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Entrevista

Nadia Ghulam: "La libertad lo es todo para mí"

"Me disfracé de hombre por pura supervivencia. Si no podía trabajar ni estudiar por ser mujer, si nadie querría casarse conmigo por mi cara y yo no quería pedir en la calle, ¿qué iba a hacer?"

Nadia Ghulam: "La libertad lo es todo para mí"

En su barrio de Kabul la llamaban «El loco». Pero uno no imagina persona más cuerda y sensata que la afgana Nadia Ghulam, la chica que se disfrazó de hombre para poder trabajar en Afganistán. No importan las cicatrices que surcan su rostro por culpa de la bomba que destrozó su casa y mató a su hermano. Su mirada magnética hace imposible desviar la vista de sus ojos, llenos de fuerza y verdad. La entrevista discurre en valenciano, lengua que Nadia ha aprendido a la perfección tras llegar a Cataluña con la ayuda de una ONG para operarse de sus heridas y rehacer una nueva vida. Ayer estuvo en Valencia para hablar de mujeres y juventud en La Nau gracias a la Unitat d'Igualtat de la UV.

Los dos nacimos el mismo año: 1985. Me siento casi obligado a pedirle disculpas porque usted haya sufrido una vida tan dura y yo, en cambio, una tan buena.

Nada de disculpas: vosotros no tenéis ninguna culpa de que me hayan pasado estas cosas. Ha sido muy duro, pero en cierto sentido doy gracias a Dios de que me haya ocurrido. Porque he crecido mucho. La dureza de la vida te hace crecer. Si no me hubieran pasado tantas cosas no sería la Nadia que ahora soy. Antes de que me cayera una bomba en casa era una princesa que no sabía nada. No valoraba de dónde sale la comida o la cama tan cómoda sobre la que duermo. Ahora lo valoro más todo.

A los ocho años yo tocaba la trompa, estudiaba segundo de Primaria y veía los dibujos de la Bola del Drac. A usted, a los 8 años le cayó una bomba sobre su casa. ¿Cómo fue su infancia?

¡Yo también veía los dibujos animados por la tele con mi hermano antes de los 8 años! Jugaba como una niña y era muy feliz. Cuando cayó la bomba sobre mi casa, mi vida cambió por completo. Estuve dos años en el hospital. Vi todas las formas de miseria, pobreza y violencia en mi vida. Tras pasar por todo ello, encontré una fuerza de voluntad y de lucha que antes no tenía. Y unos objetivos. Las mujeres afganas sueñan con casarse, tener hijos y estar pendiente de su marido. Y yo, como se me quemó la cara y todos pensaban que ningún hombre querría casarse conmigo y mi vida sería una desgracia, pensé: mi vida no será una desgracia. Yo estudiaré, aprenderé muchas cosas, enseñaré a la gente. Y eso he hecho: una vida muy diferente a la de las mujeres de mi país. Pero no lo he vivido como si fuera una desgraciada, sino como una privilegiada.

Y un día Nadia se transformó en Zelmai. Una chica disfrazada de chico. ¿Por qué lo hizo?

Por pura supervivencia. Porque en aquel momento las mujeres no podían trabajar ni estudiar. Y si nadie se iba a casar conmigo, ¿qué iba a hacer yo? No quería pedir caridad en la calle, como hacen miles de afganos. Yo quería ganar el dinero con mis propias manos. Y eso me hizo pensar en vestirme de chico y poder trabajar. Así logré trabajar de muchas cosas. Me costó mucho. Pero eso me convirtió en una persona independiente. Libre. No esclava.

A esa edad yo miraba motos, chicas, baloncesto. Usted recogía excrementos de la calle para abono. Ha sido muy valiente?

No sé? Mucha gente cree que no podría hacer lo que yo hice. Sin embargo, todos tenemos muchas capacidades que no conocemos. Se trata de buscarlas en nuestro interior. Fíjate en esta anécdota.

Adelante.

Un día caminaba con mi madre catalana por la calle y vi a un albañil cargando con un paquete pequeño de cemento. No pude evitar reírme. Mi madre me preguntó de qué reía. Le dije que cuando yo tenía 14 años subía y bajaba sacos de 40 kilos a la espalda por las montañas y no me pasaba nada. Ahora, en cambio, en vez de mochila al hombro arrastro una maleta con ruedecitas. Si hay posibilidad de transportarlo con ruedas, ¿para qué cargarlo en la espalda? Otro día, mi padre catalán estaba viendo un concurso de escalada y me dijo que por qué no probaba yo, que he trabajado muchos años en pozos y bajaba veinte metros por debajo de tierra para excavar pozos. Si no me pagan, no lo hago. Él se sorprendió. Porque no lo veo como una afición. Yo lo hice todo para sobrevivir, no porque me gustara hacerlo.

Cuando iba de hombre, ¿cómo le trataban los varones?

No sé por qué, pero yo tenía un carisma especial. Los hombres me hacían sentar a su lado y me veneraban: a señores con barba larga yo les daba consejos. Cobraba protagonismo donde iba. Unos me llamaban «mulá», otros «maestro», otros «loco». ¿Sabes por qué? Porque estaba en la adolescencia y mi cuerpo se estaba transformando. Y para evitar que la gente se acercara a mí y pudiera descubrir que en realidad era una chica, lanzaba piedras a quien se me acercaba. Por eso adopté un carácter muy agresivo. Como si estuviera loco. Pero los hombres me escuchaban, lo compartían todo conmigo, discutíamos juntos?

Simplemente por su apariencia física. Porque si hubieran sabido que estaban delante de una chica, ¿cómo la hubieran tratado?

¡Completamente al revés! No me hubieran dejado hablar ni mirarles a los ojos. Me hubieran tratado como una prostituta, se hubieran aprovechado de mí? Pero como hombre, era el amo.

¿Y eso le hizo pensar «ojalá hubiera nacido hombre»?

¡Muchas veces! Cuántas veces he pensado: ¡Ojalá no nacieran mujeres en Afganistán! Pero no he dejado de sentirme una mujer nunca. Y con mucho orgullo. Mira: en la religión „no en la interpretación que se hace„ se le da más valor a las mujeres que a los hombres. Yo soy musulmana. Y en broma digo que estoy más cerca de Dios que ellos.

¿Cuántas personas sabían que usted era, en realidad, una mujer disfrazada de hombre?

Durante el régimen de los talibanes, sólo lo sabían mi madre y mis hermanas. Una tía no quiso saber nada más de mí cuando se enteró.

¿Cuándo dejó de ser chico?

Al llegar a Cataluña. En el aeropuerto todavía llevaba el vestido de hombre y el pañuelo de mujer. Hasta que pasaron mis operaciones de cirugía y estuve segura de que como mujer yo podría hacer lo que quisiera, no dejé de parecer un hombre. La seguridad me hizo sentirme de nuevo mujer por fuera.

Al llegar a España, ¿qué le sorprendió más: los supermercados, las tiendas de lujo o la libertad de las mujeres?

¡Todo, todo! Era todo muy sorprendente. La primera vez que vi a un chico y una chica cogidos de la mano por la calle no pude evitar seguirlos para ver qué hacían. ¡Y el chico se enfadó conmigo al descubrirme! [risas]. Luego vi a una chica andando sola y la seguí por si le sucedía cualquier cosa. Todo me sorprendía muchísimo. Poco a poco descubrí que aquí había libertad.

¿Qué castigo le esperaba si hubieran descubierto que Zelmai en realidad era Nadia, una mujer?

Me hubieran podido apedrear o meter en la cárcel. Lo único que realmente me daba miedo era que me quitaran la libertad. Que me encarcelaran. Porque para mí la libertad lo es todo. ¿Entiendes? Por eso ya tenía preparado que, antes de que me cogieran, me suicidaría.

¿Aquí somos conscientes de la libertad que tenemos?

No, no somos conscientes. A mí no me importa tener dinero ni cosas. Nada más me importa que la libertad. No tengo miedo a morir porque tarde o temprano moriremos todos. Pero no quiero vivir sin libertad. Estar haciéndome este café contigo es para mí el mejor regalo del mundo. Estar sola con un chico, hablando como una mujer digna, sin que nos pase nada ni me lo prohíban. Así me siento libre.

¿Y no es muy triste saber que eso no pueden sentirlo las mujeres de su país?

Sí, es muy triste. Pero pienso que si les damos la oportunidad de acceder al conocimiento, ellas mismas podrán escoger. Porque la libertad, si no es para poder escoger tú, no es libertad. No podemos darle a una persona libertad si ella no la quiere. Entonces, hemos de enseñar de verdad lo que significa ser libre. Hay que dar herramientas para que las afganas sepan qué es la libertad. Y ellas han de escoger. ¿Quiénes somos nosotros para decidir sobre la vida de otros?

¿Qué han visto sus ojos que no hayan visto los míos?

Dame un ejemplo.

¿El miedo?

Aunque los medios de comunicación cuenten que ha caído una bomba o que hay una guerra, no podréis llegar nunca a comprender la sensación de quienes hemos sufrido eso. La paz, que siempre la habéis tenido, tampoco la podéis valorar como yo. O la muerte. Yo estuve mucho tiempo en coma. Y todo ello son cosas que te dejan marcada en la vida. Sólo un petardo me remite a todos aquellos momentos de guerra. Con una sola herida ya imagino todas las heridas que tuve en mi cuerpo. Son cosas que te dejan marcado. Lo he superado, pero está en mí.

¿Por qué sigue volviendo cada año a Afganistán?

Porque allá tengo a mi familia: mi madre, mis hermanas, mis primas, todos mis amigos?

¿Y cuando la ven??

Para ellos siempre he sido un bicho raro.

Continúa siendo «El loco» de Kabul?

Sí, sí. Ya no voy tan libre como antes, con mi bicicleta y mi turbante. Ahora voy con un niqab que cubre mi cuerpo. Me ven como una heroína, pero no lo soy. Yo les digo que soy igual que ellas. Si yo he podido, ellas también. La clave está en no ponerse barreras.

¿Qué habríamos de hacer por la sociedad afgana?

Lo más importante es ayudarnos sin armas. ¡No envíen militares!

Faltan profesores.

Faltan maestros, médicos, psicólogos, educadores, trabajadores? Necesitamos formadores. Necesitamos personas como mis padres catalanes, que me han ensañado a tener confianza en las personas. Que hay amor, cariño. Ojalá todas las personas de mi país tuvieran unos padres como los que yo he tenido. Mira: en el mundo hay mucha gente buena y los malos son muy pocos, pero hacen muy mal olor. Si no, el mundo no estaría tan bien como está.

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