La ciudad de Valencia se convirtió en un desierto bajó los casi 40 grados que la sacudieron ayer. Solo los turistas se atrevían a pasear y visitar las zonas más céntricas. Los parques estaban vacíos, a excepción de unos intrépidos corredores y ciclistas que no estaban dispuestos a dejar que el calor estancase el progreso de sus marcas. Las moños altos, las coletas y las piernas al aire se convirtieron en el uniforme de muchas chicas. Y los sombreros y los abanicos fueron el auténtico 'superventas' de los manteros. Ayer Valencia sobrevivió a la intensa ola de calor. Algunos se enfrentaron a la subida del mercurio como quisieron, y otros, como pudieron.

Los turistas estaban encantados con este calor: sol y menos gente en los principales monumentos. Buena prueba de ello es que en el Micalet ayer por la mañana solo vendieron dos tacos de entradas, justo la mitad de lo que venden un día normal entre semana. «Ha sido duro, pero las increíbles vistas han merecido la pena», contaba Esteven, un joven inglés rojo y empapado en sudor que acababa de culminar la gesta que ayer suponía subir los más de 300 escalones del monumento.

Paquita, una valenciana que solo quería llegar a casa para encerrarse con el aire acondicionado tras su jornada laboral, aseguraba, como muchos otros, que no recordaba unos días de calor tan intensos como los de esta semana. Los pocos valientes que caminaban bajo el sol de justicia resoplaban quejándose por el calor y en las conversaciones resonaban las palabras calor y sudor. Las colas en las paradas de la EMT eran más grandes que habitualmente. Mariela es una de las que de normal prefiere andar, pero ayer, decía, era «impensable» hacer el camino de vuelta a casa a pie.

Trabajar al sol

Pero el calor no es solo para los turistas y los que van de paso. Las calles están llenas de gente que ejerce su profesión cada día al aire libre. Hay quienes en estos días hacen su agosto particular, como sucede con los puestos de horchata ambulante. El de la Plaza el Ayuntamiento vivía ayer un de sus días grandes. Mari, su dueña, se protegía con agua y un pulverizador para refrescarse, pero reconocía que en días como el de ayer tiene muchas más ventas. Lo mismo piensan en una de las heladerías de la Plaza de la Reina, donde la ausencia de valencianos en las calles se ve suplida por la gran demanda de turistas que buscan algo fresco con lo que calmar su sed. «Los de aquí se esconcen al menos hasta las siete de la tarde», reconocía Ana, una de las heladeras.

Bien distinto es el panorama para los obreros. Juan, que trabaja en las obras del parking descubierto de un hipermercado lo tiene claro: «Si pudiese, me iría a vivir a Finlandia». Y es que el calor sobre el asfalto asfixia todavía más. Una nevera repleta de hielos, agua y refrescos y son su mejor aliado. Sobre todo cuando la única concesión con la que cuentan él y sus compañeros es cambiar el caluroso casco reglamentario por una gorra les protege la cabeza.

Lucía también trabaja bajo el sol de justicia del medio día en una de las calles más céntricas de la ciudad: Don Juan de Austria. Su trabajo consiste en estar de pie, en el mismo sitio, durante un par de horas para captar a gente que quiera comer en su restaurante. «En días como el de hoy se hace durísimo estar aquí parada», reconoce, aunque asume que porque «un día haga más calor de lo normal no podemos parar el país y dejar de trabajar pronto». Confía en que el calor pase pronto para que la jornada sea más ligera, pero, por si acaso, ya le ha dicho a su jefa que hoy irá en pantalón corto.