El yihadista detenido el pasado lunes por la Policía Nacional en la prisión de Segovia y que vivió más de una década en Alzira, tal como adelantó en exclusiva Levante-EMV, se jactaba constantemente de que «podía hacer con su mujer lo que le diera la gana porque era musulmán». La prepotencia de Abdelmajid Chiakhi, de 41 años, le llevó a repetir la frase incluso ante los policías que lo detuvieron aquel 7 de septiembre de 2011 por propinar una paliza a su esposa y a la menor de sus cuatro hijos, entonces un bebé de apenas 19 días de vida. Así consta en el sumario que instruyó contra él el Juzgado 3 de Alzira y que acabó siendo la base para juzgarle en el verano de 2012 e imponerle la condena que aún está cumpliendo en la cárcel de Segovia.

El juez recogió en el procedimiento seguido contra Chiakhi que su violencia le llevó incluso a atacar a los policías que acudieron al que entonces era el domicilio conyugal, en la calle Doctor Ferran de Alzira, alertados por un vecino que escuchó la enésima paliza a su mujer y a sus hijos.

En el juicio también quedó patente que no sólo pegaba a su esposa, sino que sus cuatro hijos, los dos varones mayores, que entonces tenían 9 y 6 años, y las dos chicas, una niña de 2 años y la recién nacida, de 19 días, también eran objeto habitual de sus iras.

La mujer, que pasó a vivir un tiempo junto con los niños en una casa de acogida, contó en el juzgado que jamás había denunciado porque «en su país, si denuncias, te cortan la cabeza». Además, Abdelmajid la amenazó en numerosas ocasiones con que la mataría a ella y todos sus hijos si le denunciaba o acudía a un médico tras una de las palizas. Y que si huía, «la buscaría por todos los rincones de España» y que entonces la mataría a ella y a los niños.

La mujer hizo un pormenorizado relato de las palizas. Recibió puñetazos, patadas, le arrancó mechones enteros de pelo, llegó a fracturarle un brazo y fue escayolada, pero al médico le mintió contando que se había caído, soportó que le colocara más de una vez un cuchillo en el cuello y fue humillada con azotes propinados con una manguera. El sumario es escalofriante.

Cualquier excusa servía para la siguiente paliza: si tenía algún contratiempo con alguien en la calle, la culpaba a ella y le pegaba; si se enfadaba con un tercero, también; si le dolía algo, la responsabilizaba y la emprendía a golpes con ella; y si simplemente no encontraba algo por casa, una nueva paliza.

El día de su detención, la mujer enseñó las lesiones a escondidas a los dos policías que acudieron a sus casa, levantándose las mangas del burka hasta dejar a la luz los hematomas y las heridas aún sangrantes. También su bebé tenía lesiones ese día.

De hecho, cuando intervino la policía, los pequeños llevaban dos días sin comer. Estaban aterrorizados. Igual que su madre, que dejó repentinamente de producir leche a raíz de esa última paliza, lo que dejó incluso a la recién nacida sin alimento. Todos esos episodios acabaron siendo el sostén para condenar a Abdelmajid, acusado ahora de haberse radicalizado y de estar catando en prisión yihadistas entre los presos musulmanes que estaban a punto de abandonar la prisión una vez cumplidas sus sentencias.