llegó del frío está entrenado de sobra para sortear crisis. Su partido ha sido un tanatorio en permanente convulsión, con muertos que resucitaron, visitas que se emborracharon de poder y algún espontáneo haciendo el ridículo. Como aquel secretario de organización llamado José Blanco, que la emprendió con Puig tras perder el congreso de 2008 con un «se acabaron las bromas, te emplazo a que ejerzas tu responsabilidad». La broma, como la poesía de Bécquer, era Blanco.

Socialdemócrata de toda la vida

Hace muchos años, tantos que Lerma no era presidente, uno que llegó a ser famoso le preguntó. «I tu, políticament, què?». «Jo sóc socialdemòcrata», aclaró el joven Puig. «Si a la teua edat eres socialdemòcrata, no sé què seràs quan et faces major», le retrucó el otro con guasa. Ese otro está ahora en Picassent. Se llama Rafael Blasco. Uno que logró, desde la Diputación de Castelló, arrebatarle a Morella la titularidad del castillo „la ciudad la recuperó cuando Zapatero llegó al Gobierno en 2004„ vive también en una jaula. En Aranjuez. Se llama Carlos Fabra.

Puig inicia un mandato complicado con el reto de no defraudar. A los valencianos, a los votantes de izquierdas, al PSPV, a Compromís, a Podemos, al abuelo que le dejó en herencia la orden «xiquet, tu sempre d´esquerres» y a la Morella que nunca ha dejado ni atrás ni a un lado. «Noble, fiel, fuerte y prudente» son los títulos que blasonan la ciudad. A más no puede aspirar un presidente con nombre de ocho letras (Ximo Puig), las mismas que el «tornarem» del papel clandestino y la «llibertat» de aquella vieja pizarra.

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