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«En el furgón policial nos comimos, por si acaso, la agenda de Pep Guia»

«Se abrió la puerta y apareció un señor, pistola en mano», describe Soler al rememorar la tarde del 24 de junio de 1975

«En el furgón policial nos comimos, por si acaso, la agenda de Pep Guia»

La detención de los «Deu d'Alaquàs» acabó felizmente. Fueron acusados de asociación ilícita, un delito que les podría haber acarreado una pena de prisión de seis meses a seis años de cárcel. Al tercer día fueron puestos en libertad provisional bajo fianza, una fianza de diez mil pesetas, que fue pagada por el político y periodista Vicent Ventura tras lograr que la sucursal del Banco Industrial de Cataluña le diera un préstamo. Al morir Franco, se les aplicó la amnistia.

Pese ese final feliz, aquella detención fue un auténtico mal trago para los diez. Vicent Soler lo relata con todo detalle en un artículo publicado en Quaderns d'Investigació de Alaquàs: «De pronto se abrió la puerta de la sala donde estábamos y apareció un señor, pistola en mano, gritando. El grito que más se entendió de todos fue: ¡Quietos! ¡Las manos encima de la mesa!». En ese momento, los jóvenes estaban preparando el documento constitutivo del Consell Democràtic. Cuando irrumpió la policía, y pese a la sorpresa, el personal tuvo tiempo «de deshacerse de los papeles que tenía delante, tirándolos y amontonándolos en el centro de la mesa para hacer más complicada la tarea del registro». No fueron los únicos papeles que los «Deu d'Alaquàs» trataron de quitar de la vista de la brigada franquista. «En el furgón nos dedicaríamos a comernos materialmente la agenda telefónica de Pep Guia, por si acaso. El último bocado, sin saliva, lo hicimos cuando ya entrábamos en la Prefectura Superior de Policía de la Gran Vía Fernando el Católico».

«Recuerdo que las hermanas de la Casa de Ejercicios Espirituales de Alaquàs que nos prestaron el local porque les dijimos que celebrábamos una jornada de convivencia nos preguntaron sí íbamos a cenar. Al final cenamos, pero mi agenda de teléfonos», bromea Guia, quien recuerda que tuvieron la suerte de que uno de lo guardias era el padre de una alumna, lo que les permitió ciertos privilegios en el calabozo como leer los periódicos». Benlloch apunta otra nota de humor al recordar que el policía, al ver que era periodista, le instó a qué el mismo escribiera la declaración. «Si mientes te parto la máquina en la cabeza», me dijo, añade el periodista, quien, recuerda la desorientación que sintieron ese día.

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