Si contra Franco se vivía mejor, contra el PP se manifestaba con más energía y participación. Al fin y al cabo, ¿cómo se manifiesta uno cuando los suyos „adscripción matizable hasta el infinito„ han pasado de la clandestinidad institucional a los palacios del poder, de escribir en la pancarta a publicar en diarios y boletines oficiales, de la barricada a la moqueta, de criticar decisiones a adoptarlas?

Ésa es la reflexión que asalta nada más llegar a la Plaça de Sant Agustí de Valencia y ver un tibio ambiente, con poco más de 2.500 personas según recuento propio, y unos ánimos que parecen más de inercia ritualizada que de combatividad viva en la tradicional manifestación vespertina del 9 d'Octubre, la que organizan partidos políticos, sindicatos y entidades de izquierda y nacionalistas.

«Pocas manifestaciones me he perdido de este tipo en los últimos 30 años y nunca había visto a tan poca gente», desliza un veterano del activismo social.

La pancarta de la cabecera reza 9 d'Octubre, nou finançament, nou país. Ése „la infrafinanciación valenciana que llega del Estado„ fue el principal eje de un manifiesto final que certificaba el giro copernicano experimentado por el grueso de la izquierda y el nacionalismo valencianos: tras el vuelco electoral del 24-M, el «contrincante» ya no habita las instituciones valencianas, sino la Moncloa y el Congreso de los Diputados. Eso queda claro. La duda es si la izquierda y el nacionalismo están dispuestos a hacerle frente desde la calle o se conforman con que lo hagan sus representantes en las instituciones.

Los resistentes de ayer al regreso al poder y al puente festivo „que la organización cifró en 8.000, dos mil menos que el año anterior„ se niegan a dar por finiquitada la lucha. Con una bandera de Compromís empuñada, dice Enrique „44 años„ que «falta mucho trabajo por hacer». «Sí, está Ribó en Valencia y todos coincidimos con Ximo Puig en pedir una financiación justa, pero para manifestarse siempre hay tiempo», señala.

Con las manos en la pancarta de Escola Valenciana, Josep Vicent Garcia afirma que «los movimientos sociales no tienen nada que ver con el poder. Ni mucho menos se ha acabado la lucha. Del PP no podíamos esperar nada; a PSPV y Compromís hemos de presionar para que hagan las cosas que deberían hacer. Y si crees en algo, nunca te cansas de reivindicarlo».

Falta «conciencia nacional»

Mientras suenan dolçaines, las torres humanas de la Muixeranga se elevan en el cielo y un romántico recoge firmas para que la ley electoral cambie y la enésima versión del Partido Comunista pueda presentarse a elecciones, Alfredo Bertomeu y Cristian Perelló asoman entre las filas de Esquerra Republicana del País Valencià. «Sí, las cosas han cambiado. Pero no significa que todo el camino esté hecho», dice el primero, de Oliva. «Nuestra conciencia nacional de País Valencià aún hay que reivindicarla», apostilla el segundo, de Tavernes de la Valldigna.

«La lluita és lúnic camí», advierte una pancarta. «Ni guerra entre pobles ni pau entre classes», insta otra. «Fora feixistes dels nostres barris», gritan los Antifeixistes en una manifestación que discurrió sin incidentes, salvo un par de refriegas sin importancia. Entre las caras conocidas emergen Marga Sanz, Glòria Marcos, Josep Guia, Toni Gisbert. Y un grupo de trabajadores de RTVV: «9 de 9 sense Canal 9. Volem solucions». También los hay que van por libre, como Eva Benet, que sostiene un folio con la frase «Torturar els animals no és la meua senya d'identitat». «Fer país es también evolucionar e incluir a los animales», dice tras criticar «la tortura animal en los bous al carrer».

De Alepo a voz del «cap i casal»

En la ciudad siria de Alepo, a 3.292 kilómetros de Valencia y a una distancia sideral de senyeres, quatribarrades, tedeums, «jaumeprimers» y financiaciones justas, el joven sirio Sami Shihadeh se vio hace cuatro años pertrechado de armas cumpliendo la mili obligatoria e inmerso en una guerra por orden del Ejército. El asunto era crudo: «O matas o te matan», resume el chaval, de 23 años. Él quería evitar ambas desgracias. Y escapó. El 23 de enero de 2012 salió de Damasco con visado de estudiante y, vía Líbano y Roma, llegó a Valencia.

Ayer, tres años y ocho meses después de aquella huida y con el estatuto de refugiado en el bolsillo, Sami Shihadeh fue la voz de la Comissió 9 d'Octubre en la primera manifestación de la nueva era post PP: la primera mani roja desde la del 6 de mayo de 1995 con 130.000 manifestantes tras el lema Guanyem el futur, no perdem el país.

Sami, que entiende el valenciano y lo habla si hay confianza («que este pueblo me haya acogido significa mucho para mí y quiero devolverles el favor hablando su lengua», dice), leyó el manifiesto desde la tribuna final de la marcha. Criticó el «expolio» fiscal del Estado, alertó sobre las «amenazas de recentralización», pidió «ya» la reapertura de RTVV y las emisiones de TV3, abogó por una respuesta efectiva «al drama de los refugiados» y clamó por una «nueva política» sin corrupción ni autoritarismo. Parecía lo de siempre. Pero ayer faltaba algo.