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Atentado en Francia

Un valenciano protegió a 80 clientes dentro de su bar de París

El propietario valenciano de un restaurante ubicado junto a los locales ametrallados de París resguarda a sus 80 clientes dentro para protegerles de los tiros de los terroristas

Un valenciano protegió a 80 clientes dentro de su bar de París

­Después de quince años de residir en París, Carlos Torres (Valencia, 1973) podría pasar casi por más francés que español por el acento que le sale al hablar, si no fuera porque el restaurante que desde hace tres lustros regenta con su socia Valérie tiene un nombre profundamente hispano y bendecido desde la sangrienta noche del pasado viernes en la capital francesa.

El «Ave María» está a cien metros de la sala Bataclán y en medio de los bares que fueron ametrallados por los tres terroristas que peinaron el barrio a pie, sin aflojar el dedo del gatillo de sus kalashnikov, sembrando la muerte y el terror en las terrazas del barrio XI de París, uno de los más populares „como El Carmen de hace años, explica Carlos„donde se juntan los erasmus, jóvenes franceses, árabes... Era viernes y 13 y la noche se respiraba tranquila.

La terraza del «Ave María» estaba llena, el interior también. Muchos clientes habían pedido ya sus platos cuando por la esquina del número 1 de la rue Jacquard, donde se ubica el restaurante, comenzaron a escuchar alaridos de pánico de personas que corrían gritando que se estaba matando a gente en el Bataclán, en el restaurante Le Carillon, Le Petit Cambodge...

La confusión se tiñó de pánico mientras algunos apuntaban que podría ser «una ajuste de cuentas» entre bandas, relata Carlos Torres a Levante-EMV.

«Me fui a la cocina, consulté mi móvil y empecé a ver que los muertos pasaban de uno a 14, de 14 a 18..., desde el principio tenía la mosca tras la oreja de que se trataba de un ataque terrorista por las noticias tan vagas y confusas que nos llegaban de los atentados en restaurantes próximos y junto a un policía joven que estaba en el bar -agrega el restaurador valenciano- decidimos meter dentro a todos los clientes de la terraza, llevarlos hacia el fondo del establecimiento y cerrar la puerta para que no entrara nadie, ninguna persona que pudiera llevar armas y organizar una escabechina más. Había 80 clientes».

Abrir una vía de salida

Carlos pensó que el sótano no era un buen escondite porque al no haber salida podía convertirse en una ratonera, se fijó en la claraboya de la cocina y de una patada hizo saltar la tapa para habilitar el pequeño agujero como una salida de emergencia en caso de ataque terrorista, «era la única vía que teníamos», apunta el dueño del local que en un primer momento y por consejo del policía apagó la música para escuchar los disparos y explosiones pero posteriormente volvió a encenderla, a menos volumen y con melodías de película como Mary Poppins para tranquilizar a la clientela. Esa noche, en el «Ave María» se saltó la prohibición de fumar para que nadie que quisiera encender un cigarro saliera a la calle.Carlos y Valérie invitaron a tapas, cervezas, vino y cava a todos los clientes recluidos, mientras el policía intentaba tranquilizarlos.

La ciudad sitiada

«París estaba completamente sitiada por policía y militares y si quedaba algún terrorista por la calle lo mejor que podíamos hacer era quedarnos dentro, con las cortinas echadas para que no nos vieran», explica Carlos que reservó las únicas tres habitaciones libres que había en el hotel que está encima del restaurante. «Tengo tres cocineros que viven en el extrarradio, había una mujer inglesa que había venido a dar una conferencia sobre la paz y había que ofrecerles la posibilidad de quedarse», relata el restaurador valenciano.

«Yo „afirma„me sentía responsable de las 80 personas, no los podía dejar que se fueran, aunque algunos que tenían el coche aparcado en la puerta decidieron irse cuando empezaron a escucharse disparos y los gritos de la gente».

«Llevábamos desde las nueve de la noche dentro y seguros de que entre nosotros no había ningún terrorista», explica el restaurador que indica que hacia las dos de la madrugada los clientes comenzaron a organizarse en grupos de cinco por los barrios en los que vivían para compartir el taxi en su regreso a casa. Esa noche, Paris sacó su corazón, los vecinos llamaban al local para ofrecer sus casas a los clientes y los taxistas no cobraron las carreras. Hacia las cuatro de la madrugada, una de las últimas clientas antes de salir les dijo: «Su restaurante hace honor a su nombre, porque aquí dentro hemos estado protegidos».

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