Levante-EMV

Levante-EMV

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Llevaba tiempo amenazada

Un silencio que dejó tres huérfanos

Susana Carrasquer Perujo, de 38 años, fue asesinada en Valencia por su expareja y padre de sus tres hijos

Un silencio que dejó tres huérfanos

Han pasado diez meses, pero podrían ser diez años y el dolor sería el mismo. A Susana Carrasquer Perujo la asesinó su expareja un 12 de febrero de 2015, a plena luz del día, en su casa de Valencia. El padre de sus tres hijos la mató de una cuchillada en el corazón. El día anterior le había llamado para saber a qué hora estaría en el domicilio que hasta hacía un mes compartían. Susana no tuvo tiempo de defenderse: José Igancio U. S., de 48 años, la abordó en el rellano alrededor de las diez de la mañana de ese día, subieron al apartamento y al entrar al domicilio, le asestó la puñalada. A las 10.15 horas el asesino llamó a la policía para confesar el crimen que acababa de perpetrar y que traía planeado de casa.

Susana era vecina del número 47 de la calle Asturias, en el barrio de Camí Fondo, en el distrito de Camins al Grau. Tenía 38 años años cuando el hombre que había sido su pareja los últimos 13 la mató. La historia de la violencia que sufrió Susana es de esas cargadas de víctimas colaterales, si es que puede existir alguna muerte que no lo esté ya de por sí. Ella y José Ignacio tenían tres hijos, que contaban con 11, 10 y 6 años en el momento del asesinato. Tres menores que han quedado huérfanos de madre, cuyo padre se encuentra en la cárcel por estos hechos y que luchan cada día para intentar hacerse a la idea de que sus vidas han sido rotas por el machismo.

Una madre que era a su vez una trabajadora nata, una luchadora incansable, en palabras de sus allegados. Susana se graduó en 1999 en la diplomatura de Educación Infantil en Edetania. Un año antes, el que sería el padre de sus hijos había sido condenado por la sección cuarta de la Audiencia de Valencia por apuñalar a su pareja cuando ésta intentó dejarle. Faltaban seis años para que entrase en vigor la ley integral de Violencia sobre la Mujer, de modo que una agresión que se situó al borde de un intento de homicidio se quedó en un mero delito de lesiones. Ni orden de alejamiento, ni medidas de protección, ni prisión.

Varios meses después, empezaría su relación con Susana. La mujer, muy conocida y arraigada en el barrio en el que creció y estudió toda su vida hasta ir a la universidad, trabajó hasta 2002 en la empresa MRW, localizada en los bajos comerciales de la finca donde murió y donde habían residido toda su vida sus padres, quienes cedieron el piso a su hija.

Su futuro asesino también trabajaba allí: ella en la oficina, él de repartidor. Más tarde se hizo autónoma, y, de vez en cuando, limpiaba el patio de la finca para sacar un dinero extra. En ese mismo bloque viven también el abuelo de la asesinada, a quien ella cuidaba con devoción y cariño, y sus tíos.

«Al final me la ha matado»

Como tantos otros casos, las agresiones en la vida de Susana no se ciñeron solo al día del asesinato. Según sus familiares, llevaba años sufriendo malos tratos en silencio, con miedo a denunciar. «La tenía amenazada desde hacía tiempo, pero no lo denunció por sus hijos. Para que no lo vieran en la cárcel. Al final me la ha matado», explicó en su día la madre. Los tíos de Susana señalaron que su sobrina tenía miedo de que «pudiera hacerle algo malo a los chiquillos. Le había amenazado también con llevárselos si le denunciaba», añadieron.

Un miedo que muchas mujeres no pueden soportar y del que son incapaces de salir sin la ayuda del entorno. La situación de maltrato, ya de por sí complicada, empeora cuando los hijos son testigos de ellos. Por ello, romper el aislamiento de la víctima y hacerle comprender que no está sola es vital.

Compartir el artículo

stats